Un tuitero, o tuitera, con nombre falso, porque el pecado de Internet es la cobardía del anonimato, lanzaba una blasfemia olorosa sobre Dios y su Santa Madre. Su zafiedad demostraba que era un reto, y la verdad es que la primera reacción era la de partirle la cara al malnacido y la segunda la de responderle en los mismo términos.

Además, si entramos en una discusión civilizada donde se le reconviene que no ofenda a Dios ni al prójimo, nos saldrá con la acostumbrada dualidad de que Dios no existe pero sí existe lo creado, y que la virginidad de María es un invento o que, lo más socorrido, está ejerciendo su libertad de expresión, una maravillosa realidad que los miserables aprovechan para convertirla en libertad para ofender. 

Así que optaremos por el sosiego y el desagravio -consuelo- a los ofendidos, pero, créanme, mantengo las ganas de arrearle un puntapié en las malolientes posaderas de este malnacido. 

Pues bien, el día 8 celebramos la Inmaculada Concepción de María, patrona indirecta de Europa (la bandera europea no es otra cosa que un honor a la Inmaculada) y patrona oficial de España... porque fue España la nación que con más ahínco luchó por reconocer ese tercer dogma mariano (1854).

San Juan Pablo II habló de la Tierra de María, y ahora toca hablar de la nación de María, que es el propósito lógico de esta Festividad de la Inmaculada Concepción: que España vuelva a ser la Tierra de María. Ahí nos lo jugamos todos.