
Durante todo este mes de noviembre en el Cementerio de los mártires se están celebrando los “Actos Conmemorativos del LXXXIX (89) Aniversario del Gran Holocausto de Paracuellos del Jarama”. Concretamente, hoy domingo 30 de noviembre, se celebrará la Santa Misa, a las 12 horas, oficiada por el obispo de Alcalá, Antonio Prieto Lucena, y una procesión recorrerá todas las fosas con la exposición del Santísimo y la bendición de todos los mártires.
Con toda propiedad, se ha designado a este santo lugar con el nombre de “La catedral de los mártires”, pues ahí reposan los restos de 143 beatos, de los 2.130 ya elevados a los altares por haber sufrido el martirio a manos de los socialistas, los comunistas y los anarquistas, alentados por los masones, durante la Segunda República y la Guerra Civil, a los que la jerarquía episcopal española se empeña, torpe y cobardemente, en llamarlos “mártires del siglo XX o mártires de la década de los treinta”, ocultando así la identidad de los verdugos que pertenecen a los mismo partidos políticos de quienes hoy gobiernan en España. Y eso por referirme solo a los 143 mártires de Paracuellos que ya han sido elevados oficialmente a los altares por la Iglesia, porque en Paracuellos y en todos los lugares dominados por el Frente Popular los católicos murieron por millares solo por el hecho de ser católicos, y todos estos a los ojos de Dios son mártires, aunque nunca se les abra un proceso de beatificación.
Con toda propiedad, se ha designado a este santo lugar con el nombre de “La catedral de los mártires”, pues ahí reposan los restos de 143 beatos, de los 2.130 ya elevados a los altares por haber sufrido el martirio a manos de los socialistas, los comunistas y los anarquistas durante la Segunda República y la Guerra Civil
Es sorprendente…, y en algunos casos además de sorprendente culpable, el desconocimiento que se tiene de lo que sucedió en Paracuellos de Jarama durante los días que transcurren desde el 7 de noviembre hasta el 4 de diciembre de 1936. Durante cuatro semanas, este término cercano a Madrid, junto al aeropuerto de Barajas, fue el escenario del mayor genocidio de todos los siglos de la Historia de España, cometido por los socialistas, los comunistas y los anarquistas, alentados por los masones. Aprovechando algunos textos de artículos publicados en Hispanidad años atrás, voy a contarles a continuación, en extenso y con calma aquellos lamentables sucesos.
No, lo que allí sucedió no fueron unos cuantos asesinatos cometidos por unos incontrolados, como algunos del sector de la izquierda nos han transmitido para ocultar la verdad, con la complicidad de otros del sector de la derecha, que con su conducta han contribuido incluso a blanquear a los culpables, para hacerse perdonar por la izquierda. Como una imagen vale más que mil palabras, baste recordar la foto del acto celebrado en el salón Turquesa del Eurobuilding del Club Siglo XXI, el 27 de octubre de 1977, en el que Santiago Carrillo (1915-2012) fue presentado en sociedad por el exministro de Franco y fundador de Alianza Popular, Manuel Fraga (1922-2012). En esa foto aparecen estos dos personajes juntos y en buena armonía; la carcajada de Carrillo solo es superada en mezquindad por la hipócrita sonrisa de Fraga.

Manuel Fraga y Santiago Carrillo en el Club Siglo XXI
Los hechos fueron programados sin dejar ningún hilo suelto, y solo así se explica que se pudiera llevar cabo el mayor genocidio de toda la historia de España, como hemos dicho. Antes incluso de que las primeras columnas de Franco llegaran a las puertas de Madrid en el mes de noviembre de 1936, ya circuló la idea de asesinar a los presos y abiertamente así lo pedía la prensa de izquierdas. El 5 de agosto de 1936, un periódico que en su cabecera tenía el nombre de Milicia Popular. Diario del 5º Regimiento de Milicias Populares, publicaba lo siguiente: “En Madrid hay más de mil fascistas presos, entre curas, aristócratas, militares, plutócratas, empleados… ¿Cuándo se les fusila?”.
Dicho y hecho, se fusiló a los presos por millares a los que se condenó a muerte, sin juicio. Salvo los militares en activo, además de los retirados por la ley Azaña, que estaban detenidos y que habían sido juzgados por rebelión, el resto eran presos preventivos, que habían ido a parar a las cárceles, Modelo, Ventas, Porlier y San Antón, además de las checas, por considerarles desafectos a la causa del Frente Popular. La inmensa mayoría de aquellos reclusos, de haber tenido un juicio solo con las mínimas garantías, hubieran salido de prisión inmediatamente, porque ningún delito habían cometido.
