Sr. Director
Hace unos días tuve la oportunidad de ver una miniserie titulada "Hijos del tercer Reich", en ella cinco jóvenes alemanes, tres chicos y dos chicas se reúnen para despedirse antes de incorporarse a sus destinos.Dos de ellos al frente y una de ellas, también al frente como enfermera. Animosos, orgullosos de ser alemanes, y dispuestos a comerse el mundo. Se despiden hasta las próximas Navidades, cuando esperaban que la guerra ya estaría terminada. Era el verano de 1941.
Cuatro años después se vuelven a reunir en el mismo sitio, desvencijado, en ruinas, tres de ellos; dos de los chicos y una de las chicas, la enfermera. Los otros dos habían muerto, uno en el campo de batalla, y la otra fusilada, después de haber sido durante la guerra una cantante emblemática del Reich. Sus vidas, cambiado tremendamente, sin orgullo y asqueados en lo que habían participado.
Tenemos entre nosotros ahora también unos chicos orgullosos, que se creen más que nadie, que van a cambiar nuestro mundo, empezando por la nación donde nacieron, se criaron, y se educaron. Que no les valen las reglas que generaciones anteriores se dieron para nuestra convivencia, que les ha permitido crecer y vivir a ellos en una libertad, que los que las pusieron no gozaron cuando eran jóvenes.
Son los Hijos de la Izquierda, ésta izquierda nuestra que se arroga una superioridad ética, cultural, y hasta moral, que no poseen, ni jamás han poseído. Como si de los treinta y seis años, que dentro de pocos días cumpliremos de nuestra Constitución y de vida democrática, ellos no hubieran Gobernado nunca. ¡Y lo han hecho durante veintidós largos años! Y vienen diciendo a los que son jóvenes como ellos, o menos jóvenes, las mismas recetas que siempre han predicado y con las que en los dos períodos de su gobernación, terminó España arruinada, económica y moralmente.
Estos Hijos de la Izquierda, son también el resultado de una educación dominada en España durante cuarenta años por ellos: en los Institutos, en la escuela llamada Pública, en las Universidades. Mucho cuidado con pegarle una "patada al edificio", que tanto esfuerzo costo levantar, cuyos cimientos se mancharon con la sangre del terrorismo de muchos españoles. Puede ocurrir como en la historia que relato al principio: que muchos de ellos, y otros, paguen la megalomanía, el engaño, y el ansia de poder de unos pocos.
Decía Ortega y Gasset: "Las épocas post-revolucionarias, tras una hora muy fugaz de aparente esplendor, son tiempos de decadencia" (1). Y más adelante añade: "el alma tradicionalista es un mecanismo de confianza, porque toda su actividad consiste en apoyarse sobre la sabiduría indubitada del pretérito. El alma racionalista rompe esos cimientos de confianza con el imperio de otra nueva: la fe en la energía individual, de que es la razón momento sumo. Pero el racionalismo es un ensayo excesivo, aspira a lo imposible". Sustituyamos para su mejor comprensión, si queremos, alma tradicionalista, por sentimiento conservador, y alma racionalista, por sentimiento progresista tal como ahora se interpreta lo de "progre", y el pensamiento lo adecuaremos a nuestros días. (1.-Epílogo sobre el alma desilusionada).
Nos ha llegado el momento de demostrar, por muchas razones, si estos años pasados nos han servido para madurar en la vida de la democracia, en la convivencia, y si somos personas. Y lo tendremos que hacer todos: la sociedad española en su conjunto, los Medios de comunicación, el ámbito de la Cultura, el de la Empresa y el de la Política. Hemos de corregir y remozar el edificio, pero no derribarlo. Para ello tendremos que hacer un gran ejercicio de serenidad y sobre todo de humildad.
Nuestros pies son de barro,
Pues de barro fuimos hechos,
Y si más nos encumbramos,
Desde más alto caer Podemos.
Para el hombre el sábado fue hecho,
No el hombre se hizo para el sábado.
