Insiste en el discurso de la paz y del "derecho a decidir" de los vascos Con cara de funeral comparecía en la mañana de este martes el presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. En una comparecencia sin preguntas de los periodistas (no vaya a ser que le incomoden más que la banda), el presidente plantea dos ejes. Por una parte, Estado de derecho y aplicación estricta de la ley. "Sin ceder a las amenazas" y exigiendo a ETA que "abandone definitivamente las armas". Sin embargo, tras la de cal, vino la de arena. Señala a los ciudadanos vascos que ha realizado "todos los esfuerzos para la paz" y para crear "un marco de convivencia para todos" que "supere los enfrentamientos". Un discurso en clave electoral que se vende muy bien en el País Vasco donde los ciudadanos sufren un elevadísimo síndrome de Estocolmo y anhelan la paz al precio que sea. Y sigue Zapatero afirmando que "el futuro de los vascos dependerá de ellos mismos". La misma expresión utilizada por los etarras. Es verdad que matiza que el futuro no lo marcarán los violentos y que deberá realizarse "en el marco de la ley y la democracia". Matices positivos, pero que hacen ambigua la declaración. Da la impresión de que ZP quiere mantener algún hilo conductor con la banda, una especie de guiño para poder retomar las negociaciones. Termina el presidente con un toque de atención al PP agradeciendo el apoyo de los grupos políticos (desde luego no el principal partido de la oposición) y volviendo al discurso de la necesidad de gozar de un apoyo unánime, "que es lo quieren los españoles". Cierto. ¿Por qué abandonó ETA el alto el fuego? Y broche final del presidente poeta: "Estoy seguro que más temprano que tarde conquistaremos la paz". Muy bonito, pero, ¿a qué precio? Zapatero permanece en una calculada ambigüedad. Tan calculada que no ha permitido las preguntas de los periodistas no vaya ser que sumen o resten más de lo deseado.