Sr. Director:

Hoy por hoy, uno de cada 27 habitantes del planeta es migrante internacional, lo cual representa el 3'7% de la población mundial. De estas personas, un 48% son mujeres que suelen enfrentar mayores riesgos y formas de violencia física, sexual, redes de trata, trabajo precario, abusos, etc.

Con todo, existe una realidad mucho menos visible y más numerosa: la de quienes se ven obligados a huir dentro de su propio país. Son los desplazados internos.

Durante el año 2024, los conflictos, la violencia y los desastres naturales provocaron cifras récord de desplazamientos internos. Al finalizar ese año, el número de personas que habían tenido que dejar toda su vida atrás dentro de su propio país  superaba los 83 millones.

Diez países tenían más de tres millones de desplazados internos por conflictos y violencia.

También los desastres climáticos tuvieron un enorme impacto: 45,8 millones de desplazamientos internos en un solo año, más del doble de lo habitual en la última década.

A ello hay que sumar la tragedia humana de las rutas migratorias: desde 2014, cerca de 70.000 personas han muerto o desaparecido intentando buscar seguridad fuera de su país. Nosotros apostamos por soluciones duraderas.

Es verdad que existe el derecho de migrar, pero también existe el derecho de no migrar.

Debemos promover la educación,  la formación profesional y el acceso a medios dignos de vida para que las personas desplazadas puedan integrarse en las comunidades de acogida y las personas que decidan permanecer en su país lo puedan hacer con total libertad y seguridad.

Manos Unidas, entidad perteneciente a la Iglesia Católica, ha aprobado en los tres últimos años 71 proyectos por un importe superior a los 4,7 millones de euros, destinados a mejorar las condiciones de vida de más de 145.000 personas desplazadas.

En el norte de Burkina Faso, la violencia armada ha vaciado pueblos enteros. Miles de familias huyeron sin apenas tiempo para recoger sus pertenencias y dejando atrás trabajo, tierras y seres queridos. 

El 80% de las personas desplazadas son mujeres y niños, que soportan las peores consecuencias: hambre, falta de agua potable, malnutrición y graves secuelas emocionales.

La violencia yihadista también tiene que ver con el drama de las personas desplazadas. En Sudán del Sur, el país más joven del mundo, que desde su nacimiento no conoce la paz, trabajamos para dotar de oportunidades a los grupos de población más vulnerables: las niñas y las adolescentes.

En este mundo en que vivimos y donde tanto las migraciones internacionales como los desplazamientos internos siguen creciendo, los proyectos de Manos Unidas y otras organizaciones eclesiales muestran que la solidaridad y la fraternidad son herramientas necesarias para proteger a quienes lo han perdido todo o casi todo.

Que el buen Padre Dios nos abra los ojos para que podamos reconocer en el otro a un hermano.

El presente y el futuro de nuestro mundo depende de la contribución de cada uno de nosotros si trabajamos por el bien integral de todos.