Sr. Director: Lo que hay en el País Vasco es eso: genocidio electoral. Más de 300.000 vascos no vasquistas han sido obligados a exiliarse fuera de esa región española por los violentos, por las amenazas, por la persecución a sus hijos, esposas y abuelos; por el vacío en las tiendas, por el acoso en las escuelas a sus hijos, por el desprecio mostrado en voz alta a los que no piensan como ellos. Por eso, quien se ha beneficiado de ese vacío es genocida por contagio: nacionalistas de violencia institucional, y pasivos socialistas que no denuncian la democracia que se apoya en esta forma moderna de genocidio sociológico. Cualquier resultado electoral en estas condiciones debería ser invalidado. Incluso retroactivamente. Autoridades supranacionales debería haber para impedir tal desaguisado. Todos recordamos la cara de aquel agricultor albano-kosovar, expulsado de sus tierras por los paramilitares serbios. Llorando, con el tractor rebosante de viejos, mujeres, niños y adultos. O aquellos trenes también repletos de expulsados de su tierra en la misma ocasión. A toda Europa se le revolvió el estómago. Eran imágenes que creíamos de otros tiempos, del Imperio Austro-Húngaro o así. Pero no, eran de la década de los 90, a punto de acabar el siglo XX. La conciencia occidental se conmocionó, y acabó reaccionando. Pues bien, ahora está pasando lo mismo. Todos los días, desde hace treinta años, hay un coche que sale del País Vasco, con vascos expulsados, llorando en silencio, dando con su vacío más valor porcentual a los votos canallas de los nacionalistas violentos y filoviolentos. Toda votación en aquel territorio habida desde que se da este fenómeno es fraudulenta. Todas. Si hubiera habido elecciones legítimas, y no sólo legales, en el País Vasco, los separatistas serían minoría, y en caso de formar coaliciones, tendría que dejar muy lejos sus deseos independentistas. La mayoría sociológica lo exigiría. 300.000 votos socialistas o españoles así lo impondrían. Porque no hay ciudadanos con derecho natural al territorio que ocupan. La democracia lo exige así. No vale limpieza de sangre o de ideología nacionalista para tener más derecho que otros al territorio. Hay extinción de votantes, como en la Alemania hitleriana hubo extinción de judíos gitanos y otras razas tenidas por inferiores por la horda nazi. En el País Vasco hay persecución de españoles. A punto se está de ponerles la estrella amarilla para señalarlos por la calle. Aunque no hace falta. Todo aquel que se va tras de la cortina para cerrar su voto, secreto, es reo de traición al delirio eusquérico, y señalado va ya sin necesidad de estrella alguna. Insisto, transigir con esto es tolerarlo y legitimarlo. Es comprender la actitud de todos aquellos ciudadanos alemanes que, en tiempos anteriores a la invasión de Polonia, no querían saber qué les ocurría a sus vecinos judíos, que un día, de madrugada o no, eran sacados por la fuerza de sus casas. Desaparecían tras de la puerta de un campo de concentración. Vale
Santiago Delgado santdo@gmail.com
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11/12/24 12:10