Justo un día después del nuevo asesinato colectivo (al menos 90 muertos en Egipto), andaba yo en una piscina madrileña. La mayoría de las mujeres, jóvenes y viejas, más las adultas que las jóvenes, se sentían tan paralizadas por el calor que habían decidido enseñar sus domingas al sol y, de paso, a todos los varones, ancianos y niños incluidos, que pululaban por la zona. No nos vamos a detener en el hecho de que la mayoría de los ejemplares exhibieran glándulas mamarias escasas y notablemente afectadas por la ley de la gravedad, que es norma física que no perdona. Tampoco resulta particularmente reseñable el hecho de que los varones que acompañaban a tan desenfadadas señoras exhibieran una cara digna, muy digna, la calma que precede a la tempestad, especialmente cuando alguien reparaba en exceso en alguna de las catalinas más desarrolladas y astifinas. Supongo que tanto las exhibicionistas como sus parejas consideran que las tetas se enseñan, pero no se miran, una ecuación que siempre provoca feroces interrogantes entre los miembros del escenario y los de la platea.
¿Que qué tiene que ver el terrorismo islámico con las tetas de las piscinas madrileñas? Todo, señores. De hecho, hablamos de una relación causa-efecto. Muchos islámicos, consideran que Occidente es una lodazal de corrupción. Tienen razón, lo es, aunque eso no justifica sus aberraciones. Al final, en su fanatismo, acaban por considerar que todo lo que sea dañar al lupanar tiene que estar justificado de alguna forma. Quieren destrozar nuestro sistema de vida, dice Tony Blair y se lo escribe a la Reina de Inglaterra. Así es, siente verdadera rabia ante la ofensa que supone el impudor de las piscinas y playas occidentales, que no se detiene ni ante la presencia infantil, rajando así una inocencia que nunca se debió perder. Es la misma rabia que siento yo, aunque no por ello me líe a bombazos.
Quiero decir que los islámicos no tienen razón en su terapia, pero sí en su diagnóstico : Occidente está enfermo, y si no logra imponer su superioridad moral, es porque ha rechazado su propia moral, la moral cristiana, y se comporta como la guarritas de las piscinas. Es curiosa esa virtud olvidada del pudor: se nace con ella, y con un mínimo de esfuerzo se mantiene en buen estado. Pero si se pierde, resulta muy difícil recuperarla. El impudor es como el alcoholismo : una alienación de la personalidad, una enajenación. Por eso los borrachos no sienten vergüenza cuando hacen el ridículo ni el irascible siente ira cuando está en plena refriega de mamporros, ni el broncas cuando está golpeando al enemigo. Luego, recuperado el propio ser, es cuando viene el arrepentimiento o la soberbia del empecinamiento.
La impudicia, además, llega de la confusión entre moral e higiene, cada día más habitual. En la susodicha piscina recuerdo haber visto a una señora muy fina, tremendamente educada, que se embutía en su bikini cuando acudía a la cafetería. Al parecer, no se ingiere con las domingas al aire, no es higiénico, no es elegante pero sí se exhiben delante de ajenos, niños y adolescentes incluidos. Personalmente, preferiría que dichas mujeres fueran menos finas y menos impúdicas.
Y no olvidemos que la libertad personal tiene por frontera la libertad ajena, pero aún más importante que su límite, es su origen, y la libertad tiene su origen en la verdad. Las personas no nos vestimos para gustar más sino para proteger nuestra intimidad. El vestido es la defensa de la intimidad corporal de la misma forma que el silencio y las normas de urbanidad son la defensa contra intimidad de los sentimientos y las vivencias. Contra la vida a un extraño es una muestra palpable de que algo falla en nuestra alma.
Se reserva la intimidad para sí mismo y para ese ser amado que es otro yo. En el caso de la mujer, los senos tiene otra función: la de alimentar a sus hijos recién nacidos, otro acto asimismo relacionado con el amor y con la entrega. Por eso no convivimos sexualmente en público. La función de un seno, no es la de mantener la misma pigmentación que el estómago, por más que el equilibrio cromático sea una ocupación propia de artistas. Entonces se está faltando a la verdad, y una de las tragedias eternas de la historia humana es que se empieza faltando a la verdad y se acaba anulando la libertad. Esta es una ley histórica inapelable: primero se violenta la verdad, pero indefectiblemente los ataques a la verdad acaban violentando la libertad. Buena prueba de ello es que casi todas las tiranías, por ejemplo la Rusia de los soviets o el nazismo alemán decretaron el más amplio despelote sexual. Y, por cierto, siempre, indefectiblemente, el libertinaje sexual se revolvió contra la mujer.
Porque si este es nuestro sistema de vida, no me extraña que a alguien se le ocurra la idea de destruirlo. Lo cual nunca justificará a esa triste caricatura del Cristianismo que es el Islam, pero lo hace comprensible. Insisto : Occidente no precisa de ningún nuevo orden mundial, sino un nuevo orden moral. Las tetas al aire no son más que un elemento de ese nuevo orden moral y estoy de acuerdo en que no el más importante. Pero como tabú de la sociedad actual es muy poco citado. Por eso, de vez en cuando, conviene recordarlo.
Eulogio López