Sr. Director:
Se difunden en la prensa, estos datos aportados por la comisión de la Conferencia Episcopal y que nos escandalizan: “Los casos recopilados en las 202 Oficinas para la protección de menores, que entregó al Defensor del pueblo a finales de marzo ascienden hasta los 728 abusadores y las víctimas 927”. La Conferencia Episcopal escribió “victimas” en referencia al número de acusadores, y “victimarios” los acusados, mayor entre los religiosos que en el clero secular. El abanico abarca los casos desde 1945, o sea, desde hace setenta y ocho años, e incluye clérigos secularizados. Muchos ya han muerto, el 63,60%, y no podrían hacer alegaciones ni defenderse. ¿Por qué un estudio tan amplio? ¿No será adrede para que la sociedad se escandalice?
El conocido caso reciente del cardenal Pell, austríaco, que, siendo inocente fue acusado, condenado y encarcelado, me hace pensar que, incluso casos juzgados y hasta condenados, puedan ser de personas inocentes. No me cabe duda de que ha habido clérigos que han abusado de menores, que han sido infieles a sus promesas sacerdotales; pero también miro con sospecha el hecho de que el Gobierno social-comunista haya querido poner en la picota, en el Parlamento, sólo a la Iglesia y esconder tantísimos casos de abusadores en otras instituciones (en la enseñanza, en el deporte, en la medicina, en familiares...).
En un estudio reciente, se vio que el número de abusos en eclesiásticos era muy inferior al de otras filas. Para ser justos, habría que poner en claro, blanco sobre negro, la totalidad de abusadores en nuestra sociedad durante todo ese tiempo. ¿Hay duda de que se trataba de acallar a la Iglesia, porque se preparaban leyes que, “de facto”, buscan legalizar la pederastia en nuestra sociedad? Saben muy bien que “sólo la Iglesia defiende la verdad moral” sin fisuras y con autoridad, aunque pueda existir la excepción (San Pablo VI lo dijo, con dolor, en 1975: “el humo de Satanás ha penetrado en el Santuario”). Abusar de los niños siempre es repulsivo, un horror, máxime cuando se trata de personas que deben destacarse por su ejemplaridad; pero ocultar la totalidad es insidioso y sectario.