"Al sentir durante la confesión la incertidumbre del confesor, no descubro mi alma a fondo sino que solamente me acuso de mis pecados. Si el sacerdote mismo no tiene serenidad no la da a otras almas".
En su diario, Santa Faustina habla mucho de confesión. En sus revelaciones, Cristo le ordena obediencia al confesor incluso cuando sus indicaciones contradicen las directrices recibidas en las propias revelaciones del Salvador.
No soy sacerdote pero siempre he sentido que si el penitente lo pasa mal al humillarse ante un hombre (que es la única humillación posible, humillarse ante Dios es fácil salvo para aquellos en que la soberbia se ha convertido en patología psíquica, en neurosis) para el confesor debe ser un auténtica tortura. Es él quien debe explicar, con todo cariño, al penitente sus fallos y, sobre todo, el fallo de sus fallos, que siempre es el orgullo, ése que sólo muere 24 horas después de fallecido el sujeto, a veces 48.
Tras volver de Roma y previo paso por la ciudadela de Ars, sede de uno de los mejores confesores de todos los tiempos, Lolek comienza a encerrarse en el confesionario. Si algo distingue el cristianismo del siglo XXI es que no disminuye mucho el número de comulgantes pero sí el de confesantes. ¿Eucaristía sin penitencia Curiosa ecuación.
En las 'garitas' rurales de la Polonia comunista se va a forjar el conocimiento del alma humana de la que va disponer el futuro autor de la teología social y de la teología del cuerpo, dos de las espadas de su papado.
Pero, sobre todo, Wojtyla recoge el patrimonio de Kowalska y lo lleva a la práctica. Ese carácter consistía en lo que el fundador del Opus Dei, San Josemaría Escrivá, resumiría como "ahogar el mal en abundancia de bien". Me explico, ambos, la santa y el próximo beato, renunciaban a la crítica sobre la labor ajena, que puede ser noble pero casi siempre infructuosa, para actuar en positivo. Lolek no era partidario de grandes discursos para denunciar la ruptura de la familia -verdadera obsesión de los comunistas- que ejercitaba el Régimen comunista polaco y que, consistía, principalmente, en separar a los niños de los padres e intentar, a través de los colegios y de las organizaciones juveniles del Régimen fomentar las relaciones sexuales tempranas y la falta de formación catequética. Sencillamente, reunía las familias en la Iglesia para formar a padres e hijos, en común. Nadie podía denunciar que Wojtyla estuviera creando organizaciones juveniles ilegales, y él aprovechaba para formar a los hijos en presencia de los padres y que el compromiso con Dios abarcara a toda la familia. Con los universitarios aprovechaba sacramentos y homilías para explicar a los novios que "amar es lo contrario de utilizar" y que el apetito sexual es un don de Dios que debe ejercitarse pensando siempre que al otro lado de la relación sexual hay un "ser humano que no desea que le hagan daño, alguien a quien uno debe amar… si respetamos que el deseo forma parte del amor, no violaremos el amor".
Adentrándose a lo que sería la revolución feminista, una de las revoluciones que más amargura han causado en el mundo, Lolek se dirigía a los matrimonios con una fórmula revolucionaria: ni el hombre debe someter a la mujer ni la mujer al hombre, pero la conclusión de ese silogismo no es que ambos mantengan una veleidosa independencia respecto al otro sino justamente la contraria. La clave de la relación entre hombre y mujer en el matrimonio es "sumisión recíproca".
Al parecer fueron muchos los novios y los cónyuges que, con estos planteamientos, tan antiguos que resultaban nuevos, volvieron a ilusionarse con formar una familia o reformar la que ya tenían. El matrimonio se convertía en una aventura apasionante, sólo acta para héroes y poetas, es decir para todo el mundo.