Han pasado más de tres años, desde que se aprobó en Las Cortes Generales de España, Congreso y Senado, el nuevo estatuto de autonomía, para la Región autónoma de Cataluña; previamente había sido aprobado en el Parlamento de esta Región autónoma.
En su refrendo sólo consiguió el 30% de los catalanes con derecho a voto, en comparación con el anterior estatuto que fue refrendado por cerca del 70%.
Casi de inmediato, fueron presentados ante el Tribunal Constitucional, diversos recursos de Inconstitucionalidad. Teniendo en cuenta el tiempo transcurrido, sin que el Alto Tribunal se haya pronunciado sobre tan importante norma, se puede asegurar que el mencionado texto transgrede totalmente la Constitución Española vigente. En consecuencia se puede dictaminar que es Inconstitucional.
El Tribunal Constitucional, está formado actualmente por personalidades, magistrados y catedráticos de muy reconocido prestigio que sin lugar a dudas aman y conocen su profesión, con sus aciertos y sus carencias como toda persona humana. Ellos saben hace tiempo, como profesionales, que el texto que les han puesto en sus despachos para dictaminar no hay, como diría el dicho popular, por donde cogerlo, ni con pinzas. Esto en lo íntimo de su saber y de su corazón.
Pensando en ellos, y en el tema que nos ocupa, me viene a la mente aquella conversación que relata la Biblia, con ocasión de la supervivencia de la ciudad de Sodoma, entre Dios y Abraham: ¿Señor si hubiera 50 justos perdonarías la ciudad?, la perdonaría contestó Dios. ¿Y si hubiera 40? Los perdonaría volvió a contestarle el Señor; y así hasta los 10. Tampoco había 10. Y Sodoma fue aniquilada.
Si el Texto del Estatuto de Cataluña fuera un 80% constitucional, ya tendríamos sentencia; si fuera el 70% constitucional, tendríamos sentencia; si fuera un 50% constitucional, ya tendríamos sentencia. Podríamos seguir bajando y nos pasaría como a Abraham, ni siquiera el 10 es constitucional. Ya desde el preámbulo es inconstitucional.
Y así tenemos a doce personas, hombres y mujeres, unos teniéndolo más claro y otros con una lucha interior entre la lealtad a su profesión y conocimientos, o a aquellos que los nombraron. Y alguna de estas personas cuando ha tratado de comunicar el problema se ha llevado hasta un rapapolvo público.
Les pediría como español, un español don nadie, que ama a su tierra, su patria, su Nación donde nació, vive y espera morir en paz, que demuestren lo que son, unos grandes profesionales del derecho y la justicia, y no tengan en cuenta más que esto. Además, tienen ocasión de pasar a la historia a lo grande, y que recuerden con cariño y afecto al primer Presidente de este alto Tribunal, que murió de pena. Se lo agradecerán por muchos años los catalanes -no algunos políticos-, Cataluña, el resto de los españoles, y España.
J. R. Pablos-Peromato