J. R. Pablos
Hace unos días tuve la oportunidad de ver una miniserie titulada "Hijos del tercer Reich", en ella cinco jóvenes alemanes, tres chicos y dos chicas se reúnen para despedirse antes de incorporarse a sus destinos.Dos de ellos al frente y una de ellas, también al frente como enfermera. Animosos, orgullosos de ser alemanes, y dispuestos a comerse el mundo. Se despiden hasta las próximas Navidades, cuando esperaban que la guerra ya estaría terminada. Era el verano de 1941.
Cuatro años después se vuelven a reunir en el mismo sitio, desvencijado, en ruinas, tres de ellos; dos de los chicos y una de las chicas, la enfermera. Los otros dos habían muerto, uno en el campo de batalla, y la otra fusilada, después de haber sido durante la guerra una cantante emblemática del Reich. Sus vidas, cambiado tremendamente, sin orgullo y asqueados en lo que habían participado.
Tenemos entre nosotros ahora también unos chicos orgullosos, que se creen más que nadie, que van a cambiar nuestro mundo, empezando por la nación donde nacieron, se criaron, y se educaron. Que no les valen las reglas que generaciones anteriores se dieron para nuestra convivencia, que les ha permitido crecer y vivir a ellos en una libertad, que los que las pusieron no gozaron cuando eran jóvenes.
Son los Hijos de la Izquierda, ésta izquierda nuestra que se arroga una superioridad ética, cultural, y hasta moral, que no poseen, ni jamás han poseído. Como si de los treinta y seis años, que dentro de pocos días cumpliremos de nuestra Constitución y de vida democrática, ellos no hubieran Gobernado nunca. ¡Y lo han hecho durante veintidós largos años! Y vienen diciendo a los que son jóvenes como ellos, o menos jóvenes, las mismas recetas que siempre han predicado y con las que en los dos períodos de su gobernación, terminó España arruinada, económica y moralmente.
Estos Hijos de la Izquierda, son también el resultado de una educación dominada en España durante cuarenta años por ellos: en los Institutos, en la escuela llamada Pública, en las Universidades. Mucho cuidado con pegarle una "patada al edificio", que tanto esfuerzo costo levantar, cuyos cimientos se mancharon con la sangre del terrorismo de muchos españoles. Puede ocurrir como en la historia que relato al principio: que muchos de ellos, y otros, paguen la megalomanía, el engaño, y el ansia de poder de unos pocos.
Decía Ortega y Gasset: "Las épocas post-revolucionarias, tras una hora muy fugaz de aparente esplendor, son tiempos de decadencia" (1). Y más adelante añade: "el alma tradicionalista es un mecanismo de confianza, porque toda su actividad consiste en apoyarse sobre la sabiduría indubitada del pretérito. El alma racionalista rompe esos cimientos de confianza con el imperio de otra nueva: la fe en la energía individual, de que es la razón momento sumo. Pero el racionalismo es un ensayo excesivo, aspira a lo imposible". Sustituyamos para su mejor comprensión, si queremos, alma tradicionalista, por sentimiento conservador, y alma racionalista, por sentimiento progresista tal como ahora se interpreta lo de "progre", y el pensamiento lo adecuaremos a nuestros días. (1.-Epílogo sobre el alma desilusionada).
Nos ha llegado el momento de demostrar, por muchas razones, si estos años pasados nos han servido para madurar en la vida de la democracia, en la convivencia, y si somos personas. Y lo tendremos que hacer todos: la sociedad española en su conjunto, los Medios de comunicación, el ámbito de la Cultura, el de la Empresa y el de la Política. Hemos de corregir y remozar el edificio, pero no derribarlo. Para ello tendremos que hacer un gran ejercicio de serenidad y sobre todo de humildad.
Nuestros pies son de barro,
Pues de barro fuimos hechos,
Y si más nos encumbramos,
Desde más alto caer Podemos.
Para el hombre el sábado fue hecho,
No el hombre se hizo para el sábado.
J. R. Pablos