Nada de eso. Jamás el dios cristiano ha sido un dios mudo. Ha hablado, habla y hablará al hombre de todos los tiempos, de mil modos y maneras.
Hoy no es exagerado decir que sigue hablando a gritos. Lo que pasa es que el hombre y todos los hombres, somos libres y por eso responsables de prestarle atención o cerrarnos a su paternal voz. A veces preferirnos no oír nada que nos inquiete, nos preocupe o nos haga salir de nuestro yo ególatra.
Sí amigos, Dios, por cuya palabra fue hecho todo cuanto existe, sigue interpelando al hombre. Cada uno puede oír su voz por la propia conciencia; por Jesús, en el Evangelio y por los acontecimientos que vemos y nos suceden en la vida. Muy fácil es el recurso de hacerse el sordo, de justificar nuestro proceder o de vivir distraído como si nada fuera con nosotros.
A veces la voz de Dios clama a gritos, incontenible y fuerte, por la boca de los pobres, de los enfermos, de los marginados, de los niños, de las viudas, de los ancianos, de los sin trabajo, de los presos, de los que viven solos y de los sufren cualquier carencia (de amor, cultura, salud, paz o gracia de Dios en su interior).
Igualmente Dios habla a la humanidad por los eventos gratos o menos gratos que acontecen globalmente y que nos impulsan a ser responsables los unos de los otros.
"Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor -nos dice la Sda .Escritura-. No endurezcáis vuestros corazones" y Jesús nos sigue repitiendo sus palabras del Evangelio: "Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica".
Miguel Rivilla San Martín