El periodista-editor, y sin embargo buena gente, Alex Rosal Valls-Taberner, vino a verme hace poco más de un año para animarme a escribir una biografía sobre algún banquero español. Le respondí que sólo veía uno que atesorara pasado y presente, historial y humanidad, suficientes como para que su biografía pudiera resultar interesante. No es que los banqueros de antes fueran santos y los de ahora demonios les aseguro que no, sino que los de antes eran empresarios y los de ahora son financieros. Es decir, muchísimo peor. Ya saben: empresario es el que monta un proyecto y lo gestiona; financiero sólo es el que compra y vende. Los de antes, aquellos que se abrochaban los tres botones de la americana, no tenían ni la menor idea de opas, pero les gustaba ser empresarios para crear empresa, no para ganar dinero, como los de hoy. Y ganar dinero no es algo inmoral, es sólo vulgar.
Pues bien, el dije que en mi opinión sólo había un personaje que respondiera a esas características: Me refería al presidente del Banco Popular, Luis Valls Taberner, entonces ya ex presidente, que había cedido el testigo al jovencísimo Ángel Ron (octubre de 2004). No pudo ser, porque Valls se negó siempre a colaborar con un biógrafo o a redactar sus memorias. Sabía que las memorias de quien ha vivido mucho pueden herir a mucha gente, y también se lo impedía cierto convencimiento de que lo suyo tampoco era para tanto. Sí, así lo creía. Luis Valls era uno de esos tipos que no quieren pasar a la historia su principal afición era la historia- ni dejar huella, es decir, no sufría del mal que aqueja a los poderosos.
Pero volvamos al carácter de Valls y a la forma de funcionar de aquellos banqueros del paleoceno inferior. La clave, lo que les distinguía de los actuales, era la austeridad. Las retribuciones, gabelas y privilegios de los que disfrutaba un Pablo Garnica como presidente de Banesto, o un Alfonso Escámez como mandamás de Central, los dos bancos más importantes de la época, no representan ni la vigésima parte de los que cobran y disfrutan hoy Francisco González y Emilio Botín, los dos grandes banqueros del momento. ¡Qué digo! Cualquier subdirector general (en pesetas-euros constantes) de cualquier banco mediano cobra hoy más que lo que cobraban Garnica, Escámez o Valls. Y sus parafernalias de asesores, responsables de imagen, abogados, responsables de seguridad, de transporte, de logística, etc, harían que el viejo Garnica se llevara las manos a la cabeza y nos emplazara a todos para las futuras crisis de la banca y la economía nacionales. Que no llegó con él, sino cuando él fue expulsado por los nuevos ricos. En 2006 aceptamos como bien merecidas las remuneraciones de los Botín, FG, Alfredo Sáenz o Goirigolzarri, el doble del dinero que hace una docena de años escandalizaba al país e incluso dio en la cárcel con algunos financieros. Debe ser cosa del progreso y, sobre todo, de los progresistas, gente que precisa mucho dinero en su esforzada tarea por el progreso del mundo... como su mismo nombre indica.
Pero Valls hizo de la austeridad, no sólo un modo de conducta profesional, sino una forma de vida. Cuando invitaba a comer a alguien en la sede del Popular, en el madrileño edificio Beatriz, pedía exactamente lo mismo que su interlocutor. Si el invitado fumaba, fumaba él también; si el invitado bebía, bebía el también. Si no, prescindía de ambas cosas con idéntica paz. No se trataba ni de fumar, ni de beber, ni de comer: se trataba de que el otro se sintiera cómodo. Nunca te echaba, nunca te cortaba. El que fuera secretario general técnico del Popular, el inolvidable y locuaz Manuel Martín, fue ascendido al cargo tras una conversación con Valls. Martín lo explicaba así: Me preguntó qué me parecían los Presupuestos. Yo comencé a hablar de los pros y contras que yo veía en los Presupuestos del Estado, entonces en discusión parlamentaria. Continué hablando durante poco más o menos una hora, mientras Luis me escuchaba atentamente. Cuando ya no me quedaba saliva, me aclaró que su pregunta se refería a los presupuestos del Banco.
