Sr. Director:

Cuando el feminismo emprende cacerías, acciones de acoso y derribo, persecuciones, linchamientos etc. como sucede en el «affaire Rubiales» y no tiene reparos en violentar a quien se le ponga por delante y decreta una condena a muerte -civil- de un disidente, tal cual hicieron los clérigos musulmanes con Salman Rushdie decidiendo un edicto religioso, o fetua (palabra usada para referirse a las decisiones de los muftíes o especialistas en la ley islámica, que pueden tener fuerza legal en el mundo musulmán), instando a su ejecución; siempre surgen voces diciendo que ese no es el verdadero feminismo (hasta la víctima, Luis Rubiales, se ha expresado de ese modo). Siempre hay quien dice que el feminismo es otra cosa, que el feminismo ha sido algo necesario -y sigue siéndolo- beneficioso para la humanidad y que los humanos tenemos mucho que agradecer al feminismo y que el feminismo ha hecho que la humanidad avance a mejor, que feminismo es sinónimo de progreso, de «igualdad» … y bla, bla, bla. E incluso hay quien afirma que el feminismo ha sido secuestrado por gente malvada o quienes han pretendido ponerlo en práctica no han estado demasiado acertados. Y, en suma, afirman que otro feminismo es posible.

Empecemos por lo de que el feminismo ha sido un factor de progreso:

¿Qué le deben los humanos al feminismo?

Es muy frecuente que quienes se hacen llamar feministas, hombres y mujeres, hablen de lucha por la liberación de la mujer y cosas parecidas. ¿Quiénes han emprendido tal lucha, cuándo, cuáles se supone que han sido sus resultados? ¿Liberar a las mujeres de qué?

Quienes hablan de tales cosas pretenden contarnos que hay un antes y un después desde que surgió eso del feminismo y que su «lucha heroica», con mucho esfuerzo, dolor, sacrificio… y una larga ristra de caídos en el camino ha conducido a la maravillosa sociedad de la que hoy gozamos… Pero, tal narración es una ristra de embustes.

Para empezar, hay que señalar que los supuestos avances en la consecución de derechos de las mujeres, o, mejor dicho, equiparación con los de los hombres, es un asunto reciente en la historia de la humanidad, por supuesto en el mundo occidental judeocristiano. Y lo importante: la concesión de tales derechos fue siempre por iniciativa de hombres, varones, aunque haya que reconocer que algunas mujeres también participaron en algún que otro debate o se hicieron notar de alguna manera. Por ejemplo, las sufragistas inglesas o norteamericanas del siglo XIX fueron capaces de hacer cierto ruido, pero su capacidad de influencia fue muy escasa, por no decir ninguna… fueron sus contemporáneos, hombres, los que empezaron a plantearse que debía concedérseles el derecho al voto, y hay que subrayar que fueron en tales momentos los hombres y mujeres de izquierda, quienes se hacían llamar progresistas, los que se opusieron al sufragio femenino.

También es importante, importantísimo, destacar que cuando todo ello ocurría, en ningún país del mundo se había generalizado el derecho al voto de los hombres. Es imprescindible hablar de ello pues, quienes hablan de concesión del derecho al voto a las mujeres dan a entender que los hombres eran unos «privilegiados» que participaban en elecciones y elegían a sus legisladores y gobernantes y se les negaban tales derechos a las mujeres; lo cual es absolutamente falso.

En los lugares del mundo en los que se llevaba a cabo alguna clase de elecciones antes del siglo XX, existía el voto restringido o censitario y sólo votaban los hombres que cumplían una serie de requisitos como poseer determinado nivel de instrucción, de renta y pertenecer a una determinada clase social. Las sufragistas (antecesoras del feminismo) aspiraban a participar en tales comicios, no pretendían que se generalizara el derecho al voto entre la población adulta sin discriminación de clase alguna.

No sería hasta después de la Primera Guerra Mundial cuando se aprobó en el Gran Bretaña el sufragio universal. E, insisto: quienes se hacían entonces llamar progresistas, de izquierdas, se opusieron a que se les concediera a las mujeres el derecho al voto.

La interpretación sesgada, parcial de forma interesada de los hechos históricos como el que nos ocupa, en clave de conspiración del “Patriarcado”, o de la opresión machista tiene como única intención la atribución de una supuesta culpa de todo lo peor de la Historia a los varones, lo cual, además de falso, es injusto, engañoso y odioso.

El discurso fraudulento del feminismo omnipresente, generosamente regado con nuestros impuestos, políticamente correcto del que hablamos, tiene como objetivo justificar leyes sexistas injustas, y discriminatorias contra los hombres, basándose en una supuesta “deuda histórica” que los varones debemos pagar para remediar los pecados que supuestamente cometieron nuestros ancestros.

