Conozco a José Borrell desde hace 15 años. Es un tipo inteligente, en el sentido de que sabe argumentar, pero falla en la puesta en escena, un eufemismo con el quiero decir que es un vanidoso enorme. En cuanto se sitúa en el proscenio se le va el ‘dominus tecum' y empieza a enlazar chorradas sin la menor consideración a la sensibilidad ajena. Ahora está en el proscenio, como cabeza de lista para las elecciones europeas del próximo 13 de junio. Y claro, Borrell, como Marujita Díaz, sólo busca el aplauso del público.

 

Así, en el inicio de la campaña electoral (no en la pegada de carteles, sino en el Club Siglo XXI, esa institución que por fin ha alcanzado su tiempo, aunque no su lugar), Borrell ha soltado aquello de que en la Constitución europea no puede figurar el Cristianismo porque entonces habría que recordar lo de la Inquisición y las hogueras. ¡Muy bueno, Borrell, qué grande sos!

 

El historiador Paul Jonson, un inglés con tanta retranca que merecía haber nacido en Castilla, calificaba al escritor Leon Tolstoi como "el hermano pequeño de Dios", aunque a continuación matizaba que al interesado le costaba aceptar la condición de "menor". Con Borrell ocurre lo mismo: porque si al Cristianismo hay que recordarle por las hogueras (muy poquitas, por cierto, y encendidas por el poder civil, no por los curas), al socialismo hay que recordarle por la más terrible de las plagas que han asolado el mundo desde las primeras civilizaciones cretenses: el socialismo marxista, el comunismo, leninismo, maoísmo y demás ‘ismos' salvajes que convirtieron el siglo XX en el más siniestro y homicida de toda la historia. Es el socialismo del que él participa, el marxismo de donde procede. Y eso no ocurrió hace 500 años, sino hace menos de 50, y aún sigue ocurriendo. Si al Cristianismo se le identifica con las hogueras de los herejes, al PSOE hay que identificarle con el GULAG soviético, la revolución cultural china o las grandes matanzas del pasado siglo. Los herederos del marxismo no sólo no deberían figurar en la Constitución europea: simplemente el PSOE y sus iguales deberían ser ilegalizados, al menos hasta que abjuren de sus errores y cambien de nombre.

 

Pero Borrell es listo, sabe que el anticlericalismo decimonónico y el odio al débil de la cultura de la muerte, es decir, el progresismo, es lo que va a darle la victoria en Europa. Y en esas estamos. Quiere una Europa laica y unida, supongo que por ese orden. Y sobre lo que Borrell entiende por laica… bueno, quizás no hagan falta más precisiones. Todavía no ha llamado a rebato para quemar conventos, pero lo haría de buena gana.

 

Frente a él se sitúa el insigne Jaime Mayor Oreja, como cabeza de lista del Partido Popular. Entiéndanme: yo estoy seguro de que el popular Mayor Oreja es un buen chico. Ahora bien, me preocupa un poco su carácter obsesivamente monotemático. Sus primeras intervenciones en la campaña europea han sido para advertir, sólo por enésima vez, que la unidad de España está en grave peligro. Este hombre todavía no se ha dado cuenta de que ya no es ministro del Interior ni parlamentario vasco. Porque claro, a estas alturas, habrá que recordarle que el mayor enemigo de la unidad de España no es Bilbao, sino Bruselas. Lo que va a disolver la colectividad española y el patriotismo español (insisto siempre: de suyo bueno) no es el nacionalismo vasco, sino el europeísmo de todos. Sólo que no lo va a haber por fisión, sino por fusión (y recuerden, la fusión nuclear es mucho más poderosa que la mera fisión). En plena campaña europea, Mayor Oreja no habla de la Europa que quiere crear, sino de la España que algunos se empeñan en ocultar. Es el mismo mensaje de esos periodistas y políticos que braman contra la ausencia de banderas españolas en la Boda Real o contra las muy patrióticas palabras del Príncipe Felipe de Borbón en la sobremesa del banquete, olvidando que la batalla cultural, y por tanto la batalla política, no estaba en el brindis del Príncipe de Asturias, sino en la homilía de Rouco Varela, explicando a los contrayentes, y de paso a todo el país, qué es el matrimonio y cómo el matrimonio conforma la sociedad entera.

 

Borrell sí que sabe dónde apunta. Borrell quiere una Europa progre, es decir, una Europa triste, tan desesperada como el progresismo mismo, y sabe que el enemigo de esa Europa triste es el Cristianismo y el sentido trascendente de la vida. O se tiene un sentido de la vida o se es progresista. Borrell ya ha elegido su camino. Busca el voto de todos aquellos que se han sentido atraídos por el vacío. Son multitud  y tiene todas las bazas para ganar las elecciones.

 

Mayor Oreja, por el contrario, sigue perdido en lo de las banderas. Y mientras toda la sociedad cristiana, es decir, europea, se desmorona a su alrededor, él no hará ni una sola mención al abandono de los principios cristianos que han convertido a Europa en una sociedad decadente, en una especie de pre-cadáver. No, él sigue hablando de la unidad de España.

 

Eulogio López