Decíamos ayer… que la batalla final será batalla eucarística y que uno de los signos distintivos de nuestra decadencia como individuos y como sociedad occidental son los sacrilegios y lasprofanaciones de la Eucaristía, con un mercado de compra-venta de formas consagradascada vez más pujante y evidentemente diabólico.

Es para asombrarse pero no para sorprenderse. Cuenta el libro de los dictados de Jesús a Marga -revelaciones privadas de Cristo a una madre de familia madrileña- lo siguiente: "Viene la era del Anticristo, amada: su ejército ha crecido en lo escondido. Ahora está oculto, pero llegará un día, y se acerca el momento, en que se manifestará".

La marca de la Bestia son los ataques a la Eucaristía, en todas sus formas. Todo pasa por el Sagrario, hasta el próximo Sínodo de la Familia, a celebrar en octubre. Por eso, no estaría de más vigilar algunos puntos, que paso a concretar, como mi habitual ignorancia canónica, en las siguientes sugerencias:

- Comulgar en la boca y de rodillas. Sí, está permitido comulgar en la mano y ya no se ponen reclinatorios, pero resultaría interesante planteárselo… si realmente creemos que la forma es el mismo Cristo.

- Aumentar las exposiciones permanentes (24 horas al día, 365 días al año), así como la exposición del Santísimo en la custodia. En Madrid, región de más de 6 millones de habitantes, sólo existen dos adoraciones permanentes. Se trata de sacar al Santísimo del Sagrario y exponerlo a la vista de los fieles. Cuando eso ocurre puede suceder cualquier cosa, incluido el milagro de la conversión del corazón.

- Volver a la campanilla que anuncia a los fieles el momento de la transustanciación para arrodillarse durante la consagración y animar a hacerlo a todos los presentes. El lenguaje del cuerpo es vital para las personas, seres anfibios de cuerpo y alma.

- No oigo hablar, ni en los sermones ni en las catequesis, de las tres condiciones para comulgar bien: estar en Gracia de Dios, no haber comido ni bebido una hora antes de comulgar y saber a quién se recibe. Y la primera es la más importante.

- Por eso, tampoco oigo hablar de la necesidad de confesar antes de comulgar. En España es realmente difícil encontrar confesionarios con sacerdote dentro (es fundamental que haya bicho porque, si no hay bicho, no hay confesión). Y deben ser presbíteros con las dos "c" necesarias para la confesión: claridad y cariño.

- El Santísimo debe ser administrado, y llevado a los enfermos, por sacerdotes o por vicarios acreditados por la jerarquía. Siempre recordaré la charla reciente con un sacerdote amigo. Al concluir, me dijo que debía lleva la comunión a una enferma, por tanto "no podemos hablar desde el momento en que porte al Santísimo". Y así fue. No despedimos con un gesto.

- De vuelta al Sínodo de octubre: negar la comunión a quien vive en situación irregular o a quien escandaliza, porque el primer acto de misericordia es con el Santísimo, que se ha abandonado y anonadado en nuestras manos. Un regalo tan irracional como razonable.

- No esconder el tabernáculo. O el Sagrario constituye el centro de la Iglesia y el ángulo de las miradas o  algo está fallando. La arquitectura de los templos debería tenerlo presente. Los párrocos, todavía más.

- Aumentar el número de eucaristías. Nunca en la historia de la Iglesia se han dado tantas facilidades para comulgar… ¡a diario! Cuantas más eucaristías mejor. La Iglesia vive de la Eucaristía, clamaba Juan Pablo II, y yo, que no soy Karol Wojtyla, añado: y el mundo sobrevive gracias a la Eucaristía

- ¿Cómo hemos respondido a esa gracia extraordinaria de esta etapa fin de ciclo Pues yo diría que mal. La prueba del nueve es que, al menos en España, resulta que el número de fieles que comulgan son los mismos que hace 50 años mientras el número de fieles que confiesan no llegará ni a la tercera parte -tirando por lo alto-; eso quiere decir algo y ese algo no es bueno.

Termino con una anécdota. Eucaristía del pasado sábado 17, en la Basílica romana, muy próxima al Vaticano, que Juan Pablo II dedicó a la Divina Misericordia. Dos tipos de cristianos separados por poco más de cinco metros. El uno no dejaba de hacer signos ostentosos en los momentos clave de la consagración, el canon y el prefacio de la comunión. Se convirtió en el numerito de los allí presentes. No me gusta. La Eucaristía es pública pero el amor a Cristo es privado.

Ahora bien, a esa distancia, frente a un altar retirado, pude ver a una mujer, sentada en el suelo, despatarrada durante el momento de la consagración. Ni se molestó en incorporarse o en sentarse debidamente. Me molestó más la descarada que el pío. Son los dos prototipos que veo en las Iglesias, mucho más numerosos los despatarrados que los exagerados.  

Cierto, son pequeñas cosas, pero es que el hombre es un ser pequeño asomado a la puerta que se abre sobre el Infinito. Pero esas pequeñas cosas demuestran sí se cree o no se cree en la transustanciación. Y no se cree en la transustanciación entonces no podemos llamarnos católicos. Porque a nadie se le obliga a ser cristiano. Pero si decides serlo, debes saber que no se trata de una religión a la carta. Es un menú hecho. Lo tomas o lo dejas. Con entera libertad pero sin troceos.

Son pequeñas cuestiones, sí, pero todas ellas pueden resumirse en una sola: sólo quien cree que en la hostia y en el vino consagrados está el mismísimo Dios Creador, le tratará como Él se merece.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com