Francisco Largo Caballero (1869-1946), presidente del Gobierno, convencido de que las tropas de Franco (1892-1975) iban a entrar en Madrid, el 6 de noviembre de 1936 huyó con todos sus ministros a Valencia y encargó la defensa de la capital de España a los generales Miaja (1878-1958) y Pozas (1876-1946).
Al día siguiente se constituyó la Junta de Defensa de Madrid, en la que estaban representados los partidos y sindicatos del Frente Popular: IR (Izquierda Republicana), PSOE (Partido Socialista Obrero Español), PCE (Partido Comunista de España), CNT (Confederación Nacional del Trabajo), UR (Unión Republicana), JL (Juventudes Libertarias), JSU (Juventudes Socialistas Unificadas) y PS (Partido Sindicalista).
Santiago Carrillo fue nombrado Consejero de Orden Público de dicha Junta de Defensa de Madrid, y por lo tanto máximo responsable de las cárceles de la capital de España. Por su parte, Carrillo nombró a su hombre de confianza, Segundo Serrano Poncela (1912-1976), Delegado de Orden Público, cargo equivalente a Director General de Seguridad. En razón de este cargo, las listas de presos que eran sacados de las cárceles para ser asesinados llevaban la firma de Segundo Serrano Poncela, encabezadas por este siniestro texto: “Sr. director de la Cárcel de Porlier (o en otro caso Modelo, Ventas o San Antón). Sírvase poner en libertad por estimarlo así el Consejo de la Dirección General de Seguridad, los siguientes detenidos…”. Semejante redacción se entiende, si se tiene en cuenta que se trataba de no dejar rastro por escrito de los crímenes que estaban cometiendo.
La primera decisión de Carrillo como Consejero de Orden Público, el mismo día 7 de noviembre, fue crear un nuevo organismo, denominado “Consejo General de la Dirección General de Seguridad”, al que incorporó como vocales a los jefes de las checas de Madrid. Y estos sicarios de Carrillo son los que van elaborar las listas de los detenidos y a dirigir las expediciones de los presos que serán asesinados.
Uno de estos vocales nombrado por Carrillo, Ramón Torrecilla Guijarro, nos cuenta cómo fue su modo de proceder en la cárcel Modelo, según consta en su declaración: “Al llegar a la cárcel el capitán de guardia se oponía a que entrasen por no llevar orden escrita alguna, pero se telefoneó a la Dirección General de Seguridad y como de allí contestaran que estaban autorizados para penetrar en la prisión se les franqueó el paso. El dicente y sus cinco compañeros se encaminaron seguidamente al fichero de presos y pasaron varias horas apartando las fichas, según la profesión de los presos, en los cuatro grupos siguientes: 1º militares, 2º hombres de carrera y aristócratas, 3º obreros y 4º personas cuya profesión no constaba.
Ya llevaban seleccionando más de medio fichero, cuando de madrugada se presentó el Delegado de Orden Público o Director General de Seguridad, Serrano Poncela, y ordenó que todos los seleccionados en los grupos primero y segundo (militares y burgueses) salieran de las galerías a las naves exteriores, porque los fascistas avanzaban y si los libertasen les serían un refuerzo formidable. Mandó prepararlos, pues enseguida llegarían unos autobuses para trasladarlos y refirió que el ministro de la Gobernación (lo era Ángel Galarza) cuando marchó a Valencia la noche del 6 de noviembre había dado orden por teléfono desde Tarancón de que los trasladasen, y añadió en tono malicioso que quién mandaba la expedición ya tenía instrucciones de lo que había de hacerse con los presos, que era una evacuación… definitiva.
En cumplimiento de esta orden de Serrano Poncela, suspendieron la selección de fichas el declarante y sus compañeros. Era entre las tres y cuatro de la madrugada. Sacaron a los seleccionados a las naves y con cuerdas les ataban las manos a su espalda uno a uno y a veces por parejas. No puede precisar el número de ellos, pero sí que pasaban de los 500. La mayoría eran militares, pero también había paisanos.
Alrededor de las 9 o 10 de la mañana del 8 de noviembre llegaron a la cárcel Modelo siete o nueve autobuses de los de dos pisos del servicio público urbano, y dos autobuses grandes de turismo. A todos los llenaron de presos. En el interior de cada uno de los autobuses de dos pisos metieron 60 o más detenidos y en su plataforma trasera iban de 8 a 12 milicianos armados. Partió la expedición y con ella marcharon algunos de los que habían hecho la selección de las víctimas en el fichero, entre ellos Agapito Sainz y Lino Delgado y se cree que también Urresola y Rascón. Aquella expedición la vio partir el declarante, que seguidamente marchó de la cárcel.
