Recuerdo lo que me ocurrió dos años atrás. Pasaba por la Estación Príncipe Pío cuando un mendigo se me aproximó y me dijo:
-¿Me das un euro? Oye, no te voy a contar que lo quiero para comer. Lo cierto es que si me lo das me voy a ir a comprar vino.
Naturalmente no le di un euro, sino dos. Su sinceridad traspasó mi corazón. A un tipo que pide para vino hay que darle lo suficiente para que acompañe el vino con algún bocadillo de jamón que le ofrezca un contraste de sabores. Michael Bloomberg le habría hecho detener, pero lo habría hecho por su bien.
"Dios nos libre de los filántropos", clamaba Chesterton. Michael Bloomberg, el multimillonario alcalde de 'la ciudad' (Nueva York), dueño de la agencia financiera Bloomberg, está envejeciendo y debe sentir cierto canguelo hacia la muerte, así que se ha obsesionado con sobrevivir aunque lo haga con cierta expresión de sufrir acidez de estómago permanente.
Puritano, ecologista, panteísta y amante de los vegetarianos. Naturalmente progresista, partidario del aborto y del matrimonio homosexual dentro del partido Republicano y ahora mucho más, desde que abandonó la formación. Sí, ambas realidades suelen ir unidas y no es difícil adivinar por qué.
Michael comenzó prohibiendo fumar a los neoyorquinos hasta en los parques, y ahora ha decidido a prohibirles las bebidas azucaradas. Al menos, ha exigido que no se vendan sino en formatos pequeños, por lo que imagino a los neoyorquinos comprando dos medios litros de bebida de medio litro en lugar de uno de un litro: no es lo mismo.
Mire usted señor Bloomberg, la fe se propone, no se impone. La moral no digamos y respecto a la salud ni tan siquiera se propone: simplemente se informa.