Ahora que ya han pasado las beatificaciones de los 498 mártires españoles del siglo XX, y se han acallado las voces interesadas en mezclar las cosas y los hechos, me parece oportuna hacer una reflexión sobre el martirio. Desde la primera época cristiana, los mártires han sido un dique frente a la pretensión totalitaria del César. Como cristianos, siempre han reconocido al Estado como un orden necesario que debe ser respetado, pero al mismo tiempo con su testimonio manifiestan el límite intrínseco a todo poder mundano: éste no puede pretender dominar las conciencias, ni definir el significado de la vida, ni negar la dignidad que cada persona tiene como imagen de Dios. Precisamente éste es el fundamento de una laicidad positiva y abierta, entendida como un espacio en el que se relacionan diferentes identidades espirituales y culturales a través de un diálogo crítico y fluido, y en el que el Estado es garante de la libertad y del bien común.
Así, es perfectamente posible una "aproximación laica" al fenómeno del martirio cristiano, que reconozca a estos hombres y mujeres el mérito de haber encarnado en cada momento histórico el límite a la tentación del poder político de convertirse en dios. Esto es algo que ilustra perfectamente la historia de los mártires de Roma, pero del mismo modo los de la revolución mexicana, los que lo padecieron bajo los regímenes nazi y soviético, y por supuesto, los del siglo XX en España. Por otra parte, los mártires reflejan la verdadera naturaleza de la fe, que no se impone sino que se ofrece con la elocuencia de su propia verdad y belleza. De hecho murieron perdonando, e incluso rezando por sus verdugos y ofreciendo su sacrificio como semilla de reconciliación. Por eso me parece especialmente apropiado señalarlos como modelo de ciudadanía, en un momento en que tanto se ha debatido sobre este concepto.
Jedo Mez Madrid
jedomezmadrid@gmail.com