Me lo comenta un catedrático de universidad, agnóstico, recién llegado de un seminario sobre economía, organizado por un centro oficialmente católico: "Chico, me sorprendió su profesionalidad. Tanto, que les vi muy tibios. No creo que así convenzan a nadie".

 

Me callo, porque yo estoy convencido de esto también: tanta profesionalidad es la mejor manera de hablar mucho de ética y no evangelizar nada.

 

Lo que está sucediendo hoy en algunas instituciones católicas recuerda el "entrismo" de los viejos partidos marxistas. El término "entrismo" alude a una frase muy citada de las células comunistas (¡Qué tiempos aquellos en los que había células que no eran embrionarias!): "Ya hemos entrado en los sindicatos", "ya nos hemos introducido en los ayuntamientos", "ya estamos en las asociaciones", "ya hemos entrado en clubes de fútbol". Al final, resultaba que el entrismo era menos de lo presumido, y que la presencia de un comunista en la Presidencia de la Comunidad de Vecinos no significaba que la urbanización se hubiera convertido en el Komintern.

 

Pues a los cristianos les está pasando algo parecido. Tanto empeño en entrar en el mundo, pero parece que es el mundo quien ha entrado en ellos: más que evangelizar el mundo, han mundanizado la Iglesia. Nos hemos acostumbrado a que la gente no defienda principios, sino situaciones.

 

Y entonces es cuando surgen las contradicciones. Por ejemplo, en España: ¿Cómo es posible que un 80% de los españoles se confiesen cristianos, y, al mismo tiempo, se vote a opciones políticas que defienden el aborto o que son furibundamente anticlericales?

 

¿Cómo es posible que un país en el que más de 8 millones de personas acuden a misa los domingos (sobre una población que apenas llega a los 40) y, al mismo tiempo, no exista un solo medio de comunicación de primera línea que defienda abiertamente su perspectiva cristiana de la existencia? (No, la COPE no me sirve como ejemplo: más que cristiano, la COPE es clerical, en el sentido de que es propiedad de los obispos).

 

Existe una dicotomía, más bien una esquizofrenia, entre la vida privada y el foro público que sólo se justifica por la cobardía de los cristianos en cuanto salen a la calle (y, en ocasiones, en su propia casa) y por el ataque más grave que se recuerda contra todo lo que huele a cristiano a lo largo de las últimas décadas. Ser cristiano es estar condenado al silencio. Pero hay otro factor que hace ineficaces los esfuerzos de muchos cristianos coherentes y valientes por evangelizar el foro público: la renuncia a la confesionalidad.

 

El próximo día 19, en la sede de la Asociación Católica de Propagandistas (C/ Isaac Peral 58, en Madrid) se reúnen, a iniciativa de Josep Miró i Ardèvol, toda un serie de asociaciones de lo más variopinta: Culturales, defensores de la vida, asociaciones familiares y, también, partidos políticos. Miró fue consejero de Agricultura de la Generalitat catalana, miembro destacado de CiU y un personaje francamente encomiable por su coherencia. Ahora acaba de ser expedientado porque se ha negado a votar a un partido, el suyo, que defiende el matrimonio homosexual entre otras lindezas. En otras palabras, Miró ha cruzado el Rubicón, ha decidido que no puede cambiar el Sistema y se ha convertido en un antisistema. Y le habrá costado tomar esa decisión, porque maravillas como e-Cristians, Cristianos por Europa o el Pacto Por La Vida, se deben a su empuje. De las tres patas que sostienen la mesa necesaria para darle un vuelco cristiano a la sociedad (medios informativos, asociaciones y partidos políticos), Miró está, o ha estado, en las tres. Se merece un aplauso.

 

Por lo tanto, me voy a tomar la libertad de "psicoanalizar" a Miró (puedo prometer y prometo que no he hablado con él para nada y que lo que a continuación se dice es de su estricta incumbencia y de mi estricta responsabilidad): yo creo que el político catalán se ha dado cuenta de que hay que dar un paso más. Por eso, convoca esta reunión. No sé sí se lo plantea así, expresamente: por lo general, todos nos engañamos a nosotros mismos. En cualquier caso, mi freudiana conclusión es que Miró ha llegado a la conclusión de que hemos entrado en la era de la confesionalidad, de partidos políticos confesionales, de asociaciones confesionales y de medios informativos confesionales. Y en verdad creo que es el paso que queda por dar.

 

Palabra que no me gusta la confesionalidad. Soy el converso a la confesionalidad más renuente de todo el mundo hispano. Pero me temo que el siglo XXI, parafraseando el aforismo, será confesional o será un caos. Y esto por muchas razones. La primera es que las ideologías han muerto. Ahora, en el siglo XXI, sólo hay dos clases de personas: las que creen que la vida termina con la muerte y las que no. La que creen que la verdad no existe y las que creen que sí. Es decir, lo que ha dado en llamarse progresismo y el viejo cristianismo de siempre, que no necesita llamarse de ningún otro modo. Y dependiendo de en qué bando estés, así será tu actitud política, social, económica y cultural. Insisto, a mí me gustaba el esquema del siglo XX; pero se ha quedado anticuado. Y además, rechazar la confesionalidad es darle demasiadas ventajas al enemigo. El laicismo progre está más crecido que nunca. Por tanto, la respuesta tiene que ser  clara y frontal. De otra manera, nos arrollan.

 

¿Y por qué la confesionalidad? Pues, porque es lo obvio. Es como esa famosa frase argentina: "Lo malo de la verdad es que no tiene remedio". Lo digo porque cada vez que me he encontrado con cualquier tipo de grupo organizado que defiende algún valor que merezca la pena ser defendido (la vida, la familia, la educación en libertad, el mestizaje, la justicia social), que, naturalmente, se dicen no confesionales, suelo realizar el siguiente experimento (le aconsejo que lo hagan también):

 

- Decidme, chicos, ¿por qué estáis aquí?

 

Al final, resulta que el uno ha sido formado en el Opus Dei, el otro es un kiko, o de Comunión y Liberación, o de los Focolares, o de los Legionarios, o de las Congregaciones Marianas, o de… En definitiva, lo que les reúne es su fe en Cristo, aunque los estatutos fundacionales hablen de economía, cultura, política o cualquier otra cuestión (seguramente muy loables).

 

Entonces, ¿por qué ocultarlo? La sencillez siempre ha sido el camino más corto. Supongo que no es necesario advertir que confesionalidad no es clericalismo. Sí, espero que no resulte necesario. Por lo demás, confesionalidad es simple naturalidad: comportarse como cristiano en cualquier circunstancia, en cualquier foro, sin afeites, sin actitudes postizas. 

 

Sí, creo que estamos en la era de la confesionalidad. Pero, en cualquier caso, lo que es seguro es que está concluyendo la Edad Contemporánea, que se inició con la revolución francesa y llega hasta el año 2000. A mí me parece que el fin del modernismo no está dando lugar al postmodernismo (que no es más que otra forma de llamar al vértigo existencial generado por el relativismo moral), sino a una sociedad confesional, o anticonfesional, en la que cada cual se retrata según el eje que divide al mundo y a las conciencias: la fe cristiana.

 

Yo diría que Mel Gibson, el director de "La Pasión", participa de la misma opinión. De otra forma, no le haría decir a Jesús de Nazaret, Jim Caviezel, que interpreta a Jesús de Nazaret: "Ahora hago nuevas todas las cosas". No, la frase no está sacada del Evangelio, sino del capítulo XXI del Apocalipsis.

 

Y si no he interpretado correctamente el subconsciente de Miró, seguramente sabrá perdonarme.

 

Eulogio López