Por tu bien, por el de todos, úsalo.
Pero yo me he quedado con la primera parte del mensaje. Porque es cierto : sin preservativo, puedes contraer cualquier enfermedad de transmisión sexual (con él también, pero dejémoslo) e incluso, si no te provees de goma para la entrepierna, puedes contraer algo infinitamente peor: puedes contraer un hijo. Y eso, queridos amigos es del todo inadmisible.
La idea que late al fondo de la costosa campaña pro-condón es, pues, profiláctica. Antes que nada, el látex hay que utilizarlo por higiene, por asepsia. Es lo que Chesterton llamaba la superstición del jabón, y cuya plasmación social explicaba de esta guisa. Existen distinguidos educadores, obispos, rectores, universitarios y grandes políticos que en el curso de los elogios que, de tiempo en tiempo, se prodigan a sí mismos, identifican la limpieza física con la pereza moral Como si nadie supiera que mientras los santos pueden permitirse el ser sucios, los seductores tienen la obligación de ser limpios. Como si nadie supiera que la prostituta debe ser limpia porque su negocio es cautivar, mientras que la buena esposa pude ser sucia porque su negocio es limpiar. Como si todos nosotros no supiéramos que cada vez que el trueno de Dios retumbe sobre nuestras cabezas es muy probable que encuentre al hombre más sencillo en un cajón de estiércol y al más complicado villano en una bañera
A doña Elena Salgado, cuyo rojerío juvenil duró hasta que se enfundó, no un condón, sino un traje de Vogue, le gusta el condón porque le gusta la higiene, lo simétrico, lo aséptico : es decir, le gusta la muerte. La vida, las cosas que crecen, ya tienen el germen de la corrupción desde el momento mismo de nacer. La vida se corrompe, la vida es asimétrica, la vida expele aromas, pero también hedores. La vida no tiene nada que ver con la alta costura, ni con el lujo, que siempre utiliza naturalezas muertas. El condón es justamente eso : no está claro que evite el SIDA, pero evita el hijo, evita la vida.
Como digo, a doña Elena Salgado ya no le queda nada de roja. El nuevo proletariado lo constituyen los padres y madres de familia, aquellos que no le cierran las puertas a la vida con una barrera de látex. Aquellos para los que el sexo es vida y hay que vivirlo a pelo, que dirían en mi Asturias natal. Los hombres y mujeres que se entregan mutuamente no necesitan preservativos: su función no es seducir, es crear. Y la creación de vida, siempre exige que alguien se manche las manos. El nuevo proletariado no usa condón.
Por cierto, a doña Elena le gusta tanto la muerte que no ha dudado en meter baza, y ella, toda una ministra cuyas competencias abarcan al conjunto del país, se ha empeñado en llevarle la contraria a un Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, de nombre Lamela, cuyo pecado consiste en haberle parado los pies a un grupo de médicos desalmados que se dedicaban a decidir cuándo debía morir cada paciente que caía en sus manos. Salgado dice que Lamela miente cuando habla de las listas de espera en Madrid, pero es ella la que miente cuando presume de que le preocupan las listas de espera en Madrid: lo que le ocupa y preocupa es fusilar a quien se ha atrevido a pararle los pies a los médicos de la muerte (al ya famoso doctor Montes se le conoce en Madrid como el Doctor Muerte), sus queridos compañeros de carroña. Y la imagen no es exagerada: recuerden que nada más higiénico que la aves carroñeras.
Eulogio López