Algunos lectores de Hispanidad no entienden a qué me refiero cuando hablo de una vuelta al comunismo. Por ejemplo, cuando me refiero a que las prestaciones públicas -como educación obligatoria y sanidad pública- se hayan convertido en derecho. Esos lectores no entienden que les castigue con la presunta paradoja de que los comunistas se han ido de rositas por la historia, pero no que el comunismo siga anclado entre nosotros.
Otros, en la misma línea de clarificación ideológica -yo estoy en la línea de confusión mental ideológica de alto nivel- están convencidos de que mis censuras al capitalismo las formulo desde el socialismo o desde la izquierda, lo que no puede permitirse en "alguien que presume de católico" ni, como alega un tercero, de alguien que "se jacta de ser liberal".
Les voy a responder con dos citas de alguien mucho más sabio que yo, que abominó del comunismo y capitalismo, a partes iguales. Un tal Chesterton. Las dos citas están recogidas de un libro formidable Chesterton de pie, que recoge las actas de un congreso elaborado por la Universidad San Pablo-CEU sobre el pensador inglés.
Cuando digo que el comunismo persiste, aunque los actuales comunistas abominen de su nombre clásico, me refiero al omnipotente poder del Estado, convertido, no en propietario de los bienes de producción sino de las conciencias. Pero el maestro lo explica mejor: "La teoría del Estado socialista mantiene que el Estado es único y absoluto en temas morales. Es decir, que no existe apelación a él desde Dios o desde los hombres a la cristiandad o a la conciencia, al individuo, la familia, o a la fraternidad de toda la humanidad".
Es lo que la progresía suele llamar laicidad, lo que los contrarios llaman laicismo y lo que los cristianos llamamos cristofobia: el Estado convertido no en propietario universal sino, aún más grave, en el propietario moral de las conciencias. Y no olviden que el Estado no existe: lo que existe son los gobiernos. Por eso digo que los comunistas han muerto pero el comunismo no.
Vamos ahora con el capitalismo. El capitalismo no entroniza al Estado sino a lo grande. A la gran propiedad que destruye a lo pequeño o al 'gran pensamiento', es decir, al pensamiento único que vulnera las libertades En ambos casos, bienes y principios, el capitalismo lleva al monopolio y a la destrucción de lo pequeño, es decir, a la destrucción de la libertad. Nuevamente apelo al maestro: "Existen tres etapas en la vida de los pueblos poderosos. Primero, existe un poder pequeño que lucha contra otros poderes pequeños. Así, se transforma en un gran poder, que lucha contra otros grandes poderes. Y luego se conviene en un gran poder que lucha contra otros poderes pequeños pero finge que son grandes poderes".
Y a eso, claro, los chicos del siglo XXI, le llaman pluralismo.
Conclusión: el comunismo es anticristiano, porque niega a Dios, y sigue siendo uno de los enemigos a batir. Ahora se refugia en la pamplina de los nuevos derechos. Todo es derecho de los ciudadanos pero se trata de derechos que deben ser administrados por el Estado, es decir, por el Gobierno, es decir, por ellos en cuanto tengan la menor oportunidad. El socialismo, origen del comunismo, niega a Dios de entrada y de salida. De lo más reprobable.
Segundo: el capitalismo es anticristiano y es el otro enemigo a batir. No niega a Dios pero hace algo peor: lo ignora o lo recrea. Pretende convertir al mercado en Dios, en concreto a los grandes mercados (más en concreto, hoy, a los grandes mercados financieros). Más que de eliminar a Dios se trata de sustituirlo.
Sí, comunismo y capitalismo continúan mostrando sus cartas. Y cada día esas cartas huelen peor.
Posdata: ¿capitalismo y liberalismo son lo mismo No, el capitalismo defiende la gran propiedad y los grandes mercados. El liberalismo defiende -o deberíamos defender quienes nos autocalificamos de liberales- la pequeña propiedad y el pequeño mercado.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com