Sr. Director:
El texto del Instrumentum Laboris en preparación del sínodo de la Amazonia está dando mucho que pensar y hablar, además de escribir Algunos comentaristas eclesiásticos han señalado que después de este sínodo la Iglesia no sería la misma. Otros han subrayado algunas sugerencias en clara contradicción con las Verdad de la Fe.
Ante reacciones semejantes, pienso que vale la pena no perder de vista la Iglesia no la hacemos los hombres; la ha fundado Jesucristo, Dios y hombre verdadero, hace dos mil años, y seguirá siendo la misma, siempre nueva y siempre viva por mucho que los hombres nos empeñemos en querer cambiarla y adaptarla a nuestra visión e intereses. Con Dios no se juega. En la Iglesia no hay ruptura; hay continuidad, como recordó en su momento Benedicto XVI.
No sé lo que el Señor permitirá que surja de ese sínodo. No puedo negar, sin embargo, que por lo que recoge ese documento de trabajo hace presagiar algún que otro nubarrón.
Hoy me quedo solamente con una afirmación que aparece en el n. 36 del documento, y que se desarrolla en el número siguiente:
“Jesús fue un hombre de diálogo y de encuentro. Así lo vemos, con la mujer samaritana, en el pozo donde buscaba saciar su sed (…) Fue capaz de dialogar y amar más allá de la particularidad de la herencia religiosa samaritana. La evangelización así se realiza en la vida ordinaria de Samaría, en la Amazonia, en todo el mundo. El diálogo es una comunicación gozosa entre los que se aman. (…) El diálogo busca el intercambio, el consenso y la comunicación, los acuerdos y las alianzas, pero sin perder la cuestión de fondo, es decir, la preocupación por una sociedad justa, capaz de memoria y sin exclusión” (nn. 36 y 37).
Cristo, ¿sólo dialogó?, ¿quiso llegar a algún acuerdo con la samaritana? ¿intercambió sus “ideas” con las de la samaritana para aprender algo? ¿se preocupó de la situación de la sociedad samaritana y de arreglar los problemas que pudieran tener?, ¿hablaron del cambio climático, de la economía, de las fronteras de los países?