No, no y no. Ni yo tengo pruebas, ni ellos tampoco de lo que dicen. Y desde luego que se justifican las sospechas de quienes pensamos que el incendio de la catedral de Notre Dame de París no fue un accidente. Por muchas colillas que hayan encontrado, para endosar la responsabilidad de lo sucedido a los obreros que trabajaban en la restauración, no me acaban de convencer.

Es más, no solo no me convencen, sino que tengo la sensación de que me quieren tomar el pelo. Primero salieron con lo del cortocircuito, que como causa del incendio ya ha sido desechada, porque resulta que hace unos días han encontrado siete colillas, ni una más ni una menos… siete colillas entre el ingente montón de cenizas del pavoroso incendio. Siete colillas que queman una catedral, pero que no son inflamables y no se consumen y por eso aparecen al cabo de quince días..., igual que el que entra al bar peladito de dinero y pide un bocadillo de jamón, pero sin jamón.

Iglesias y altares serán saqueados

Mis sospechas se fundamentan en que el incendio de Notre Dame no es un caso aislado en Francia. Según los datos oficiales del Ministerio del Interior francés, durante el año 2017 sufrieron atentados 878 iglesias y templos cristianos de ese país. Y al año siguiente, el 2018, la cifra aumentó hasta un total de 1.062. Pero es que los días anteriores al incendio de Notre Dame ardieron doce iglesias en Francia y concretamente un mes antes, el día 17 de marzo, quemaron la iglesia de San Sulpicio, que es el segundo templo más grande de París después de la catedral.

Y no deja de llamarme la atención que varias de las iglesias que han sido atacadas recientemente están dedicadas a la Santísima Virgen. Eso es lo que ocurrió en la iglesia de Notre Dame des Enfants en Nimes, donde pintaron una cruz con excrementos humanos, destrozaron el altar, profanaron el sagrario y robaron las Sagradas Formas. En Dijon sucedió otro tanto. En esta ciudad, también la iglesia de Notre Dame fue profanada y saqueada, forzaron la puerta del Sagrario, tiraron al suelo las Sagradas Formas y las pisotearon.

Los días anteriores al incendio de Notre Dame ardieron doce iglesias en Francia y un mes antes quemaron la iglesia de San Sulpicio, el segundo templo más grande de París

Me mandan un archivo sonoro con la reflexión que hace de este acontecimiento mi gran amigo el padre Justo Lofeudo, promotor de la adoración perpetua, que tantas capillas ha abierto en Europa y particularmente en España. No puedo estar más acuerdo con lo que él dice, ni expresarlo yo mejor. Por lo tanto, reproduzco su mensaje:

«Pasaron algunos días, ya se apagaron las llamas y ahora es tiempo de reflexión (…). En todos los ataques sufridos contra las iglesias de Francia aparece no una espontaneidad, sino una sincronización. Esto es lo que nos hace sospechar que lo de Notre Dame de París fue un incendio intencionado.

Otro tema, los templos de Francia pertenecen al Estado, no pertenecen a la Iglesia católica. La Iglesia tiene el usufructo, pero no tiene la posesión. Siendo Notre Dame la segunda iglesia más visitada de la Cristiandad, después de la Basílica de San Pedro, siendo un monumento nacional… ¿por qué no tenía medidas de seguridad, como las tienen los museos?

El templo estaba en restauración y la firma que lleva los trabajos dijo que no había ningún material inflamable, por tanto… ¿De dónde vino el fuego?

Ahora pensemos en el aspecto religioso. El incendio ocurrió al inicio de la Semana Santa, y más aún, durante el Sacrificio Eucarístico, en una iglesia que es de por sí emblemática para la Cristiandad. Además, es un esplendor del Medioevo, la era de la Cristiandad, una catedral dedicada a la Santísima Virgen, como otras iglesias profanadas en Francia recientemente.

Y nada de esto es por casualidad. Primero, porque el culto más importante de la Cristiandad se sitúa en la Edad Media, que coincidió con la mayor exaltación a la Madre de Dios, a quien se le dedicó la mayoría de las catedrales e iglesias.

