Pedro Sánchez y sus cómplices suplen su ausencia de ideas políticas con un sectarismo antirreligioso y, desgraciadamente, enfrente solo hay silencio y algunos traidores que se han pasado a sus filas. Unos para promocionar sus carreras, otros pensando que, así, a ellos no les van a tocar, sin recordar que, desde hace siglos, Roma no paga traidores. Y conste que con la que está cayendo, permanecer en silencio también es traición.

El proyecto de cobrar el IBI a los bienes de la Iglesia en España solo es el principio y una estrategia para doblegar a los obispos. Los masones ya aprendieron en el siglo XIX que, quitando los bienes a la Iglesia mediante las leyes de desamortización, no la pudieron destruir. Ahora ya vienen aprendidos y no se van a conformar con robarnos los bienes de la Iglesia, sino que van a intentar robarnos el Bien de la Iglesia, que es la Eucaristía. Y aquí es donde hace su aparición lo de las inmatriculaciones, que algunos todavía no entienden. Por eso me voy a explicar.

Como es sabido, el invento del registro de la propiedad es bastante posterior a la existencia de los cristianos. Por esta razón cuando nuestros antepasados en la fe construyeron sus catedrales e iglesias no las pudieron inscribir o matricular en ningún registro, pero todo el mundo sabía quién era su propietario. Durante el Gobierno de Aznar se matricularon esos bienes. Y a partir de ahí la demagogia del sectarismo antirreligoso argumenta que la Iglesia ha matriculado fraudulentamente a su nombre unos bienes que pertenecen al pueblo. Y tienen razón en parte, porque son del pueblo, pero del pueblo cristiano, no de ese pueblo sectario y excluyente del que ello se creen dueños y señores exclusivos y, por supuesto, beneficiarios... para vivir a cuerpo de rey.

Los masones ya aprendieron en el siglo XIX que quitando los bienes a la Iglesia, mediante las leyes de desamortización, no la pudieron destruir. Ahora van a intentar robarnos el Bien de la Iglesia que es la Eucaristía

Así las cosas, el Ayuntamiento podemita de Zaragoza hace un tiempo reclamó judicialmente la propiedad de la Seo, que es la catedral de esa diócesis aragonesa; lógicamente, la sentencia no les dio la razón y, por lo tanto, tampoco la propiedad, a los pretenciosos demandantes. Pero después de lo de la sentencia de la profanación de la tumba Franco, se me viene a la cabeza el sabio refrán popular: “el que hace un cesto hace cientos, si le dan mimbres y tiempo”.

Y el día que consigan que algún juez anule la matriculación de alguna iglesia y les entregue la titularidad de algún edifico religioso, los masones no van a ser tan idiotas como para cerrarlo al culto. Se presentarán como tolerantes y, por aquello de “vamos a llevarnos bien”… permitirán que los fieles continúen acudiendo a la iglesia. Eso sí, a cambio habrá que modificar el culto y lo modificarán, porque no les va a ser difícil encontrar algún clérigo dispuesto a colaborar y, por aquello del “vamos a llevarnos bien”, les dejarán que nos roben el Bien, lo que tampoco les costará un gran esfuerzo a todos esos que por tener una fe tan débil o nula en la presencia real de Jesucristo en el Eucaristía, ya tienen arrinconado el sagrario de su iglesia.

El día que consigan que algún juez anule la matriculación de alguna iglesia y les entregue la titularidad de algún edifico religioso, los masones no van a ser tan idiotas como para cerrarlo al culto

No, no estoy hablando de un mundo irreal o imaginario, porque ya ha habido un precedente en Francia en el siglo pasado, en el que los masones trataron de hacer lo que les acabo de contar, mediante la creación de unas asociaciones “cultuales”. Les cuento lo sucedido desde el principio.      

El ascenso a la presidencia del Gobierno francés de Émile Combes (1835-1921), tras las elecciones de junio de 1902, con el apoyo público de la masonería, supuso una nueva persecución para la Iglesia en Francia. Combes había sido un seminarista de un talante intransigente, que llegó a doctorarse en filosofía escolástica. La revolución -llegó a escribir en estos años- que comenzó por la declaración de los derechos del hombre ha de terminar proclamando los derechos de Dios. Pero sus superiores no le admitieron a la recepción del subdiaconado y abandonó el seminario, dando un giro radical a su vida: En esta época -manifestaba tras la mutación- que las antiguas creencias más o menos absurdas y en todo caso erróneas tienden a desaparecer, los principios de la vida moral se refugian en las logias. Acabó militando en el radicalismo político y en la masonería con tal sectarismo, que el propio Clemenceau (1814-1929), líder de los radicales socialistas, define a Combes como cerebro de cura viejo, no cambiado, sino simplemente descarrilado.