“Las matanzas fueron una serie de asesinatos masivos organizadas en el transcurso del primer año de la Guerra Civil, y que llevaron a la muerte a miles de prisioneros preventivos. Aquellos hechos se llevaron a cabo desde los primeros días de agosto en pequeños grupos en la localidad de Boadilla del Monte, y más tarde, en los cementerios de Aravaca hasta finales de octubre, y en Rivas-Vaciamadrid, los días 4 y 5 de noviembre, antesala de las grandes sacas
En la reunión del Consejo de la Dirección General de Seguridad, que celebraron el día 10 del mismo mes, se refirió que fueron asesinados en Torrejón de Ardoz los detenidos de cinco autobuses de los grandes y en Paracuellos de Jarama todos los restantes. Posteriormente supo que entre las 12 y 14 de aquel día se llevaron otra expedición de presos para matarlos.
En dicha reunión del Consejo de la Dirección General de Seguridad (de la Junta de Defensa de Madrid, que estaba en la calle Serrano número 37) celebrada el 10 de noviembre se acordaron las normas y procedimiento para llevar a cabo la selección de presos que debían ser asesinados, y establecido el criterio que debía seguirse. Serrano Poncela que asistía a la reunión explicó que debían ser elegidos: primero, los militares con graduación superior a capitán; segundo, todos los falangistas; tercero, todos los hombres que hubieran tenido actividades políticas francamente derechistas, y para desarrollar este plan se nombró en el Consejo de la Dirección General de Seguridad dos comisiones, una de presos y otra de personal. La comisión de presos nombraba los encargados de seleccionar en las distintas cárceles los detenidos que habían de ser asesinados. El declarante fue designado responsable de la comisión de personal. Esta comisión nombraba un responsable y un suplente para cada cárcel, encargados en ella de que se cumpliesen exactamente los acuerdos del Consejo de la Dirección General de Seguridad y de ir con las expediciones de presos cuando los llevaban a matar”.
Naturalmente que Santiago Carrillo era el responsable y el artífice de toda esta maquinaria de exterminio, pues Serrano Poncela despachaba diariamente con el Consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid en su oficina. Por su parte, Santiago Carrillo iba con frecuencia a la Dirección General de Seguridad para entrevistarse con Serrano Poncela. En la Dirección General de Seguridad había un libro registro de las expediciones de los presos que se llevaban para asesinarlos, de las que constan 25 expediciones, correspondientes, cuatro de la cárcel Modelo, cinco de la de San Antón, ocho de la de Porlier y otras ocho de la de Ventas.
Y a su vez era obligado que Santiago Carrillo diera cuentas a sus superiores del Gobierno presidido por el socialista Largo Caballero, que había huido a Valencia, de que estaba cumpliendo sus órdenes de exterminio. Al fin y al cabo, el ministro de Gobernación del gabinete de Largo Caballero, en su huida hacia Valencia —como ya dijimos— había dado la orden por teléfono desde Tarancón de que las evacuaciones de presos fueran “definitivas”.
Las concienzudas investigaciones de José Manuel Ezpeleta aumentan el número de sacas desde las 25 del libro registro de la Dirección General de Seguridad, antes citado, hasta 33. Ezpeleta, sin duda quien en la actualidad es el que mejor conoce el Madrid de la Guerra Civil, ha escrito lo siguiente:
“Las matanzas fueron una serie asesinatos masivos organizadas en el transcurso del primer año de la Guerra Civil, y que llevaron a la muerte a miles de prisioneros preventivos. Aquellos hechos se llevaron a cabo desde los primeros días de agosto en pequeños grupos en la localidad de Boadilla del Monte, y más tarde, en los cementerios de Aravaca hasta finales de octubre, y en Rivas-Vaciamadrid, los días 4 y 5 de noviembre, antesala de las grandes sacas.
Dos días después, comenzarían en el arroyo de San José de Paracuellos de Jarama, y en un caz muy cercano al Castillo de Soto de Aldovea en el término municipal de Torrejón de Ardoz, las grandes matanzas de presos de Madrid.
Aquellas expediciones se realizaron aprovechando los falsos traslados de presos de diversas cárceles de la capital —conocidas popularmente como sacas—, a otros centros penitenciarios de Levante, entre el 7 de noviembre y el 4 de diciembre de 1936 (…) En resumen, de las 33 sacas de presos que tuvieron lugar entre las fechas citadas, 23 de ellas terminaron asesinados en Paracuellos entre los días 7, 8, 9 y del 18 al 30 de noviembre, más las del 1 al 4 de diciembre”.
