Tras 48 horas de arduo esfuerzo, estrujándose las meninges, han decidido no decidir nada, decisión ardua, difícil y valiente. Para ser exactos, han decidido que cada uno haga lo que le venga en gana. Ahora bien, si cada uno hace lo que le viene en gana: ¿para qué se han reunido?
A lo mejor es que hay 20 crisis distintas y eso nos obliga, no sólo a buscar veinte soluciones distintas, sino a organizar veinte cumbres distintas. O sea, todo muy globalizado, si ustedes me entienden.
Después de todo, la institución conocida como Estado-nación, que ha marcado el mundo moderno, no debe estar tan en peligro. Por ejemplo, en Toronto pude comprobar cómo los franceses se esforzaban en que los cartelitos que identificaban a cada país participante estuvieran escritos en inglés y en francés, salvo Canadá que, al parecer, no quiere nada que le recuerde al Quebec francófono y separatista.
Y todo esto es bello e instructivo, porque la globalización es un proyecto peligroso. Puede que sea casi inevitable, pero eso no le hace más esperanzador. Por patriotismo -y eso que el patriotismo también está en crisis- puedes amar a tu país, pero no puedes amar a los ciento ochenta y tantos países del mundo mundial. Estaríamos ante un patriotismo desmesurado, excesivo.
Lo malo es que, en el siglo XXI, lo único que es global, mundial, planetario, telúrico (además, de la conjunción Obama-ZP, naturalmente), es la especulación financiera, y cuando la víbora tiene tamaño global, el cazador debe contar, al menos, con armas de tamaño global. Y todo ello nos lleva a ese fantasma, un estupendo fantasma, que aletea en cada día más mentes: la necesidad de volver al patrón-oro, o a otro patrón cualquiera, que evite la especulación, es decir, que evite la consecuencia directa de una economía sin referencias, sin anclaje real, ese océano de liquidez, ese casino bursátil, que nos ha llevado a la actual crisis.
Eulogio López
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