La Inmaculada Concepción es la fiesta más española de todos. Tres siglos antes de la definición del dogma de la Inmaculada, Santa Beatriz de Silva fundaba la orden de las concepcionistas, basada en ese mismo principio: en la inmaculada concepción de María de Nazaret, el único ser humano engendrado sin pecado original. Oiga, y el que niegue el pecado original, sea cristiano o pagano, visto como va el mundo, es que está ciego.

Fueron teólogos marianos españoles los que defendieron la necesidad de elevar esa idea al nivel de dogma de la Iglesia y España sigue siendo 'la tierra de María' a pesar del actual grado de corrupción moral de los españoles.

Fue Juan Pablo II quien, además, pintó de marianismo (no, no hablo de don Mariano Rajoy) al papado, cuando advirtió que el magisterio papal es antes mariano que petrino. Recogía así el polaco una convicción española.

Hablando de corrupción… Lo que distingue el siglo XXI de los veinte siglos anteriores de cristianismo es que la puerta de salida de esa corrupción moral, esto es, la conversión del corazón, es tan importante como siempre, sólo que ahora se ha vuelto, además, urgente. Para España y para cada uno de los españoles. Por eso, no es de extrañar que esta fiesta sea la más denostada de todo el calendario por los enemigos de la fe. Todos los progres han intentado eso: acabar con esta festividad, al menos en el calendario laboral. Algo tendrá el agua cuando la bendicen.

¿Y cómo abordar la conversión que Santa María está pidiendo A través de la confesión, naturalmente. El hombre que se confiesa, decía Chesterton, puede tener muchos años pero ha vuelto a nacer. Y sin confesión, añado yo, sigue muerto o mortecino.

Por tanto, ¿cómo celebrar la Inmaculada Con la confesión sacramental. No hay otro modo. A Jesús se va, y se vuelve, por María. Es nuestra única tabla de salvación. O nos salva Santa María, o no nos salva nadie.

Eulogio López

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