Esos son los sindicatos que han convocado la huelga de los trabajadores de limpieza en el metro de Madrid. Cándido Méndez, secretario general de UGT y aspirante a ministro de Zapatero, calla, al igual que calla su partido hermano, el PSOE, que sostiene el Gobierno de España. Callan cuando el metro de Madrid, principal sistema de transporte de una ciudad-autonomía que cuenta con más de 6 millones de personas, cuando no se cumple la legalidad -es decir, los servicios mínimos- y cuando con chulería de matón de barrio, los piquetes se dedican a aumentar la basura en todas las estaciones y a enfrentarse con vigilantes jurados y a amenazar con cualquiera que les recrimine su vandalismo.

En definitiva, se trata del sindicalismo gansteril que sólo entiende un medio de actuación: tomar como rehenes a la sociedad.

Lo malo es que si su gamberrismo y su matonismo quedan sin castigo, otros repetirán la hazaña, bajo el principio inalienable: el poder se mide por la capacidad para fastidiar al prójimo. Ahora mismo, lo prioritario es que, con por mucha razón que tengan en sus reivindicaciones, no consigan, repto, no consigan, salirse con la suya. Pues se trata de un secuestro, y eso que crea precedente.

Los primeros responsables de las actuaciones de estos matones encapuchados son los propios líderes sindicales. Me contaba una líder sindical bancaria que mientras la cúpula de cierto sindicatos mayoritario preparaba una huelga, en la mesa de al lado los matones del mismo sindicato -¿O eran los mismos?- preparaban la silicona con la que sabotear cajeros automáticos, esto es, con los que destruir. 

En definitiva, de los desmanes del metro, de la chulería de los piquetes, hay tres culpables. El primer lugar, los piquetes. El segundo la autoridad, que no mueve un dedo para solucionar un problema porque "son de los nuestros", del sindicato hermano, la UGT. Y el pueblo madrileño -que además vota PP- no se volverá contra el Gobierno, sino contra los sindicatos. El ministro de Trabajo, Jesús Caldera, coordinador del programa del PSOE, calla ante el abuso.

En tercer lugar, los propios líderes sindicales, comenzando por el mencionado Cándido Méndez, que no tiene la menor intención de sujetar a sus bases gamberra y que, además, ni tan siquiera habla para reducir los desmanes. A don Cándido se le puede permitir todo, salvo que no llame al orden a sus huestes. Él, en una mesa, habla de democracia, mientras en la mesa de al lado sus chicos recolectan basura para tirarla en los andenes del metro. En defensa de los menesterosos, claro está.

Los pobres, es decir, los débiles, no son los trabajadores de limpieza en huelga, sino los usuarios del metro. Los ricos, por ejemplo Cándido Méndez, no viajan en el suburbano.

Eulogio López

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