Acercose al micrófono, como Nerón a la Lira,
y empezó a cantar, del incendio maravillas:
de las llamas, de una pandemia sobrevenida,
que a muertos que ocultaba, en cenizas convertían.
De las llamas, de una economía hecha escombros,
que a los que hablaba, en la miseria los hundía.
Al tiempo, muy ufano, cantaba las dadivas
que con el dinero de los que le escuchaban,
daba a manos llenas, según a quien, le convenía.
 
Y así siguió cantando las bondades de sus actos,
de lo que por ellos hacía, y como los protegía.
De lo cumplidor que era, y de los expertos
que avalaban el incendio al que cantaba;
lo brillantes que eran las llamas aquellas,
y lo alto que al cielo, día tras día subían.
Y como Calígula, que al Senado despreciaba,
y con nombrar senador a Incitatus amenazaba;
se apoya en expertos, que nombra él a dedo,
y a las Cortes desdeña, hablando directo al pueblo.
 
Sólo queda contestar, con gesto ahora fascista:
“Ave Cesar, los que van a morir, de pandemia,
o de la hambruna, te saludan”.