Se calcula que en Madrid fueron asesinadas más de 20.000 personas. Y si hasta el nombramiento de Carrillo, como Consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid, los crímenes se llevaron a cabo fundamentalmente mediante “los paseos” de las checas, a partir del 7 de noviembre se puso en marcha una maquinaria de exterminio. Solo en Paracuellos de Jarama, José Manuel Ezpeleta tiene localizados los restos mortales de 4.600 personas, 3.800 que fueron asesinadas en ese lugar y los de otras 800 víctimas, traídos de otros lugares e inhumados en el cementerio de Paracuellos, después de la guerra.
Cerca de Madrid, a los pies del cerro de San Miguel se extienden los terrenos que en 1936 eran conocidos como Paraje del Arroyo de San José o de los Cuatro Pinos. No sirven para cultivo, allí solo pastan ovejas y cabras, y eso de vez en cuando. Pero lo inapropiado que tiene esa zona para la agricultura, porque son arenas sueltas de aluvión, fáciles de remover para poder enterrar a miles de cadáveres, es un motivo más para que Paracuellos se convierta en el escenario de la más grave y abominable masacre de toda la Historia de España, cometida por el Frente Popular sucesos que, como hemos dicho, transcurren entre los días del 7 de noviembre al 4 de diciembre de 1936.
Solo en Paracuellos de Jarama, José Manuel Ezpeleta tiene localizados los restos mortales de 4.600 personas, 3.800 que fueron asesinadas en ese lugar y los de otras 800 víctimas, traídos de otros lugares e inhumados en el cementerio de Paracuellos, después de la guerra.
Arsenio de Izaga, un facultativo del cuerpo de archiveros, bibliotecarios y arqueólogos, publicó un libro en 1940, titulado Los presos de Madrid, en cuya página 338, afirmaba que el número de los inhumados en Paracuellos era de 8.534.
Por su parte, Jesús de Galíndez, dirigente del PNV en Madrid en 1936, que libró de la muerte a muchas personas sobre todo sacerdotes y monjas, estableció la cifra en 1.020 fusilados en Paracuellos.
Más tarde, los historiadores han ido dando cifras diferentes. A modo de ejemplo cito algunos nombres y entre paréntesis el número de fusilados que cada uno ofrece en sus publicaciones: Javier Tusell (2.400), Rafael Casas de la Vega (2.410), Alberto Reig Tapia (2.400), Ricardo de la Cierva (10.000, aunque en ese mismo libro publica la cifra de 8.050, de los que distingue 5.300 inhumados y 2.750 no identificados), Javier Cervera (2.000), Ian Gibson (2.750), Julius Ruiz (2.400) y Ángel David Martín Rubio (2.474).
Tanta coincidencia en torno a las dos mil víctimas tiene un origen común. Pocos años después de iniciada la Causa General, en los años cuarenta, el Tribunal de las Salesas publicó una lista con la cifra de 2.400. Y este es la fuente utilizada por la mayoría de los historiadores antes citados o que alguien dio por primera vez y los demás han seguido citando.
El problema es que esa fuente no sirve para conocer la realidad de lo que pasó en Paracuellos, por varios motivos. Por ejemplo, en esa lista solo figuran los que podríamos llamar “presos legales”, es decir los que ingresaron en prisión pasando antes por una comisaría o por la Dirección General de Seguridad. Pero en las prisiones había muchos presos también que los milicianos llevaron directamente a la cárcel, sin fichar en las comisarías ni en la Dirección General de Seguridad, —llamémosles “presos ilegales”— y que acabaron en Paracuellos; y todos estos no figuran en la lista del Tribunal de las Salesas.

José Manuel de Ezpeleta en la fosa donde reposan los restos de su abuelo, Francisco de Ezpeleta y Montenegro, teniente coronel de Caballería, que fue fusilado en Paracuellos
Todas estas cifras yo las he sometido al juicio de José Manuel de Ezpeleta, porque lleva muchos años investigando con paciencia infinita y sumo rigor lo que ocurrió en Paracuellos. Y tengo como lema de mi vida que siempre hay que dejarse acompañar de profesionales, incluso hasta para ir de excursión… Ezpeleta, por ejemplo, se ha dado cuenta de que en una expedición de unos 20 presos, que era conducida a Paracuellos, al llegar a los alrededores de la Alameda de Osuna los presos, que iban atados con hilo de bramante de dos en dos, consiguieron saltar de los camiones en marcha, y en ese mismo lugar unos murieron del golpe y a otros los milicianos que escoltaban a la comitiva los mataron y los enterraron en el cementerio antiguo de Barajas. Las víctimas de esta expedición, oficialmente, figuran en Paracuellos y por lo tanto hay que restarlos de la lista de las Salesas. Igualmente, José Manuel de Ezpeleta ha restado también a los militares retirados por la ley de Azaña, que fueron detenidos y que constan en las listas de las expediciones, aunque se salvaron todos por presentar la papeleta de adhesión a la República, sin embargo figuran como inhumados en Paracuellos en la lista de los 2.400.
