Lo dice la prensa, los papeles, así que no hay motivo para dudar de ello. Un estudio, de investigación of course, realizado en el Reino Unido, demuestra (por supuesto, demuestra) que las mujeres inteligentes son más remisas al matrimonio. Es decir, que los motivos que llevan a dar credibilidad a tal informe son dos: lo afirma un estudio científico, porque demuestra sus conclusiones, y lo recoge la prensa. Científico y expandido por los medios de comunicación: Si no te lo crees, está claro que eres un fundamentalista.
Siempre me han maravillado estos juegos estadísticos que generan conclusiones parecidas a las del famoso pollo : Cada español come un pollo por semana, media aritmética a la que se llega cuando un español come dos y el otro ninguno.
Pero, en este caso, jugamos con mucha más emoción. Por ejemplo, jugamos con el concepto de inteligencia, uno de los más escurridizos con los que se enfrenta el ser humano. Einstein era un estudiante nefasto y sus profesores le consideraban un cretino; Tomás de Aquino era calificado de buey, por su apariencia bovina, es decir, por lo que casi todos calificaríamos como un medio idiota. Y si de mujeres hablamos, aún peor, porque lo que más odia la mujer inteligente es la pedantería, y precisamente es la sofisticación pedante lo que los medios de masa suelen confundir con la mentalidad despierta. Por no hablar, de la eterna confusión, en hombres y mujeres, entre los listos y los inteligentes.
Pero vamos a suponer que la conclusión es cierta: Cuanto más inteligente es una mujer, más reacia es al matrimonio. Quizás podríamos extrapolar la conclusión a los hombres e incluso a todo el género humano, en su totalidad manifiesta. Hay que estar muy comprometido o ser un amante del riesgo para afrontar la única aventura, al filo de lo imposible, que queda en el mundo moderno : aceptar ser padre o madre de familia. Para eso hay que tener mucho valor, arriesgar más que un inversor en derivados y ser tan sufrido como corajudo. Llegamos así a una de las confusiones más habituales: la que nos lleva a identificar al listillo con el inteligente. Listillo es el que estafa a Hacienda y el que se cuela en las colas, pero quizás los perjudicados por las actitudes del listillo duden en calificarle de inteligente.
Supongo que los hacedores del estudio querían demostrar que la mujer ha adquirido independencia económica y que, por tanto, no necesita de los ingresos del varón y prefieren no casarse. De ser así, deberíamos identificar inteligencia con riqueza, y concluir que Emilio Botín es el hombre más listo de España, y que la mujer que ostenta tal condición es Esther Koplowitz. No sé yo si todos y todas van a estar de acuerdo.
Pero hasta en los estudios científicos tiene que haber algo más. Lo que yo percibo, ergo no es demostrable (aunque créanme, no todo lo que es verdad es demostrable), es que, listas o tontas, sí comienza a darse una aversión femenina al matrimonio. Los psicólogos, seres empeñados en nombrar todo aquello que no logran comprender, hablan ya de galofobia. En principio, se trataría de un miedo al matrimonio o de un miedo aún más genérico a la unión. Tanto es así, que también se habla ya de genofobia, o miedo al sexo. Pero la genofobia debería ser absurda, dado que se supone estamos en una era de liberación, donde se repite el derecho femenino a yacer con quien quiera sin ser molestada por ella. Es más, debería haber genofilia, y no genofobia.
Podríamos hablar de gametofobia, o miedo al embarazo, y supongo que aquí estamos llegando a la almendra de la cuestión, pero sigue siendo una contradicción, dado los medios contraceptivos puestos a disposición del público y escondiendo como se esconde que la inmensa mayoría de ellos son abortivos.
Pues bien, esta es la cosa: que la gametofobia existe y la genofobia también. Ya no es un miedo al bebé, que exige mucha entrega (para ser exactos, exige la vida), es un puro miedo a la entrega, a la unión, independientemente de que ésta conlleva un compromiso. Simplemente, me temo que a muchas mujeres las relaciones sexuales les resulten repugnantes, viscosas, olorosas.
Que nadie se extrañe. El libertinaje sexual conduce necesariamente a la exigencia de experiencias novedosas novedad en el varón, lo que propicia la homosexualidad, y en la mujer un sexo icónico que podríamos resumir así: seducir pero no compartir, impresionar pero no comprometerse.
Al final, en lógica paradoja, todo libertinaje sexual acaba en puritanismo. O sea, el llamado sexo seguro.
Eulogio López