El uso de un léxico menos sesgado, más correcto, para el análisis de la evolución de la democracia representativa conduciría a reconocer el fenómeno de la “Oligarquía”. (Oligarquía y caciquismo como forma de Gobierno en España… Joaquín Costa). Fueron las diversas oligarquías las que abrieron la mano a la ampliación progresiva del voto. Y lo demás son milongas.

A lo que ahora asistimos con la dictadura disfrazada de democracia es a estigmatizar a todo el sexo masculino, a otorgarles a los hombres-varones la responsabilidad de todos los males de la Humanidad pretéritos, presentes y por llegar.

Es lo que ha acabado consiguiendo el feminismo más extremo y fundamentalista: la aprobación de aberraciones como de la LIVG (ley integral de «violencia de género», aprobada en España el día 28 de diciembre de 2004), y demás legislación de “igual-da y género”, mediante las cuales los hombres son condenados sin pruebas, y se les priva del derecho a la presunción de inocencia.

Desengáñense, no existe otro feminismo más que el de «género», el femiestalinismo degenerado que dice que los hombres por naturaleza, por educación y por cultura tienden a relaciones de dominación con las mujeres, a establecer relaciones desiguales, vejatorias, opresoras y un largo etc. llegando a afirmar que de facto cualquier relación sexual entre un hombre y una mujer, aunque sea consentida, es intrínsecamente violenta y por tanto equiparable a una violación.

Estamos hablando del feminismo inspirado en el Manifiesto SCUM de Valerìe Solanas («manifiesto para el exterminio del hombre») y «El origen de la familia, la propiedad y el estado» de Federico Engels (el mecenas de Carlos Marx). Tanto un libro como el otro proponen, claramente, sin tapujos, sin ninguna clase de circunloquios la destrucción de la familia tradicional como primere paso para la demolición de la civilización occidental. Éste y no otro es el único feminismo existente, el feminismo que considera el aborto como un derecho de las mujeres y signo de progreso, cuando siempre fue considerado un síntoma de fracaso personal y social. Éste y no otro es el feminismo existente, aquel feminismo que le ha metido a muchas mujeres en la cabeza la idea monstruosa de que los hombres son sus enemigos, a los que hay que derrotar; éste es el único feminismo existente, el que promueve el sexo sin amor, como objeto de consumo, el que promueve embarazos no deseados en las adolescentes con la promesa de que «papá estado» proveerá… Éste es el único feminismo existente, el feminismo que promueve la perversión de menores desde el parvulario, el que defiende abiertamente la pederastia, el abuso de menores, con el pretexto de que los niños y jóvenes tienen derecho a tener sexo con quien deseen y cómo deseen… Éste es el único feminismo existente, el feminismo partidario de la promiscuidad, de la infidelidad como signos de progreso, el feminismo que fomenta la confrontación entre hombres y mujeres y plantea como «liberación» de la mujer el que ésta posea la capacidad de excluir a los hombres de la crianza y la educación de los hijos; éste es el único feminismo existente, el que plantea que lo mejor son las familias monoparentales con mujeres solteras, el que plantea que lo mejor son las relaciones no perdurables, estables, y que cuanto más efímeras mejor; eso sí, si produce un embarazo no deseado siempre tendrá la mujer la última palabra a la hora de decidir si trae a un hijo a este mundo, y por supuesto, si decide tenerlo siempre podrá exigir un «impuesto» por haberle concedido un momento de placer al padre biológico, obviamente me refiero a lo que los jueces, fiscales y abogados matrimonialistas denominan «pensión por alimentos»…

Éste es el único feminismo existente y si a alguien se le ocurre rechistar para eso se ha puesto en marcha la industria del maltrato que, entre otros muchos brazos cuenta con el apoyo entusiasta de las furcias y furcios mediáticos, que harán lo que se les ordene para linchar, difamar, calumniar y lapidar al osado y temerario contestario al que, tras decretar una fatua, los capos mafiosos que nos mal gobiernan, acabarán siendo muertos civilmente…

Desengáñense, otro feminismo no es posible.

Y ya, para terminar, vean ustedes cómo se fue aprobando el sufragio femenino en los diversos países del mundo; observarán como adelanté más arriba que la concesión del derecho al voto a las mujeres fue dándose casi al mismo tiempo que a los hombres, pese a que el feminismo afirme lo contrario, mintiendo con absoluto descaro:

En 1776 en Nueva Jersey (Estados Unidos) se autorizó accidentalmente el primer sufragio femenino (se usó la palabra “persona” en vez de “hombre”) pero se abolió en 1807.

Más tarde, ya en el siglo XIX algunos estados aprobaron el voto femenino, como Kansas (1838) o Wyoming (1869), hasta su consagración en la enmienda decimonovena a la Constitución de los EEUU adoptada en 1920.

