Dice el señor José Montilla, presidente de la Generalitat catalana, que España debería preocuparse del desapego de Cataluña. De esta forma, marca distancias entre unos y otros, ellos y nosotros, Cataluña vista desde España y España vista desde Cataluña, a pesar de que se supone que tal panorámica no es posible para la inmensa mayoría de los españoles -los que deberían preocuparse- dado que la mayoría de los implicados considera que Cataluña forma parte de España.

Montilla me retrotrae a los tiempos de mi juventud, quizás adolescencia. Los nacionalistas catalanes y vascos se comportan como esa chica melindrosa, la que se hacía de rogar, a pesar de todas las atenciones prestadas, la que te mantenía a la expectativa, jugaba a varias barajas y no rompía ninguna. Luego, una vez la habías perdido definitivamente, comprendes lo que has ganado, y tiene toda una vida adulta para congratularte con tu fracaso de antaño.

Porque claro, ¿quién debe preocuparse por el desapego catalanista? ¿Los catalanes o los españoles? Naturalmente, quien más tiene que perder con el desapego… que es el desapegado. España no suena mucho en el mundo, pero Cataluña, o Euskadi, contarían mucho menos desgajados de España. Es como lo de la Selección catalana de fútbol. La FIFA y la UEFA exigen que, como su mismo nombre indica, la Selección esté formada por seleccionados de los equipos de compiten en una misma liga, como ocurre con tres campeonatos de fútbol que conviven en el Reino Unido. Eso supone que el Barça debería jugar contra el Figueras, y para verle jugar con tan egregia formación es aún más evidente que el Barça no podría ser el Barça. El Barça es lo que es porque puede enfrentarse al Real Madrid.

Es decir, Cataluña es más grande porque está inserta en España, y España se engrandece al albergar a Cataluña (si cambian Cataluña por Euskadi la ecuación no sufre ningún desdoro).

Estoy convencido de que si los nacionalistas catalanes y vascos supieran cuán desagradable resultan sus mohines de señorita melindrosa y despectiva, cambiarían de actitud. Le resultan desagradables al español de derechas y al de izquierdas, al gallego y al andaluz, al valenciano y al canario, al valenciano y al gallego, al votante del PP y al del PSOE, al centralita y al regionalista. Esa es la razón del la animadversión, que sin duda hay que vigilar, que en todo el resto del país se siente hacia vascos y catalanes. Los melindres no hacen justificable esa animadversión, por sí la hacen comprensible. Mira Montilla: Si Cataluña siente desapego de España, son dos los que tienen un problema: el catalán y el español. Y no lo dude: en un mundo global el que pierde es siempre el separatista, existan o no separadores (más bien creo que lo que existe es gente muy harta de melindres).  

Por lo demás, señor Montilla, recuerde que el nacionalismo es un callejón sin salida. Usted no era nacionalista, y de hecho tumbó los delirios soberanista de Pascual Maragall, sólo que para mantenerse en el poder necesita de nacionalistas más bien extremos. Por eso acepta transitar por ese callejón eterno. Es un callejón sin salida porque, por un lado, los nacionalistas nunca se conforman con nada. Además, aunque los más radicales consiguieran su propósito, la independencia, siempre chocarían con la mitad de la población, seguramente más, que se siente española, y con un 90% que se negaría a una postura tan drástica. ¿Qué iba a hacer con esos catalanes a la fuerza Carod-Rovira? Sí: el nacionalismo es un callejón sin salida pues no busca el Estado de Derecho sino el tamaño del Estado.

Tiene razón Mayor Oreja cuando afirma que seguimos sin cerrar la Transición. Felipe González sabía mucho de eso, cuando, cansado de la ambigüedad de los nacionalistas vascos, le preguntó al entonces lehendakari, Carlos Garaicoechea: "Carlos, ¿hasta dónde queréis llegar?". A lo que el lehendakari, en una perfecta plasmación de lo que es el nacionalismo, respondió: "Presidente, es un proceso histórico". Lo cual es ciertísimo, dado que es un proceso muy pesado que, en efecto, se desarrolla en la historia. Como todos.

Convendría cerrar la Constitución, la Transición y la pelea. Ahora bien, será difícil hacerlo si un líder socialista, es decir españolista, vuelve a los melindres. A ver bonita, prenda, princesa, ¿estás contenta, está feliz? ¿Por qué suspiras?

No lo duden: la mejor terapia contra el nacionalismo es no hacerle caso. Claro que eso puede permitírselo quien no gobierna en coalición con los melindrosos. El balance del social-nacionalismo tampoco es tan positivo para ZP. A lo mejor debería pensárselo.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com