Los educadores, ya sean padres o educadores, prestamos una ayuda a los educandos, tanto hijos como alumnos, que debe tener cierta condición necesaria: el agente de la educación es el propio chico y es perjudicial toda ayuda en lo que puede conseguir por sí mismo.
Prestar una ayuda innecesaria equivale a sobreproteger al educando y librarle del necesario esfuerzo y ejercicio de su voluntad que son la base de su formación.
Los educadores somos orientadores de su formación y les ayudaremos en desarrollar al máximo sus posibilidades ("sacar lo que llevan dentro"), a superar sus limitaciones (escolares y personales) y a orientarles en su camino mediante la coherencia de nuestra vida, con los valores y virtudes permanentes y con nuestra autoridad y ejemplo.
La misión de educadores nos ha de llevar a poner empeño en dar buen ejemplo, comprender a los chicos y orientarlos con prudencia.
¿En qué factores podemos y debemos prestar esa ayuda necesaria? Fundamentalmente en tres:
1.Conocer al educando. Cada chico es distinto de los de su misma edad y de sus hermanos. Cada uno tiene sus posibilidades y limitaciones. Se ha de partir de lo que el chico es y tratar de mejorarlo desde esa realidad. No prestarle ayuda en lo que puede hacer por sí mismo y ayudarle en lo que no puede.
2. Orientarle con nuestra palabra y sobre todo con nuestro ejemplo, sin olvidar la importancia de saber escuchar.
3. Ejercer la autoridad es sus facetas de poder y servicio, tomando las decisiones oportunas, exigiendo con prudencia y aplicando los premios y castigos orientados al bien de los educandos.
Arturo Ramo