Sr. Director:
A lo largo de estos dos mil años de civilización, se han producido multitud de acontecimientos sociales y políticos. Hemos asistido a la transformación de los modelos de organización y al propio desarrollo económico de las sociedades y, sin embargo, esa orientación de servicio hacia los necesitados y los enfermos continúa intacta en el seno de la Iglesia. Somos, en definitiva, dispensadores de servicios médicos de calidad, pero también de hospitalidad. Una hospitalidad que se substancia, en espíritu de acogida, en el cuidado y la humanidad.
Curiosamente, la ciencia ha venido a confirmar esta visión holística de la sanidad de la que participa la Iglesia desde sus tiempos fundacionales, que consiste en concebir a la persona en su completa integridad, partiendo del principio de que el ser humano es un ente completo, con necesidades físicas, psicológicas, sociales y espirituales que hay que atender por igual. En este aspecto radica uno de los principales valores diferenciales de los hospitales católicos, además de promover en todo el planeta, precisamente en los lugares donde existe más necesidad, una labor asistencial que llega hasta donde no llega nadie más, ni las instituciones públicas ni las privadas, y que lleva consuelo y medios a las personas con mayores carencias.