Decíamos ayer que desde que el Gobierno Sánchez se apropió de las autopistas de peaje, uno de los armazones de la comunicación en España, las rutas se habían convertido en un infierno para el automovilista. 

El pasado fin de semana, un accidente provocó un atasco de 5 horas en la A-1. Como no hay dos sin tres, sobre todo cuando se es un chapuzas, la mañana del lunes provocó un nuevo atasco en la antigua AP-2, ahora A-2, entre Lérida y Zaragoza. Cuando la empresa Abertis se encargaba del cuidado de la misma, la AP-2 era una de las carreteras más galardonadas de toda Europa. Ahora, con el Estado al frente, se ha convertido en un desastre con atascos kilométricos como el que puede verse en la imagen. 

Eso sí, cada vez que se suprime un peaje y el Estado se hace cargo de las carreteras, la calidad del firme se deteriora y el peligro de accidentes aumenta. Y, naturalmente, el coste del -pésimo- mantenimiento, lo pagamos todos los españoles, usemos o no usemos esa carretera.

La política vial de Pedro Sánchez no es más o menos mala: es, sencillamente, una chapuza.