Es el mismo Señor el que nos dice que estemos atentos a los signos de los tiempos. Y este incendio de Notre Dame es un signo

Las catedrales son monumentos erigidos a Dios en los que la piedra, signo de la firmeza y de la solidez de la fe, por obra de la gracia sobrenatural que inspiró aquellas obras, pudo elevarse contradiciendo su propia naturaleza, la piedra elevándose al Cielo.

Esos fueron los templos que todos alzaron, porque a todos les mancomunaba una misma fe, ricos y pobres, nobles y plebeyos, clérigos y seglares... Fue toda la sociedad la que hizo las catedrales. Esas iglesias de piedra, rematadas con pináculos, flechas, agujas y campanarios se alzan al cielo como una oración perenne.

Catedrales que en su interior iluminan sus penumbras con los colores de sus vidrieras, cuyos reflejos se van moviendo durante las horas del día. En ellas todo habla de belleza; por lo tanto, de Cielo. Y fuera quedan las gárgolas, los monstruos infernales, que son expulsados de la casa de Dios.

Y dentro de estas catedrales se custodian preciadas reliquias, como en el caso de Notre Dame, la Sagrada Corona de Espinas. Pues todos esos tesoros espirituales estaban y están bajo el nombre de María, porque Ella es la Madre de la Iglesia y quien entabla la batalla definitiva contra Satanás.

Es Ella, desde el Cielo salvando a las almas de las llamas, pero de las llamas del Infierno, por eso no es casual que el ataque más artero haya sido contra Notre Dame de París. Y que haya sido en el momento del sacrificio de la misa vespertina.

Y el Señor lo permitió, porque si no lo hubiera permitido no hubiera ocurrido. No lo ha querido, pero lo ha permitido. Y lo ha hecho para dejarnos una enseñanza. Es un signo profético. Es el mismo Señor el que nos dice que estemos atentos a los signos de los tiempos. Y este incendio de Notre Dame es un signo.

El Señor permitió que se mostrase en una iglesia de piedra, lo que padece la Iglesia por Él fundada: el incendio al que está sometida. Y fue, precisamente, durante la Semana Santa, como dejando ver que estamos en la Semana de la Pasión de la Iglesia.

Así se exterioriza lo que nuestros ojos no ven, pero Dios sí ve: la Iglesia arde. La fe se ha perdido, y esto se percibe no solo estadísticamente por la baja asistencia de los fieles a las misas, sino también —y esto lo digo con mucho dolor— por la falta de fe de los que participan en los oficios. Y la mayor evidencia es ver cómo se trata a la Eucaristía: sin reverencia, con indiferencia, sin señales ni gestos de adoración.

Estamos en la era de la mundanización de la Iglesia, llena de aquellos que aceptan pactos con el mundo

Si en Garabandal (1961) la Madre de Dios decía que la copa rebosaba, porque cada vez se le daba menos importancia a la Eucaristía… ¿Qué diría hoy…? Y advertía la Santísima Virgen “debéis evitar la ira de Dios”. En Akita (Japón), el 6 de julio de 1973 le advierte su ángel custodio a Sor Agnes Sasagawa, a las tres de la madrugada, una hora que llama la atención, y le dice: “el mundo de hoy hiere al Sacratísimo Corazón de Nuestro Señor con sus ingratitudes y ultrajes”.  Y al mes siguiente, es la Virgen quien se le aparece a la vidente japonesa para decirle “muchos son los que afligen al Señor, deseo almas que consuelen para aplacar la ira del Padre de los Cielos. Almas que hagan reparación a través de sus sufrimientos y pobreza por los pecadores ingratos”. Más de medio siglo antes, el Ángel en Fátima les había pedido lo mismo a los tres pastorcitos.

Todos debemos reparar y restaurar la Iglesia. La Iglesia de Cristo arde. El 13 de octubre de 1973, que es el último mensaje de Akita, dice la Virgen “si los hombres no se arrepienten y se convierten vendrá un gran castigo, mayor que el diluvio. Las únicas armas serán el rosario y el signo dejado por mi Hijo. La obra del demonio se infiltrará hasta dentro de la Iglesia y se verá a cardenales contra cardenales, obispos contra obispos, los sacerdotes que me veneren serán menospreciados y atacados por sus hermanos”. Y atención a lo que dice a continuación: “iglesias y altares serán saqueados”. Este es el indicio de que estos tiempos profetizados están ya aquí. Y sigue diciendo: “La Iglesia estará llena de aquellos que acepten compromisos con el mundo”.

