Sr. Director:
Con la profusión de leyes contra fobias y discriminaciones, que suelen acentuarlas, aunque se modifique el tipo de conductas jurídicamente perseguidas, con las que se intenta imponer medidas del estilo contra la el género a raíz de los penosos escándalos. No es necesario recordarlas, ni referir la amplitud de las mayorías que las aprueban, quizá por miedo a recibir sambenitos injustos.
Pero no puedo olvidar en estos casos las gravísimas sanciones previstas en la vieja ley de prensa de Fraga, aceptadas en las Cortes porque -se dijo- nunca se aplicarían: hasta la suspensión y cierre de revistas y diarios beligerantes contra la dictadura, desconocidos hoy por las nuevas generaciones.
Lo más grave, quizá, es la toma de tantas universidades occidentales por los actores de lo políticamente impuesto (para mí, incorrecto).
No se puede privar al alma mater de la capacidad de hablar y discutir de todo, también aunque hiera algunas sensibilidades, tal vez enfermizas. Menos aún impedir lecciones o conferencias a través de piquetes. Nuestro emperador Carlos sufrió en su día con las relectiones de indiis pronunciadas por Francisco de Vitoria en Salamanca. Pero no se le ocurrió prohibirlas, con beneficio grande para el derecho de gentes.
Xus M.