Por la tanto, un conocimiento preciso de la cifra de los inhumados en Paracuellos exige mover mucho papel de diferentes archivos, para ir caso por caso y anotarlos en una base de datos, como lleva haciendo José Manuel de Ezpeleta durante tantos años de trabajo. Ezpeleta, que a mi juicio es el mejor estudioso que tenemos de la represión del Frente Popular en Madrid, sostiene que nunca se podrá conocer con exactitud cuántos fueron asesinados en Paracuellos. Se calcula que, solo en Madrid, los partidos “progresistas” del Frente Popular asesinaron a unas 20.000 personas en Madrid capital y su provincia. Pero resulta imposible saber dónde reposan los restos de todas ellas, porque a muchas de estas víctimas se las pierde el rastro una vez detenidas, cuando ingresan en las cárceles o en las 340 checas que había en Madrid.
La concienzuda investigación de José Manuel de Ezpeleta durante tantos años, como él comenta con sentido del humor, le ha obligado a trasladar cadáveres de un cementerio a otro y hasta resucitar algún muerto, porque personas a las que se les daba oficialmente como fallecidas, como hemos visto, se salvaron, y aunque figuran como fallecidos en algún documento, en otros aparecen sus declaraciones.
Ezpeleta tiene identificadas en Paracuellos con nombre, apellidos, edad y profesión a 3.800 personas que fueron asesinadas allí. Cifra a la que hay que sumar otras 800 víctimas más que reposan en Paracuellos, pero asesinadas en otros lugares. Y de todos estos José Manuel de Ezpeleta ha identificado a 276 menores de edad, minoría que en 1936 llegaba hasta los 21 años
Por lo tanto, el rigor histórico, a la hora de dar cifras lo único que permite en Paracuellos es hablar de “identificados”, conscientes de que los fusilados son más, pero su número —como ya hemos dicho— nunca lo sabremos. Ezpeleta tiene identificadas en Paracuellos con nombre, apellidos, edad y profesión a 3.800 personas que fueron asesinadas allí. Cifra a la que hay que sumar otras 800 víctimas más que reposan en Paracuellos, pero asesinadas en otros lugares. Y de todos estos José Manuel de Ezpeleta ha identificado a 276 menores de edad, minoría que en 1936 llegaba hasta los 21 años.
Entre los asesinados había personas detenidas por sus ideas políticas, por ser empresarios o por ser católicos. Como ya he señalado, entre las víctimas había muchas personas que no habían llegado a la mayoría de edad (situada entonces en los 21 años). El 4 de diciembre de 2006, familiares y amigos de los asesinados publicaron una esquela a toda página en el diario El Mundo citando los nombres de 276 menores de edad asesinados en estas masacres. Por ejemplo, en la lista hay 50 asesinados -todos varones- con edades comprendidas entre los 13 y los 17 años, apenas unos niños. Mientras transcribía sus nombres he visto que, atendiendo a los apellidos, cuatro de ellos fueron asesinados junto a sus hermanos mayores. No he querido separarlos en este pequeño homenaje, así que he puesto los nombres de los hermanos mayores en las entradas correspondientes. La lista incluye 1 asesinado que solo tenía 13 años, 2 asesinados de 15, 8 asesinados de 16 y 39 asesinados de 17.
Paracuellos de Jarama
Luis Abía Melendra, 17 años.
Ramón Alcántara Alonso, 17 años.
Manuel Alonso Ruiz, 16 años.
Jaime Aranda de Lombera, 17 años; también asesinaron a su hermano Andrés, de 22, y su padre Salvador, de 50.
Carlos Arizcun Quereda, 17 años.
José A. Barreda Fernández Cerceda, 17 años.
Manuel Blanco Urbina, 17 años.
Vicente Caldón Gutiérrez, 17 años.
José María Casanova y González Mateo, 17 años.
Antonio Castillejos y Zard, 16 años.
Víctor Delgado Aranda, 17 años.
Vicente Galdón Jiménez, 17 años.
Manuel Garrido Jiménez, 17 años; también asesinaron a su hermano Enrique, de 21.
Aurelio González González, 17 años.
Rafael Gutiérrez López, 17 años.
Adolfo Hernández Vicente, 17 años.
Miguel Iturruran Laucirica, 17 años.
Ángel Marcos Puente, 17 años.
Emilio Morato Espliguero, 17 años.
Saturnino Martín Luga, 17 años.
Ramón Martín Mata, 17 años.
José María Miró Moya, 16 años.
Carlos Ortiz de Taranco Cerrada, 17 años.
