Todo el universo mediático socialista, especialmente el poderoso Grupo Prisa y el propio Rodríguez Zapatero, está vendiendo una palabra mágica como clave de la nueva administración española: diálogo. Con ello se quieren marcar diferencias con el estilo Aznar, cuyo talante autoritario ha forjado el rasgo de oposición política más insistente de Zapatero, quizás el único. Por cierto, que el mismísimo diario El País, que tampoco se fía de Zapatero, le pidió en su día al nuevo presidente del Gobierno que al talante había que unir el talento.
El problema es que la actitud dialogante puede resultar muy loable, pero el diálogo no es ni un principio, ni un ideario ni un objetivo. Es sólo un medio para lograr fines, un mero instrumento, que puede resultar muy útil, mientras no sea una excusa para justificar alguno de estos dos fenómenos: la coherencia o la falta de ideas y principios, que no deja de ser la raíz del progresismo; ni convicciones, ni ideas, ni proyectos, ni vitalismo alguno, pero, eso sí, mucho diálogo y mucha tolerancia.