En su último libro, Memoria e identidad, conversaciones entre milenios, que será presentado en España el martes 22, Juan Pablo II compara las legislaciones que permiten el aborto con el Holocausto, el asesinato por parte de la Alemania nazi de seis millones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Para Juan Pablo II, ambos hechos tienen el mismo origen: la violación de la ley de Dios, cuyo principal objetivo actual es el desprecio por la vida humana más indefensa, la del no nacido.

Porque el mejor sistema de Gobierno es la mayoría, y el Papa actual es un entusiasta de ello, pero la mayoría no es garantía de la verdad: "Fue un Parlamento legalmente elegido el que permitió la elección de Hitler en Alemania en los años 1930 y luego fue el mismo Reichstag que dio a Hitler los poderes que pavimentaron el camino para la invasión política de Europa y la creación de campos de concentración, y para introducir la supuesta 'solución final' a la cuestión judía, es decir, el exterminio de millones de hijos e hijas de Israel".

Y dice más: "Tenemos que cuestionar las regulaciones legales que se han decidido en los Parlamentos de las actuales democracias. La asociación más directa que me viene a la mente son las leyes sobre el aborto.... Los Parlamentos que crean y promulgan tales leyes deben ser conscientes de que están transgrediendo sus poderes y permanecen en conflicto abierto con la ley de Dios y la ley de la naturaleza.

Pues bien, el Tratado Constitucional europeo no sólo avala el derecho al aborto, sino que se sitúa en la misma redacción ambigua que ha propiciado que en Naciones Unidas y en el Parlamento Europeo de Estrasburgo se haya dado el paso más grave hacia la barbarie: los llamados derechos reproductivos como nuevo derecho humano. Es decir, que aquel Gobierno que defienda al no nacido debe ser perseguido, por eso que los cursis llaman la comunidad internacional, y que no es otra cosa que el Sistema económico dominante, la plutocracia del mundo, que esa sí es global y está unida como una piña. Es la misma plutocracia que lidera el imperialismo demográfico, según su único mandamiento : para acabar con la pobreza, lo más eficaz es acabar con los pobres, a ser posible antes de que nazcan.

El aborto es como el gran crimen silencioso que el Sistema no logra silenciar. Es tan grave, tan bestial, tan amplio, tan miserable, que por más que se entierra vuelve a salir a la luz, como un cadáver revoltoso (mala palabra ésta de cadáver  pero pertinente en el presente caso). Si alguno de ustedes quiere sacar de quicio al comedido secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan, no tiene más que citar el aborto. El aborto o cualquiera de sus derivadas: manipulación de embriones, abortos químicos, norlevos, FIV, etc. No hay que mencionar la soga en casa del ahorcado, no hay que mencionar el homicidio en casa del homicida.

Juan Pablo II sigue luchado hasta su último suspiro. Y cuando el Sistema impone silencio él habla.

Mis amigos judíos se enfadan con la comparación entre holocausto y aborto. Y quizás tengan razón: el aborto es aún más grave que el holocausto, porque más son las personas asesinadas y aún más indefensas. Pero en algo se parece el aborto clínico del remilgado y rico mundo actual a los campos de exterminio : en ambos casos, sólo un puñado de valientes se atrevió a denunciarlo. Y unos y otros, los de los años 40 del pasado siglo y los provida actuales, fueron laminados, injuriados, marginados y ninguneados.

Eulogio López