Manuel Pedraza García, 15 años.
Francisco Rodríguez Álvarez, 15 años.
Antonio Rodríguez de Ángel, 17 años.
José Luis Rodríguez de la Flor Torres, 17 años.
Epifanio Rodríguez García de la Rosa, 17 años.
José María Romanillos Hernando, 17 años.
Manuel Ruiz Gómez de Bonilla, 16 años.
Samuel Ruiz Navarro, 13 años.
Juan Carlos Sagastizabal Núñez, 17 años.
Alfonso Sánchez Rodríguez del Arco, 16 años.
Alfredo Santiago Lozano, 17 años; también asesinaron a su hermano Manuel, de 20.
Enrique Sicluna Rodríguez, 16 años.
Óscar Suárez Lorenzo, 17 años.
Guillermo Torres Muñoz de Barquín, 17 años.
Bernardino Trinidad Gil, 16 años.
Tarsilo de Ugarte Ruiz de Colunga, 17 años.
José Luis Vadillo y de Alcalde, 17 años; también asesinaron a su hermano Florencio, de 21.
Alejandro Villar Plasencia, 17 años.
Olegario Zorrella Muñoz, 17 años.
Alfredo Zugasti García de Paredes, 17 años.
Torrejón de Ardoz
Enrique Arregui Hidalgo, 17 años.
Rafael Arrizabalaga Español, 17 años.
Félix Berceruelo Martín, 17 años.
Jesús Calvo Quemada, 17 años.
José Luis Pérez Cremos, 16 años.
La identificación solo se ha podido realizar mediante los datos de diferentes archivos, de muchos archivos públicos y privados, pues los familiares de las víctimas no han permitido que se remuevan sus restos. Los Gobiernos de Franco respetaron esta decisión y, por lo tanto, en Paracuellos nunca ha habido exhumaciones.


Estas dos fotos están hechas muy poco después de acabar la guerra, cuando todavía no se había construido ninguna instalación en Paracuellos
Poco después de acabar la guerra, sobre la ladera del cerro de San Miguel se trazó una gran cruz de alquitrán, por lo que aparece en las fotos de la época de color negro. Para fijarla con mayor consistencia en la inclinada ladera, más tarde, respetando esas mismas dimensiones se hizo otra de cemento, sobre la que se echó una capa de alquitrán. Y fue ya en los años ochenta, cuando la cruz se pintó de blanco como aparece en la actualidad.
Esta cruz es la que fue profanada con pintadas en el año 2014 por unas cuantas mujeres desnudas de cintura para arriba, porque según ellas Paracuellos es un “símbolo del fascismo que pretende imponer el catolicismo como única creencia en España”. Lo que viene a confirmar el argumento de que lo que une a las fuerzas tan dispares de la izquierda es el odio a la religión católica, así fue en la Segunda República y la Guerra Civil, y así sigue siendo ahora.

Plano publicado por Carlos Vicuña, Los mártires de El Escorial. Imprenta del Monasterio de El Escorial 1943. Página 224. En el plano figura un gran escudo de España, que hubo al principio y la cruz de color negro. La leyenda indica que la carretera que va a Belvis procede de Madrid, aunque propiamente su origen es el pueblo de Barajas, como decimos en el texto
En el Cementerio de los Mártires de Paracuellos, como así se llama ese santo recinto, todavía quedan restos de la antigua carretera que iba desde el pueblo de Barajas a Belvis, construida en el periodo de la Dictadura de Primo de Rivera. Dicha carretera atravesaba el arroyo seco de San José, más o menos en el lugar donde hoy se levanta la capilla del cementerio. Su antiguo trazado hoy está jalonado con lápidas, que distintas órdenes religiosas han colocado para recordar a sus mártires.
Por esta carretera traían desde Madrid a los presos que sacaban de las cárceles para ser asesinados. Las víctimas eran trasladadas en camiones y autobuses de la empresa municipal de transportes. José Manuel de Ezpeleta calcula que en cada traslado se tardaba de diez a once horas, desde que se leían las listas hasta que morían fusilados.
Había que empezar por leer los nombres de los reclusos en voz alta en las galerías, para que fueran saliendo de las celdas, lo que costaba lo suyo entre que el ruido no dejaba oír y los presos no estaban por colaborar; como lo que se les decía es que se les iba a trasladar a Valencia, salían con sus hatillos donde guardaban las pocas pertenencias que tenían; una vez fuera de las celdas se les registraba uno a uno y se les despojaba de todo en el rastrillo de la cárcel; a continuación se les ataba con hilo de bramante, a muchos juntos de dos en dos, después se les subía a los vehículos, que se dirigían a Paracuellos rodeados de camiones llenos de milicianos con el arma cargada para rematar a quien conseguía saltar de los camiones en marcha, lo que sucedió en más de una ocasión al llegar a las afueras de Madrid, concretamente en los alrededores de la Alameda de Osuna, como hemos dicho. Además, desde que partían de las cárceles hasta que llegaban a Paracuellos, los vehículos al menos tenían que parar siete veces, en otros tantos controles que los distintos partidos habían establecido en ese itinerario, para dar la contraseña correcta y que se les franqueara el paso.
