Como buen masón, el ex presidente francés Giscard d'Estaing ha sido un tradicional y enconado enemigo de España. Como líder de la Convención, encargado de redactar la futura Constitución europea, él mismo reconoció que su principal tarea consistía en "reducir" el poder de España, especialmente lo conseguido por José María Aznar en Niza. Y, en efecto, la nueva Constitución rebaja el papel de España, refuerza el de Francia y Alemania y, naturalmente, desoye la petición del Gobierno español de introducir el origen cristiano de Europa. Y también, naturalmente, en ese texto no se hace mención alguna al derecho a la vida, como derecho constitucional básico, entendiendo por persona al no nato.
Es igual, con tal de abofetear a Aznar, Zapatero ha recibido a Giscard d'Estaing con todos los honores. No es que haya vendido al país por un plato de lentejas, sino que lo ha vendido a cambio de nada. Sencillamente, por la obsesión de deshacer cualquier cosa, buena o mala, realizada por su odiado Aznar. Es la política de la venganza o, como dirían los argentinos, la política propia de un "vende patrias".
Es más, las empresas alemanas y francesas no salen de su asombro ante lo fácil que se lo estamos poniendo. Por de pronto, Volkswagen, arquetipo del poder industrial alemán, ya ha lanzado una nueva andanada: le sobran 600 puestos de trabajo en su filial SEAT (reflotada gracias a fondos públicos españoles) y camina abiertamente hacia lo que es su objetivo real, el cierre total de la más tradicional empresa automovilística de origen español.
El siguiente paso de este desarme industrial unilateral de Zapatero será el sector energético, donde los franceses, a través de Électricité de France y Gaz de France, mantienen monopolios públicos de hecho y compiten como jugadores de ventaja en el tablero energético continental.