Al parecer, ya existe una generación de españoles que no ha aprendido el catecismo. Ni el Astete ni el del magisterio español. Quizás por eso, en la noche del viernes una amable y muy mona presentadora de Telemadrid nos explicó que el papa Benedicto XVI hará pública durante los próximos días su primera encíclica, donde reflexiona sobre el amor cristiano y la caridad. O sea como lo de los dos famosos filósofos llamados Ortega y Gasset
Nadie le ha informado a nuestra presentadora, ni tampoco al redactor, que caridad y amor cristiano son una misma cosa. Para ser exactos, lo segundo defiende a lo primero. Nuestra maravillosa presentadora ha llegado más lejos que aquella mujer ingresada en un hospital regentado por religiosos que decía: Aquí me tratan con caridad, pero mi madre me trataba con cariño.
Una anécdota si quieren, pero nada hay más significativo que las anécdotas. Así descubrimos que la falta de formación sobre el a-b-c de la doctrina cristiana es patética. Por ejemplo, una periodista que ha llegado alto, se supone que bien formada en su profesión, no sabe algo que no es sólo propio de cristianos sino de gente con cultura general: que caridad y amor son sinónimos. España, en efecto, es tierra de misión.
Benedicto XVI ha decidido abrir fuego con el amor. No sé lo que dirá, pero sí se que el Papa, y antes cardenal Ratzinger, parecía haber descubierto que todas las disquisiciones teológicas y él es uno de los grandes teólogos del momento- pueden perderse en discusiones estériles y que quizás los cristianos nos hayamos olvidado de lo primer enseñar a Cristo y, sobre todo, el amor de un Dios que está pendiente de la palabra del hombre. Recuerdo que cuando publiqué mi primer libro Por qué soy cristiano y sin embargo, periodista, un famoso periodista económico español, hoy director general de publicaciones de un importantísimo grupo informativo, me dij Me parece muy bien todo lo que dices, pero yo no me creo que Dios esté pendiente de mí.
A ver si nos hemos olvidado de la caridad y por eso nos falta fe y esperanza A ver si tenemos que volver a la mística y olvidamos la teologia dogmática y la teología moral. Porque al final, el Cristianismo no consiste en conocer mucho sino en amar mucho. No es posible un amor máximo con un conocimiento mínimo, pero sin caridad, el conocimiento no sirve para nada. Bueno, sin caridad y sin amor cristiano.
Y ojo, Benedicto XVI es lo más opuesto al milenarismo. Su deriva hacia el amor, él, un genio de la razón (no confundir, razón y fe no se oponen, lo que se opone a la fe es el racionalismo, que es otra cosa), no proviene, como ocurre tantas veces, de un sentimiento de éste en la etapa final. El actual Papa es de los que piensan que el fin del mundo es la muerte personal y su inmediata comparecencia ante el Tribunal de Dios. Simplemente, me da la impresión, insisto, es sólo una impresión, que se basa en los mensaje de Benedicto XVI, que el hombre de la Inquisición, el gran catedrático, el genial académico, el brillante ensayista, ha descubierto, como Santo Tomás cuando tuvo su primera visión mística, que toda la sabiduría humana es una tontuna enorme, una fruslería, al que quizás hemos dedicado demasiado tiempo. Y que, al final, el conocimiento por el amor es mucho más directo, mucho más profundo y mucho más certero. Las mujeres saben mucho de eso, salvo las feministas, claro está, que se acogen al masculino, superficial y bastante pedante racionalismo del mundo moderno. Es como si Benedicto XVI, el sabio, hubiera dich ya está bien de debatir dialogar, diría Zapatero- sobre Cristo, ahora toca amarle.
Eulogio López