Al fin, la comitiva llegaba a Paracuellos por el sur y se detenía en la zona de los pinos. Allí, los verdugos habían hecho unas cercas con alambres de espinos, donde los condenados a morir descendían y permanecían a la espera de ir caminando al lugar exacto a donde iban a ser fusilados. Y sucedió en ocasiones que como todavía no les había dado tiempo a enterrar los cadáveres de una expedición, cuando llegaban los presos de la siguiente, era el suelo sembrado de muertos y teñido de sangre lo que les anunciaba sin piedad cómo iba a ser su final.
Y con estos colaboraban las gentes del lugar, porque una vez que los verdugos los acribillaban a tiros, los comités del Frente Popular de Paracuellos y de los pueblos de alrededor bajaban con cuadrillas de aldeanos, que con sus caballerías y sus herramientas de labranza abrían las fosas y los enterraban. Como pago por su colaboración, a los enterradores se les permitía coger lo que quisieran de los cadáveres: ropas, zapatos y hasta piezas de las dentaduras…
Esta masacre, por su magnitud, exigía una intendencia muy importante en medios, armamento y un nutrido número de milicianos, para poder llevarla a cabo, lo que hace imposible adjudicar la responsabilidad de estos miles de asesinatos a unos incontrolados que actuaban a espaldas de las autoridades del Frente Popular. Y todo esto fue perpetrado, no en una noche y a escondidas, sino durante un mes y a plena luz del día. Pero de los días con nubes, para ocultarse de la aviación de la España nacional. Por eso en los días despejados no hubo sacas.
Además de los sicarios que sacaban a los presos de las celdas, los registraban, los ataban y los trasladaban a Paracuellos, en ese lugar había siempre unos cien milicianos, que eran los que formaban los pelotones de fusilamientos.
Y con estos colaboraban las gentes del lugar, porque una vez que los verdugos los acribillaban a tiros, los comités del Frente Popular de Paracuellos y de los pueblos de alrededor bajaban con cuadrillas de aldeanos, que con sus caballerías y sus herramientas de labranza abrían las fosas y los enterraban. Como pago por su colaboración, a los enterradores se les permitía coger lo que quisieran de los cadáveres: ropas, zapatos y hasta piezas de las dentaduras…
De arrastrar los cuerpos hasta las fosas se encargaban las caballerías, a las que se ataba una cadena que acababa en un gancho para clavarlo en los cuerpos de los asesinados y arrastrarlos hasta el lugar de enterramiento. Tarea que se ahorraba a las bestias de carga, si previamente ya estaba abierta la fosa, porque en este caso a las víctimas se las asesinaba en el borde de la misma, para que su cuerpo inerte cayera en el hoyo.
El tantas y tan justas veces citado en este artículo, José Manuel de Ezpeleta, ha descrito detalladamente la disposición de las fosas del cementerio. Aunque la cita es larga se la copio literalmente, porque es una magnífica guía para visitar con provecho el Cementerio de los Mártires de Paracuellos:
“Todas las fosas del actual cementerio de los caídos de Paracuellos de Jarama, fueron abiertas por vecinos de los pueblos cercanos a dicho cementerio, unos voluntariamente y otros a la fuerza entre los días 7 de noviembre y 4 de diciembre de 1936, según consta en numerosas declaraciones de testigos y trabajadores de la época, excepto la fosa número siete, que se excavó en 1940 para recibir los cadáveres y restos exhumados procedentes de ‘Soto de Aldovea’ en Torrejón de Ardoz y de otros lugares de Madrid.

La fosa número 1 se sitúa a la espalda de la capilla, recoge los restos de los fusilados en la mañana del día 7 de noviembre
La FOSA Nº 1. Se encuentra detrás de la capilla del cementerio. Allí reposan los fusilados procedentes de las cárceles Modelo, San Antón y Porlier, sacados en varias sacas de madrugada y por la mañana del día 7 de noviembre.

La fosa número 2 recoge los restos de los fusilados el día 7 de noviembre por la tarde
La FOSA Nº 2. Se encuentra a la izquierda de la antigua carretera que va de la capilla a los pinos, lugar en el que hacían descender a los presos de los autobuses y camiones. Allí reposan los fusilados procedentes de las cárceles Modelo, San Antón y Porlier, en varias sacas por la tarde noche del mismo día 7 de noviembre.