Queridos hermanos, esto es la mundanización de la Iglesia. No la Iglesia elevando al mundo, llevándolo a Cristo para que el mundo sea redimido y se salve, sino la Iglesia haciendo lo que quiere el mundo. Nada de hablar de pecado, de castigo, de juicio, de necesidad urgente de hablar de conversión, de salvación. ¡Ah no, no, no…! ¡De eso no hay que hablar!

Se ha cambiado a los fieles por el público. Y al público hay que contentarlo, decirle lo que le gusta oír, no espantarlo. Ahora somos todos mejores que Dios, más misericordiosos que Él. Acusan a los que dice estas cosas de ser del Antiguo Testamento, pero ellos no han leído el Nuevo Testamento, cuando el Señor dice: “si nos arrepentís, si no os convertís todos pereceréis de la misma manera”.

La Iglesia en llamas son los pecados internos de la Iglesia. El mal que denunciaba Pablo VI, cuando dijo que por alguna grieta ha penetrado el humo del infierno. Es el demonio contra la Virgen, contra Nuestra Señora. No es un monumento, patrimonio de la Humanidad, lo que arde, sino la casa de Dios. La casa de Dios que se ha convertido en un museo, no en un lugar de plegarias y de adoración.

La casa de Dios se ha convertido en un museo, no en un lugar de plegarias y de adoración

Es la apostasía en la Iglesia y pasa lo que ocurrió con el templo de Jerusalén. Cuando Jerusalén no reconoció al Hijo de Dios, le rechazó y le dio muerte, Dios abandonó el Santo de los Santos. Se rasgó el velo del ingreso al Santo de los Santos y luego no quedó del templo piedra sobre piedra. Las llamas oscurecen la belleza de la catedral que la fe había erigido. Himno vivo de piedra y de luz en alabanza. Dios Eterno entrando en nuestra historia en la plenitud de los tiempos, para redimirnos con el sacrifico de sí mismo en la cruz, es ese templo que arde.

Y arde, precisamente, cuando se está celebrando el sacrificio, la misa. Pero… ¡Ánimo, ánimo! Porque junto a la iglesia falsa que apostata, que se vuelve complaciente con el mundo, que desprecia e ignora a Cristo, está la otra, la verdadera, hecha de mártires y de héroes. Es la iglesia del sacerdote que celebraba la misa en Notre Dame, cuando estalla el incendio y no la suspende, mientras suenan las sirenas de alarma. Ni se van los fieles y tienen que ser desalojados.

Es la iglesia del padre Fournier, que ingresa entra las llamas y rescata la corona de espinas y el Santísimo. Y solo él, entre las llamas y el humo, bendice en medio de la iglesia con el Santísimo, para que el Señor proteja aquellos muros y aquellas torres... y el Señor se lo concede.

Vivimos en medio de signos proféticos, de palabras mudas y de silencios, pero "no temáis"

Estos también son signos proféticos. Hemos visto una foto muy elocuente, preciosa, en la que aparece la imagen de La Piedad, detrás del altar mayor. Allí está la Virgen en silencio, sosteniendo a su Hijo muerto, sosteniendo hoy a la Iglesia de su Hijo entre los escombros y las cenizas. Allí está la Cruz con su radiante luminosidad, porque es la victoria de Cristo. Allí está el altar donde Jesucristo se hace presente en su sacrificio, en su gloria, en la Eucaristía, en cada Eucaristía. Allí estamos nosotros contemplando a la Madre que nos dice: “no temáis, yo estoy aquí con mis súplicas y mi protección”.

Y junto a la Cruz está María con el pequeño resto. Así es ahora, en estos momentos de la Pasión de la Iglesia, el resto fiel al Señor, junto a María».

Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de las Universidad de Alcalá