El Foro Ermua, una de las organizaciones de víctimas del terrorismo etarra, ha pedido por boca de su presidente, Mikel Buesa, nada menos que la dimisión del presidente de la Conferencia Episcopal Española, monseñor Luis Blázquez. No seré yo quien califique de exagerada la utopía, dado que he dejado claro que no soy partidario de que nadie dimita en la Conferencia, sino del cierre la Conferencia, toda entera, y el poder doctrinal, que es el único que debe poseer la Iglesia pase a manos de quien no lo detenta sino lo ostenta, es decir, de quien tiene realmente derecho a ejercerlo : cada obispo, en comunión con el Papa. La Conferencia es un órgano burocrático y oneroso, sin tradición alguna en la Iglesia, que, cuanto antes se clausure, mejor para todos.
Pero supongo que para don Mikel lo más grave que se le puede pedir a monseñor Blázquez es su dimisión como preside de la CEE. Y aquí discrepo. Veamos, si un españolito salió en la mañana del jueves a la calle, se empapó de titulares de prensa y utilizó unos cascos para escuchar la emisora de radio, llegaría a la conclusión de que el obispo de Bilbao se había dedicado a defender etarras e injuriar a sus víctimas. Pero resulta que no. Resulta que Hispanidad estuvo en el acto de Blázquez, un desayuno celebrado por el Foro de la Nueva Economía en la mañana del miércoles, y sus palabras fueron las de un finísimo teólogo y la de un cristiano con redaños.
En primer lugar, Blázquez habló del proceso de paz afirmando que se trataba de una paz entre comillas, porque es verdad que en el caso de Euskadi no existen dos bandos combatientes. A mi me gustaría mucho que el señor Zapatero dijera ese tipo de cosas, que tanto molestan a Batasuna. Porque, en efecto, lo que existe en Vascongadas no es un guerra entre Euskadi y España, sino unos terroristas miserables que asesinan vascos, españoles y, especialmente, vasco-españoles. La paz es lo que firman dos contendientes. En Euskadi, sólo hay un contendiente que tiene que dejar de asesinar.
En segundo lugar, Blázquez habló, sí, del perdón de las victimas, pero siguiendo el principio genial, definitivo, que en su día aportara Juan pablo II. No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón. Y aclaraba que los etarras debían pedir perdón y que las víctimas, en esa tesitura, que no en otra, deberían otorgarlo : Que se pida perdón, que se ofrezca y que se reciba.
Es más, comprensivo con el dolor de las víctimas, con un perdón que en verdad resulta difícil de otorgar, el obispo de Bilbao añadía que ese perdón no es exigible socialmente. Debe salir de un corazón valiente, muy valiente, porque para matar sólo se necesita dos cosas: ser un canalla y tener hábito, pero para perdonar hace falta todo el coraje del mundo.
Es más, con sus esplendidas palabras, Blázquez recordaba el principio básico del perdón cristiano, que exige dolor de los pecados y propósito de la enmienda. En efecto, ni tan siquiera Dios puede perdonar al hombre si este no pide perdón. La víctima podrá olvidar o podrá contener sus deseo de venganza, pero no existe perdón ni son hay petición de perdón.
Al mismo tiempo, Blázquez es muy consciente de que no puede haber una paz injusta, pero tampoco puede haber justicia si no existe perdón, porque sin perdón categoría cristiana que tiene consecuencias de carácter social en la misericordia- ningún acuerdo es posible. Por eso resultan tan absurdas las quejas del secretario general del partido Popular, Ángel Acebes, esta mañana, en El Ruedo Ibérico de A-3 TV (ver resumen de radio y TV de Hispanidad), cuando afirma que no es un problema de perdón de las víctimas sino de justicia. Es que sin perdón, queridísimo amigo, no hay justicia ni habrá paz.
Por tanto, ¿por qué debería dimitir Blázquez? Cerrar la Conferencia Episcopal no digo que no, pero dimitir, en ningún caso. Ha dicho lo que tenía que decir, lo ha dicho de forma brillante, intentando no dañar los dolorosos sentimientos de las víctimas. No ha hecho como el PP, que está en el no-perdón de las víctimas, ni como Zapatero, que busca una justicia sin perdón y una paz injusta, al que no le preocupan las víctimas ni el precio de la paz, sino convertirse en le pacificador de Euskadi y así quedarse en La Moncloa durante 25 años.
Pero recuerde la chusma de Arnaldo Otegi: Para ser perdonado, primero hay que pedir perdón.
Bien por Blázquez. Para ser perfecto, ya sólo le queda clausurar la Conferencia Episcopal como creo haber dicho antes.
Eulogio López