Sr. Director:
Que a estas alturas de la Historia goce el comunismo de excelente fama y prensa resulta un cruel sarcasmo al que han contribuido no pocos socialistas.
Da igual que todas las aplicaciones del comunismo hayan cristalizado siempre en regímenes criminales y liberticidas causando más de cien millones de muertos, o que sus líderes se enriquezcan a costa de la miseria del resto de ciudadanos encerrados tras muros de vergüenza para impedirles escapar de sus «paraísos».
Da igual todo. Porque los comunistas, además de merecer un exquisito respeto político, suelen quedar legitimados para juzgar y condenar a buenos y malos, a demócratas y a fascistas; siendo éstos los que se oponen abierta y frontalmente, no a la democracia, sino a ellos: los comunistas. Y lo peor es que, cuando estas descalificaciones y condenas proceden de influyentes comunistas, pueden alcanzar enorme difusión en una parte importante de la opinión pública gracias al eco propagandístico de no pocos intelectuales, periodistas y personajes de la farándula, tan comprensivos con el comunismo como contrarios a vivir bajo sus regímenes.
Los países donde los comunistas son los que legitiman quiénes son o no demócratas, se asemejan peligrosamente a gallineros guardados por zorras.