A estas alturas de la película debería ser agua pasada, pero no. En muchos comecuras e incluso en cristianos, hay dos ideas pegadas: la de que la alegría no es propia del cristiano y la de que si la Iglesia fuera como debe ser debería vender sus catedrales, museos, imágenes y objetos de culto y dárselo a los pobres.

Es cierto que Juan Pablo II dijo algo parecido: oiga, si es necesario, ante una situación de emergencia, se puede y se debe vender un objeto de culto  para paliar un caso de miseria extrema (que otra cosa no iba a paliar), pero es una excepción a la regla.

Como siempre, la respuesta está en el Evangelio, mismamente en el del viernes 3. Es muy corto, pasen y lean:

Según san Lucas 5, 33-39.

En aquel tiempo, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús:
¿Por qué los discípulos de Juan ayunan con frecuencia y hacen oración, igual que los de los fariseos, y los tuyos, en cambio, comen y beben?. Jesús les contestó: ¿Acaso pueden ustedes obligar a los invitados a una boda a que ayunen, mientras el esposo está con ellos? Vendrá un día en que les quiten al esposo, y entonces ayunarán.
Les dijo también una parábola:

Nadie rompe un vestido nuevo para remendar uno viejo, porque echa a perder el nuevo, y al vestido viejo no le queda el remiendo del nuevo.
Nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino nuevo revienta los odres, se derrama, y los odres se echan a perder.

El vino nuevo hay que echarlo en odres nuevos y así se conservan el vino y los odres.
Y nadie, acabando de beber un vino añejo, acepta uno nuevo, pues dice: El añejo es mejor.

Digo más: creo que todas las reclamaciones a la Iglesia en el sentido de que vendan sus propiedades para dárselas a los pobres no son sino falta de fe y de esperanza. De fe porque consideran a la Iglesia como una ONG. Y hay dos problemas: la Iglesia no es una ONG, porque no tiene la fuerza de un Estado ni el dinero de un Gobierno, que constituyen la verdadera fuerza de una ONG.  Ya saben: a las ONG les sobra la (n).

En segundo lugar es una falta de esperanza -por tanto, de alegría-, producto de considerar que la gracia de Dios, que actúa con el hombre como instrumento, no pueden solucionar los problemas del mundo, empezando por el hambre en el mundo.

Es decir, el vino nuevo en odres nuevos y el ayuno, para cuando se nos marche el amigo. Cuando juerga, juerga, cuando ayunar, ayunar.

Y por cierto, el añejo es mejor. Recuerden que el cristiano no es masoquista, es puro hedonismo.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com