Con esa alegría que distingue a la progresía, la de derechas, el diario El Mundo preparaba la fiesta de san Valentín con un reportaje sobre el auge de separaciones matrimoniales y divorcios. Un periódico gratuito, asimismo reconfortante y desenfadado, nos informaba el lunes de que uno de cada cuatro hijos residentes en Madrid nace de madre soltera, mientras el número de abortos, de hijos sin padre producto de la fecundación in vitro, así como de padres sin hijos continúa aumentando. Ya saben: sexo sin procreación y procreación sin sexo (esto último ya es de gilipollas).

Y como las mujeres se alejan cada vez más del varón para recluirse en sí mismas como producto de la estúpida guerra de sexos preconizada por el feminismo, los varones también han decidido enquistarse en sí mismos, y ambas memeces tienen que ver con de la homosexualidad. Así, acaba de nacer el primer canal de TV para solteros, separados, divorciados y viudos. Nada tienen en común un soltero y un viudo, porque éste se supone- lo es muy a su pesar, ni un divorciado con un soltero, pues el primero es, respecto al segundo, un fracasado; ni un separado con un divorciado, porque el primero puede ser víctima, mientras el segundo siempre es perjuro, y muchas veces verdugo. Pero todos ellos, culpables o no, sí tienen algo en común: no comparten su vida con nadie, no están comprometidos.

Esta es la cuestión: el compromiso. El anterior papa, Juan Pablo II definía el amor como entrega y afirmaba que amar es lo contrario de utilizar. El viejo profesor de las universidades de Lublín y Cracovia hablaba a sus alumnos del don de sí, al que calificaba como la estructura moral básica de la vida humana. Wojtyla distinguía entre acto humano y acto del hombre. El segundo podía ser animal, el primero no, porque era el que evitaba, como norma moral clave la utilización del otro : El objetivo de la expresión sexual es hacer más profunda una relación personal.

Tenía muy claro que el don de sí exige a hombre y mujer la donación de sí mismos, no cosificar jamás al otro y abrirse a la vida. Así, todo el ataque moderno contra la familia ha intentado anular esas dos condiciones: que no haya hijos y, al final, que no haya ni sexo. Es la forma de destruir la familia. Por eso, se empezó con la anticoncepción y se acaba con la homosexualidad, que es, por definición, el final de la familia y, de paso, de la raza humana.

Con razón dicen que San Valentín es el patrono de los enamorados, que no del amor. El enamoramiento es un agradable al menos casi siempre- puente de paso hacia el amor, hacia el don de sí, primero a la mujer marido- y luego a los hijos. Quedarse en el sexo sin compromiso y sin entrega, no es más que una utilización del otro, y aunque esta utilización sea mutua, no deja de ser utilización, o conversión de las personas en objetos. Como diría Tagore: amarse no es mirarse el uno al otro, sino mirar los dos juntos en la misma dirección.

Por otra parte, cerrarse a la vida (además de que suele comportar el homicidio y, mucho peor, convertir eso en instinto, homosexualidad) no sólo atenta contra la familia, sino también contra la sociedad. Las sociedades, las patrias y las culturas mueren por consunción, cuando no hay hijos, pero antes se deprimen y angostan cuando no hay compromiso, cuando no hay don de sí. ¿Por qué son malos el divorcio o la poligamia (el divorcio no es otra cosa que poligamia sucesiva)? Porque si ya te has dado una vez, no puedes darte una segunda, no te perteneces.

Pero cuando hay compromiso se vive a tope. Entonces el matrimonio y la familia ofrecen mucho. Por ejemplo, la familia es el único ámbito social de libertad, donde a la gente se le mide por lo que es, no por lo que aporta al grupo. Además, es el ámbito de maduración. ¿Qué es madurar? Madurar es abandonar un estado vital en el que alguien cuida de mí para pasar a cuidar de mí mismo y, por último, lo más importante, cuidar de otros. Por eso los cazatalentos norteamericanos dicen que no hay mejor trabajadora que la mujer casada y con hijos: es la más responsable. Lástima que tenga que dedicar tiempo a su compromiso vital y no puedan dedicárselo todo a su empresa pensarán los susodichos- pero, en cualquier caso, es el biotipo de la responsabilidad. ¿Por qué? Porque ha practicado el don de sí, de sí misma.

Hasta aquí, lo que podríamos llamar moral natural. Para el cristiano, naturalmente, la familia es algo más: es la imagen misma de la Santísima Trinidad, un solo Dios que -me perdonen los teólogos- necesitaba tres personas para introducir la donación de una y otra, hasta formar una sola naturaleza, de la misma forma que los esposos forman una sola carne.

Eulogio López