Pues bien, Combes que ya durante el pontificado de León XIII (1878-1903) había comenzado sus ataques contra las órdenes religiosas, en junio de 1904 rompió relaciones con la Santa Sede y suspendió el Concordato vigente desde 1801. Daba así un primer paso para de manera unilateral -sin el concurso de Roma- fijar un nuevo estatuto a la Iglesia en Francia, que es lo que se conoce como la Ley de Separación de la Iglesia y el Estado francés de 1905. Pocos días después de la ruptura de 1904, se presentaron varios proyectos de ley y comenzaron los trabajos parlamentarios. Sin embargo, Combes no pudo ver aprobada esa ley como primer ministro, pues fue apartado del Gobierno al descubrirse el "escándalo de las fichas" o ficheros secretos de funcionarios y militares a los que de un modo arbitrario se les podía ascender o paralizar en función de que fuesen o no adeptos. El escándalo, al descubrirse las torticeras maniobras sectarias de los masones franceses para apoyar a los suyos, supuso tal descrédito para la masonería, que inspiró una de las caricaturas de Combes en las que se le representa con los símbolos del cristianismo y de la masonería , bajo esta leyenda: “Brule ce quìl adore” (quema todo lo que adora).  Su sucesor, Maurice Rouvier (1842-1911), sería quien promulgase dicha Ley de separación el 9 de diciembre de 1905.

En 1902, todos los bienes de la Iglesia en Francia quedaron sin propietario, por lo que había que crear un nuevo dueño para esos bienes y se quiso buscar en unas futuras sociedades a constituir que se denominaron "asociaciones cultuales", compuestas por laicos

La Ley de separación de 1905 no reconocía a la Iglesia personalidad jurídica, por lo que dejaba de ser sujeto de derechos. En consecuencia, todos los bienes de la Iglesia en Francia quedaron sin propietario, por lo que había que crear un nuevo dueño para esos bienes y se quiso buscar en unas futuras sociedades a constituir que se denominaron "asociaciones cultuales". Las asociaciones cultuales, compuestas por laicos, recibirían su capacidad de la ley civil; a la vez, el texto legal prohibía la intervención de la jerarquía eclesiástica en las mismas. De este modo, se arrebataba a los católicos un derecho natural inalienable, pues tal disposición legal suponía que el derecho a la práctica de la religión emanaba del Estado, además de arrojar a los católicos franceses a la anarquía religiosa y al cisma, porque esas asociaciones cultuales y solo ellas serían las que podrían disponer de los lugares de culto, al margen o en contra de lo que pudiera decir el párroco o el obispo. Por último, la ley daba un plazo de un año para constituir las asociaciones cultuales, porque de no hacerlo así el Estado se apropiaría de todos los bienes de la Iglesia.

Nadie dudaba de que la amenaza iba en serio. Ante la posibilidad de perderlo todo, el Gobierno francés estaba convencido de que el Papa  mandaría de inmediato a los fieles franceses que constituyeran las asociaciones cultuales. Esos eran sus cálculos porque, a pesar de la claridad de San Pío X (1903-1914) en su encíclica inaugural, las autoridades francesas no podían comprender cuales eran de verdad los "planes" de San Pío X: Sé cuantos andan preocupados -dijo el Romano Pontífice en estas fechas- por los bienes de la Iglesia. A mí solo me inquieta el "Bien". Perdamos las iglesias, pero salvemos la Iglesia. Miran demasiado a los "bienes" y poco al "Bien". San Pío X mediante la encíclica Vehementer (11-II-1906) condenó la Ley de separación; meses después otra encíclica, Gravissimo (10-VIII-1906), rechazaba tajantemente las asociaciones cultuales. Por su parte, los obispos franceses celebraron tres asambleas plenarias para tratar de buscar alguna salida y ante la imposibilidad de encontrarla, acabaron por cerrar filas al lado del Papa.

San Pío X: Sé cuantos andan preocupados -dijo el Romano Pontífice en estas fechas- por los bienes de la Iglesia. A mí solo me inquieta el "Bien". Perdamos las iglesias, pero salvemos la Iglesia. Miran demasiado a los "bienes" y poco al "Bien"

El conflicto era gravísimo, pero se volvía ahora contra el Gobierno, que veía pasar los días sin que se cumplieran sus objetivos de construir una Iglesia nacional y laica, dependiente del Estado. Y a la vista de que se agotaba el plazo fijado, decidió prorrogarlo. Fue inútil, San Pío X en una nueva encíclica, Une fois encore (6-I-1907), manifestaba de nuevo su firme postura y calificaba la disposición legal como "ley de expoliación". El 13 de abril de 1908 comenzó la incautación de todos los bienes, por lo que la Iglesia en Francia perdía todo su patrimonio en bienes muebles e inmuebles y por supuesto se retiró la subvención que el clero venía recibiendo desde 1801, según lo establecido en el Concordato. Al igual que sucedió durante la Revolución Francesa, la Iglesia era despojada de todas sus pertenencias. En las páginas del Journal Officiel de 1908 se pueden consultar las largas listas de tantos lugares de culto y objetos religiosos que fueron a parar a manos particulares. Sí, en aquella ocasión arrebataron los bienes de la Iglesia en Francia, pero gracias a la firmeza doctrinal de un Papa santo, San Pío X, la Iglesia siguió conservando el “Bien”.

 

Javier Paredes

Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá.