Sr. Director:
A finales de los setenta del siglo pasado, el aborto aún se consideraba mayoritariamente como algo muy malo y rechazable. Combatían esta dificultad moral los partidarios de su legalización, echando mano de todo tipo de supuestas justificaciones; siendo preferente, la de poder acabar con el dolor y muerte de tropecientas mil mujeres (se usaba un número tan alarmante como falso) que arriesgaban su vida acudiendo a medios y técnicas inseguros y peligrosos. Como lenitivo argumental se nos aseguraba que, poco a poco, con una progresiva educación sexual y el normalizado uso de anticonceptivos y preservativos, se adquiriría una mayor responsabilidad en las relaciones sexuales, de modo que los abortos se reducirían a unos supuestos muy excepcionales.
Pero entonces vino el progresista tío Paco con las rebajas, y la realidad fue que todo aquello de la madurez y de la responsabilidad... nunca llegó. Y por mucha educación sexual que nos metieron desde el cole, y por mucho que aumentó el uso de preservativos y anticonceptivos, más aún se disparó el número de abortos, hasta instalarnos en la escandalosa cifra de cien mil al año en España. Entonces se cambió radicalmente su valoración moral y hasta su denominación (IVE), pasando a ser un avanzado derecho a la salud (?) sexual de la mujer y desapareciendo cualquier mención a la muerte del hijo. Según el INE, España registró en 2023 el menor número de nacimientos (322.075) desde que hay cifras fiables. Lo cual demuestra que, en nuestra comodona y envejecida sociedad, ya no son bienvenidos los hijos. Y no, no es sólo por razones económicas.