En Europa, los primeros en aprobar el sufragio femenino fueron Austria y Alemania, en 1848 y Suecia, en 1866. En Sudamérica, después de la Constitución de la Provincia de Vélez (Colombia) de 1853, el asunto vuelve a retomarse en el siglo XX. El primer país sudamericano en aprobar el voto femenino fue Ecuador, en 1929, luego le siguieron Chile (1931), Uruguay (1932), Brasil (1943), Cuba (1943), Bolivia (1938), El Salvador (1939), Panamá (1941), Guatemala (1946), Venezuela (1946), Argentina (1947) y México (1947).

Otros países del mundo, de los primeros en otorgar el voto a la mujer, fueron: Nueva Zelanda, 1893. Australia 1901. Finlandia, 1906. Noruega, 1913. Dinamarca, 1915. Reino Unido, 1918 (para mujeres mayores de 30 años), Alemania, 1918, Países Bajos, 1918. Polonia, 1918. Rusia, 1918. Austria, 1918. Bélgica, 1919. República Checa, 1920. Eslovaquia, 1920. España, 1931. Francia, 1945. Italia, 1945. Grecia, 1952. Suiza, 1974.

Esto no significa que los varones poseyeran el sufragio universal, derecho al voto, anteriormente.

Como ya indiqué con anterioridad, hasta casi las mismas fechas señaladas, el voto masculino era del tipo denominado “sufragio censitario” o voto restringido, o sea, condicionado fundamentalmente al nivel de renta y formación que tuvieran podían, o no, acceder al voto en los diversos comicios.

Claro que, no es de extrañar que el feminismo degenerado mienta con absoluto descaro, pues los socialistas y comunistas españoles ya han perdido toda clase de recato, de temor a sonrojarse, ya han perdido la «vergüenza» hasta el extremo de manipular y apropiarse de la mujer a la que repudió el Frente Popular de 1936… y que huyó de la España republicana para salvar su vida, me refiero a Clara Campoamor, la principal protagonista de la consecución del sufragio femenino en España, lo que entonces se produjo no fue como la izquierda española actual -que dice ser heredera de la de hace más de 80 años- nos cuenta, lean, lean:

Al proclamarse la Segunda República se abordó el asunto del voto femenino durante el periodo constituyente, por entonces Clara Campoamor fue elegida diputada –en 1931 las mujeres podían ser elegidas, pero no podían ser electoras, no poseían el derecho al voto, aunque parezca asombroso – formando parte de las listas del Partido Radical, al que se había afiliado por proclamarse éste “republicano, liberal, laico y democrático”: su propio ideario político. Formó parte de la Comisión Constitucional encargada de elaborar el proyecto de Constitución de la nueva República que, estaba integrada por 21 diputados, y allí luchó eficazmente para establecer la no discriminación por razón de sexo, la igualdad jurídica de los hijos e hijas habidos dentro y fuera del matrimonio, el divorcio y el sufragio universal, a menudo llamado “voto femenino”. Consiguió que la comisión constitucional aceptara todo, excepto lo relativo al voto femenino que, tuvo que debatirse en el Pleno del Congreso de los Diputados.

La izquierda (de la cual dicen los socialistas y comunistas actuales que, son “herederos”), con la excepción de un minúsculo grupo de socialistas y algunos republicanos, no quería que las mujeres votasen porque presuponía que estaban muy influidas por la Iglesia, y por sus esposos, y votarían a favor de la derecha.

Por ello, en el debate sobre el asunto, Clara Campoamor (miembro del Partido Radical) tuvo que enfrentarse a otra reconocida diputada, Victoria Kent (socialista anti-sufragista) contraria al voto de las mujeres. El debate fue sobresaliente y Clara Campoamor acabó siendo considerada como la vencedora.

Finalmente, la aprobación del sufragio femenino se logró con el apoyo de las derechas, parte de algunos diputados del PSOE (con el voto en contra el sector encabezado por Indalecio Prieto) y algunos republicanos.

Otra “feminista” que también se significó como anti-sufragista fue Margarita Nelken, miembro de la Agrupación Socialista de Badajoz (Nelken fue la única mujer que consiguió las tres actas parlamentarias durante la Segunda República y es tristemente conocida por haberse significado en la represión y muerte de disientes, cuando Madrid fue asediada por las tropas del General Franco, durante la guerra civil española…) Margarita Nelken también se manifestó abiertamente en contra de otorgar derecho de voto a las mujeres en 1931, igual que su compañera de partido, la socialista Victoria Kent.

Los y las socialistas y comunistas que, en la actualidad se arrogan el monopolio de las “conquistas sociales y avances en la liberación de las mujeres” y van repartiendo certificados de “demócratas e igualitarios”, se cuidan muy, mucho de ocultar su vergonzoso pasado de gente reaccionaria, y claramente contraria al progreso, en el sentido propio de la palabra, de avanzar mejorando…