Ya sé que ustedes pensaban que conocían todo, absolutamente todo, sobre el asesino caníbal más famoso del cine: Hannibal Lecter. Pues bien, el veterano productor Dino De Laurentiis cree que no, que es posible estirar el hilo de la historia si con ello consigue pingües beneficios. Y con esta va… la cuarta secuela de la saga (es decir, El silencio de los corderos, Hannibal y El dragón rojo).
Hannibal, el origen del mal explica las razones por las que un jovencito de la aristocracia lituana cambia los hábitos alimenticios de todo buen nacido y pasa a degustar carne humana. El origen (y no les desvelo nada porque aparece en todas las sinopsis de la película que lean) se debe a que unos malvados soldados hambrientos, a finales de la Segunda Guerra Mundial, se comieron a su hermana. Por ello, a partir de un arranque (que nadie negará que está bien rodado), todo este thriller se resume en la venganza que emprende ese jovencito contra los asesinos de Misha (su hermanita).
Dino de Laurentiis no ha escatimado en gastos en esta secuela. Todo vale para hacer caja, incluso incluir en el argumento una rocambolesca subtrama en la que tiene un papel relevante una misteriosa "tiastra" oriental (Gong Li). Pero ni el trabajo del escritor de la novela original (El silencio de los corderos), Thomas Harris, ni el fichaje de un eficiente director, Peter Webber (La joven de la perla) y de un prometedor actor Gaspar Ulliel (Largo domingo de noviazgo) elevan el nivel de este film que carece de originalidad y resulta bastante aburrido. Eso sí, seguro vuelve a llenar las salas cinematográficas. Lo que me suscita una pregunta: ¿Qué interés puede tener el espectador medio en ver películas morbosas alrededor de asesinos en serie? Por favor, si saben la respuesta me la envian…
Para: Los que sepan capaces de "deglutir" una cuarta secuela carente de originalidad.