Cuando se plagia una obra conviene plagiarla bien. Si ya tiene el original a mano, lo menos que pues hacer es superarlo.

Esta superación es, en realidad, tecnológica: ¿por qué iba a ser mejor persona y más sabio el guionista de 1950 que el de 2009?

Pero, al parecer, la parte humanística que conforma el cine se resiste a ello: la película Pelham 123, de Tony Scott, con Denzel Washington y John Travolta es una bazofia comparada con el original de 1974, obra que tenía como protagonista a Walter Matthau.

La película de Scott está rodada más deprisa, sutilísima técnica para ocultar que no se sabe filmar, es decir, que no se sabe narrar en imágenes, y toda la documentación posible para la personificación consiste en un tratado de psicoanálisis: el malo es oligofrénico y el bueno se da al soborno. Es decir, que la modernidad ha roto con el cine clásico en ese punto: en las historias no hay buenos, sino blanditos retorcidos pero hay tampoco hay malos: sólo chiflados.

No gasten en ver Pelham 123, más bien compren el clásico o bájenlo de Internet (¡Pagando, ¿eh?!) y podrán masticar algo más real y menos estúpido.

Además se evitarán las blasfemias. La nueva Pelham ha sido distribuida en España por Sony-Columbia. ¡Pues me cisco en la Sony! Pelham está basada en una novela escrita en inglés y adaptada por unos guionistas norteamericanos angloparlantes. Ni británicos ni gringos utilizan la irreverencia hostia, porque hostia sólo hay una: la consagrada. Por tanto, el guionista traductor y los dobladores, han traducido mal y pervertido el original, lo cual, constituye el verdadero atentado contra la propiedad intelectual. Es como si un exégeta de Einstein asegurara que el maestro nunca habló del tiempo como la cuarta dimensión. Es plagiar el original, pervirtiéndolo.

Naturalmente, no hay que elevarse tanto. Lo que se pretende con esta traducción libre es ofender a los  católicos. Ya no basta con el inventado hostia. Pelham da de la irreverencia a la blasfemia pura y dura, con un me cago en la hostia puta que provoca un segundo de estupor en la sala para ser engullido por lo políticamente correcto, es decir, por el aborregamiento en el que nos movemos los espectadores. ¿Se imaginan una blasfemia sobre Alá?: ardería la sala de proyección.

Los anglosajones no blasfeman, los japoneses que distribuyen la cinta en España tampoco, los españoles no hacemos otra cosa que blasfemar contra la eucaristía. El agravio no puede quedar impune.

Por tanto, me cisco en Sony Worldwide Studios, en su presidente, señor Shuhei Yoshida, en su homólogo de Sony Computer Entertainment, Kaz Hirai, en el gran hombre, presidente de Sony Ericcson, Hideki Komiyama, en sus ceos, en su Consejo de Administración, en traductores estúpidos como los españoles y en dobladores mentecatos como los españoles. Es un arrebato, sí, pero peor sería la cobardía de no levantar la voz ante la blasfemia continuada. ¿Qué entienden estos tipos por Responsabilidad Social Corporativa?

Y, por supuesto, animo a dejar de comprar productos de Sony-Ericsson-Columbia. Ni un móvil, oiga usted.

Y si la respuesta ante esta ofensa continuada a la Eucaristía y a los cristianos es que lo hacen todos, pues habrá que luchar contra todos. No se batalla contra algunos virus de la gripe A: se lucha contra todos porque todos son igualmente nocivos.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com