Sr. Director:

Me dirijo a usted con el fin de hacerle llegar y, si fuera posible, publicar la presente carta en la que intento expresar una serie de reflexiones con relación a los recientes modificaciones legislativas en diversas materias. No quiero entrar a juzgar actuaciones particulares sobre anuncios en diversas materias, que, posteriormente, han sido desmentidos o corregidos, o la valoración de determinadas acciones, que supongo serán opinables. Me quiero referir a todas aquellas actuaciones que tienen una clara componente moral, que están definiendo la estructura o marco de referencia de nuestra sociedad, la presente y la futura. Me refiero a materias como el aborto, eutanasia, matrimonios de homosexuales, divorcios rápidos.

Todas las iniciativas legislativas están revestidas de un halo de avance social, como liberadora del individuo de unas ataduras carcas que no dejan desarrollar plenamente al individuo.

En todos los casos, se observa un componente común, el tratar de satisfacer al individuo en sus supuestos derechos, sin entrar a valorar si es bueno para él o para la sociedad. Y la forma de satisfacer al individuo es por la vía más rápida: acabando con el problema. Que te has quedado embarazada, no se sabe por qué extraña razón, se acaba con el niño; que el abuelito molesta, lógicamente está viejito, ¡al hoyo!; que tu esposa ha dejado de ser tu hada madrina para convertirse en una bruja o viceversa, ¡divorcio-express! y cuanto antes. ¡Ah!, y si tienes alguna duda de tus afectos, ya sabes lo que eres.

El Estado se equivoca. No se trata de satisfacer al individuo únicamente y por la vía rápida, sino de crear un marco estable de referencia que sea bueno para el individuo y para la sociedad. La pregunta que debe responder el Estado es: ¿Realmente son buenas las medidas que adoptamos, cooperan al bien común creando una sociedad mejor?

Pero claro, hacer justo lo contrario tiene un tufillo moralista y es justo lo que propone la moral católica. Pero el problema no es que esas medidas vayan contra la moral católica, sino que atentan a la más elemental ley natural, y lo dice cualquier tipo de confesión religiosa seria. ¿Qué clase de sociedad estamos creando donde se asesina a sus futuros miembros? ¿Qué clase de relaciones interpersonales vamos a tener, si en el matrimonio donde se supone hay mayor compresión no hacemos nada por salvarlo? ¿Qué decir de los más débiles y que un día lo dieron todo por nosotros, nuestros mayores? ¿O de los niños adoptados por homosexuales? ¿Qué pasa que quieren que acaben como la hija adoptiva de un famoso actor y director de cine?

El desarrollo de dichas iniciativas legislativas es contrario a la más elemental ley natural. Está claro que el Estado no debe ser un catequizador ni un moralista, pero sí buscar el bien común. No se trata de condenar a nadie porque lleve a cabo dichas acciones, pero sí ayudar a todo lo contrario. ¿Por qué el Estado no ayuda a sacar adelante los embarazos, y en caso de no querer al niño después de tenerlo darlo en adopción? ¿Por qué no se crean grupos especializados en apoyo a los matrimonios con dificultades? Igualmente en asistencia para los mayores.

No es válido el argumento de que son realidades sociales que están ahí y que hay darlas soluciones, permitiéndolas lógicamente, no de otro modo. Según eso y dada la nula valoración de si son buenas o no determinadas acciones, también son realidades sociales las infracciones de tráfico, la ludopatía, el suicidio, no pagar los impuestos, la poligamia, las relaciones incestuosas, la sodomía, la drogadicción etc. Por lo tanto, el Estado debería proporcionar suicidódromos, casas de juego, de lenocinio, suprimir el reglamento de tráfico, suprimir el pago de impuestos etc.

Pero todo esto no es sino consecuencia de la eliminación de todo sentido de trascendencia del individuo, pérdida de los valores más elementales, en un claro intento de desproveer al individuo uno de sus bienes más preciados: su conciencia y el sentido de que si algo está mal hay que pedir perdón e intentar arreglarlo, no de manera express acabando con el problema, sino con amor y cariño, como el que debe sentir una madre por su futuro hijo, un hijo por su padre anciano, un cónyuge por su otro cónyuge díscolo.

Nosotros, no sólo los católicos, TODOS, tenemos la obligación moral de intentar hacer comprender a la gente, a nuestro entorno más inmediato y cercano que no podemos crear una sociedad con esas bases y estructuras, que lo único que generarán es más violencia, soledad e incomprensión.

Luis García

luis.garcia@oepm.es