Al final lo que era un secreto a voces ha estallado, allí donde tenía mayor posibilidad de que explotara, las páginas de El País, que el pasado día 2 publicaba un extenso reportaje sobre la existencia en el seno de los movimientos laicos de una masonería blanca seguidora del Yunque mexicano.
Hace ya algunos años que, sobre todo en los ambientes católicos de Madrid, se suceden las informaciones sobre hechos que señalan la existencia de un grupo organizado de personas regidas por una estricta disciplina y unidad de acción que son una prolongación del Yunque Mexicano, una organización secreta inicialmente pensada para que los católicos pudieran defenderse de la persecución a la que estuvieron sometidos en México.
Lo que en unas circunstancias históricas concretas podía ser justificado, carece de todo fundamento en el marco de las sociedades democráticas, y menos todavía bajo planteamientos pretendidamente católicos. En toda la larga serie de hechos que constan ya en diversos informes se suceden las acusaciones de manipulación, afán de dominio y confusión entre lo religioso y el poder temporal. A lo largo de este tiempo, se han sucedido declaraciones públicas de ex miembros de Yunque, y otras no tan públicas. Ahora todo esto ha estallado, y salvando errores concretos como el atribuir la pertenencia a aquella organización del presidente de la Fundación Burke, Antonio Arcones, en la mayoría de datos que señala existe plena coincidencia con lo que se ha venido sabiendo y diciendo.
Nunca hemos hecho eco de este conflicto que ha ido creciendo y que ha creado serias divisiones en el ámbito de la defensa de la vida, de la familia, de la oposición contra la asignatura de Educación por la Ciudadanía, y que ha dejado desengañadas a muchas personas. No hemos publicado nunca nada porque hemos estado sometidos a una duda. Por una parte, estamos convencidos de que la ocultación de lo que no debe ser desde un punto de vista católico acaba dañando a la Iglesia; por otra, nos ha retenido un determinado sentido de la prudencia y sobre todo el observar que nuestros pastores no han ido más allá, y aún en casos concretos, de desaconsejar en lo privado la participación en las actividades de las plataformas que Yunque ha ido montando y que incorporan a muchísimas personas que han acudido a ellas de buena fe. Pero ahora el límite está superado, se ha transformado en un hecho público, se ha abierto una brecha que tiene el problema añadido de que, precisamente por el secretismo que rodea al tema, permite la combinación de hechos ciertos con medias verdades y puras manipulaciones.
Ahora ya no sirve negar la evidencia, cuyo alcance está fuera de toda duda.
No sirve continuar practicando el juego de hablar de una sociedad, 'reservada' en lugar de secreta, a base de mezclar a los obispos en la historia. Uno siempre ha de saber quién es exactamente el que tiene sentado al lado.
No sirve inventar nuevos nombres, nuevos camuflajes.
Así no se debe continuar, los responsables eclesiásticos deben planteárselo con el rigor que la gravedad del caso exige. Benedicto XVI ha mostrado claramente el camino con su ejemplo en otros hechos. No se deben ocultar en nombre de la Iglesia hechos que se producen en su seno y que son contrarios a principios fundamentales del Evangelio. La sociedad secreta y su entramado deben desaparecer. Además, los responsables están obligados a dar cuenta pública de sus asociaciones visibles, de los nombres, de sus juntas directivas, las fechas de sus asambleas generales, de las elecciones que han practicado en su seno, hacer público el libro de actas que toda asociación debe tener, y presentar con claridad sus estados de cuentas. Eso es otra exigencia inexcusable e inmediata.