Nunca tuvo patrimonio inmobiliario, ni coches de lujo, ni yates. El dinero que ganaba y el dividendo que recibía era para comprar acciones del Popular, como presidente que era del mismo. Si no fuera por ese necesario paquete de acciones, podría decirse de Luis Valls que vivió como un eremita o un comunista. Más bien lo primero que lo segundo, porque los comunistas odian la propiedad privada... ajena.
Era exquisito, sí, pero sólo en el respeto a los demás. En su vida, parecía un monje trapense. Así, cuando Jesús Polanco toma el mando de la Fundación contra la drogadicción y toca a rebato (a ver quién era el guapo que se atrevía negarle dinero a don Jesús), Valls preguntó: ¿Se puede decir que no? ¿No? Pues entonces sí. Ni Polanco y Cebrián, eternos receptores de profundas injurias dignas de cruel venganza (venganza ejercitada en las páginas de El País y en los micrófonos de la Cadena SER), consiguieron nunca sentirse ofendidos por Luis Valls.
Cuando se retiró, en octubre de 2004, se retiró de verdad. Se fue a residir a un centro del Opus Dei, asociación católica a la que pertenecía desde 1945. Un numerario amigo recuerda que a vez que acudía a dicho centro,"siempre me recibía Luis. Parecía el portero. Y eso que no me conocía de nada.
No insistiré en que el principal mérito de Luis Valls no fue convertir al Popular en el banco más rentable del mundo, sino terminar con la participación en beneficios de los consejeros (consiguió que renunciaran a ella voluntariamente). Es decir, acabó con el gran chollo de los consejeros bancarios y de grandes empresa, con los que ningún código, ni el Olivencia, ni el Aldama, ni la responsabilidad Social Corporativa (o lo que es más grave, la muy reputativa corporación) han conseguido controlar.
Por último, trató a los periodistas como nadie, jamás, les había tratado en la historia del periodismo económico español. Ningún presidente de banco ha hablado tanto con periodistas (he dicho periodistas, no editores) como Luis Valls. Reto a cualquier periodista bancario español a que ponga un solo ejemplo en el que Luis Valls haya intentado censurarle o amedrentarle, o que haya llamado a su director para que "le controle desde arriba"
¿Le respondió la prensa con la misma moneda? En parte sí, ciertamente. Sin embargo, los comentarios de muchos colegas sobre el presidente del Popular aparecían siempre teñidos por una nube de desconfianza, como si Valls fuera un ser taimado, lejano y un punto hipócrita. De ahí lo de banquero florentino.
¿Cuál era la razón de esta animadversión periodística, a veces poco disimulada, hacia Luis Valls? Pues sencillamente, que era miembro del Opus Dei, que durante mucho tiempo fue sinónimo de catolicismo coherente con su fe y evangelización activa. Y, naturalmente, paral os modernos, es decir, para los pasados de moda, que tanto abundan en esta mi querida profesión, no se puede ser cristiano y buena persona: eso sería tanto como verse obligados a reconocer la supremacía de Cristo, algo que debe ser evitado con mucho tiento.
Pero de florentino no tenía nada. Fue un banquero austero, que no deja de ser la principal virtud de un empresario. Cuando alguien es austero su pertenencia a la izquierda o a la derecha se convierte en poco menos que una fruslería sin importancia. La austeridad supera al capitalismo y al socialismo por extensión, pues ambas ideologías dictan como ha de repartirse la riqueza, mientras el austero se exime a sí mismo de la lucha por el reparto antes de que comience el duelo. Por eso, por las manos de un hombre austero pueden pasar miles de millones de euros: estarán siempre seguros, a salvo de la codicia. El austero es un tipo que nunca juega con el dinero de los demás, en tal caso con el suyo propio. Es decir, que lo único que tiene que aprender un banquero, arquetipo del hombre que trabaja con el dinero de los demás, es precisamente austeridad. El reto, la técnica bancaria, se aprende en dos patadas. Su tecnología, aunque se rodee de conceptos marmóreos y terminología pedante, no deja de ser la tecnología del chupete.
No le voy a desear a Luis Valls que descanse en paz. Se que ya lo hace, y mi fuente informativa es muy fiable. Y estoy seguro que, desde ese Cielo que sacia sin saciar, seguirá pronunciando alguna que otra de sus afamadas maldades con las que tanto disfruté. Ahora, sin autocensura de ningún tipo. Son las ventajas de la muerte, que las tiene, y muchas.
Eulogio López