A los 150 años del nacimiento de Juan María Vianney, la Iglesia propone una renovación interior a los sacerdotes.
Lo primero que llama la atención en su biografía, comparándolo con algunos ministros actuales, es su permanencia ininterrumpida en su parroquia de Ars, abiertas las puertas, desde la aurora hasta bien entrada la tarde, por si alguien tenía necesidad de él, enseñando a amar a Jesucristo presente en el sagrario, así como su disposición para el sacramento de la penitencia: No es el pecador que vuelve a Dios, sino Dios mismo quien va detrás del pecador y lo hace volver a Él.
Se pasmaba ante la grandeza del sacerdote: Dios le obedece: pronuncia dos palabras y Jesús baja del cielo y se encierra en una pequeña hostia. Después de Dios, el sacerdote lo es todo, pues tiene los tesoros del cielo: él es quien abre la puerta, es el administrador de sus bienes. Todas las buenas obras juntas no son comparables a una sola Misa, porque son obras de los hombres, mientras que la Sta. Misa es obra de Dios.
Y es así, como en su tiempo, organizó una revolución de santidad en toda Francia. ¿Por qué no un cura de Ars en cada parroquia del mundo?
María Ferraz
fermar42@gmail.com