La fosa número 3, donde reposan los fusilados el día 8 de noviembre
La FOSA Nº 3. Es la primera de las dos que se encuentran a la derecha de la antigua carretera, nada más pasar un pequeño puente. Allí reposan los fusilados procedentes de las cárceles Modelo y Porlier, en otras sacas del día 8 de noviembre, junto con los que fueron fusilados el mismo día en el término de Soto de Aldovea, Torrejón de Ardoz, y que después de la guerra fueron exhumados y enterrados en la fosa nº 7, excavada para su inhumación, denominándose “Trasladados –exhumación de Soto Aldovea- y de varios lugares”.

La fosa número 4 es la más grande, con sus 160 metros de largo, recorre todo el flanco izquierdo de la carretera de la entrada
La FOSA Nº 4. Es la más larga de todas, y está situada a la izquierda de la entrada al cementerio. Originalmente fueron varias fosas casi unidas unas con otras, aunque en la actualidad forma una sola. En su parte más cercana a la capilla, se encuentra un pequeño rectángulo unido al comienzo de la fosa, donde están los “Exhumados de otros lugares” que corresponde a los asesinados los días 18, 22 y 24 de noviembre. A continuación se encuentra una pequeña porción de fosa donde reposan los fusilados la mañana del día 9 de noviembre, procedentes de las cárceles Modelo y Porlier, en sacas preparadas a últimas horas del día anterior. El resto de la actual fosa, casi hasta la entrada al cementerio, corresponde a las originarias fosas donde reposan los fusilados procedentes de las cárceles Modelo, San Antón, Porlier y Ventas, correspondiente a las sacas de los días 15, 17, 18, 20 o 22, 27, 28, 29 o 30 de noviembre. Hay que recordar, que los presos que quedaban en la cárcel Modelo fueron evacuados a Porlier, San Antón y un pequeño número a Ventas, entre los días 14 y 16 de noviembre, aunque algunos fueron evacuados días antes.

La fosa número 5, aunque es independiente, aparece inscrita en un mismo espacio con la fosa número 4 por el murete que rodea a las dos. La línea de separación entre una y otra está marcada en la fotografía por la cruz caída de la derecha
La FOSA Nº 5. Originalmente fueron dos fosas independientes, pero en la actualidad se encuentran formando una sola y adosada a la fosa nº 4, por la parte trasera de esta y más cercana a la entrada del cementerio. Allí reposan los fusilados procedentes de las cárceles de San Antón, Porlier y Ventas, extraídos los días de mayor número de sacas, aunque de menos presos en cada una de ellas. La zona más cercana a su actual monolito, corresponde a la de los días 28 y 29 de noviembre, y en su zona opuesta al día 3 de diciembre.

La fosa número 6 es la más cercana al cercado norte del cementerio
La FOSA Nº 6. Desde su origen fue una sola fosa, situada en paralelo a la anterior, pero más cercana al muro norte del cementerio. Allí reposan los fusilados sacados de las cárceles de San Antón, Porlier y Ventas, correspondiente a las sacas de los días 1, 2, 3 o 4 de diciembre, junto a los “Trasladados Exhumaciones de diversos lugares”, según consta en la placa del adosado monolito de dicha fosa.

La fosa número 7 se abrió después de la guerra, en 1940
Por último, la FOSA Nº 7. Esta fosa fue excavada después de la guerra. Se encuentra situada a continuación de la fosa nº 3 y paralela a esta. Interiormente está dividida en quince cuarteles o compartimentos, donde se colocaron los féretros de los casi 414 exhumados de “Soto de Aldovea” Torrejón de Ardoz, que fueron extraídos en varias sacas de las cárceles Modelo y Porlier, y fusilados el día 8 de noviembre. Según se desprende de los informes forenses, la gran mayoría no se pudo identificar debido a los tres años y medio transcurridos, aunque casi noventa de ellos sí lo fueron, no llegando a la docena de caídos, que fueron reclamados por sus familiares, y que no reposan con los demás. También en dicha fosa se encuentran varios centenares de asesinados en su mayoría en Madrid capital, y otros lugares de la Provincia, asesinados durante 1936. Todos estos últimos inhumados, fueron identificados posteriormente, excepto un pequeño número procedente de algunos cementerios limítrofes a la capital. Así como los restos de varias mujeres asesinadas durante la guerra –según los informes forenses-, que fueron encontradas junto a la fosa nº 1, siendo seguidamente inhumadas de nuevo en la misma fosa”.
Verdad o venganza, documentación o consigna, libertad o tiranía, Historia o Memoria Democrática… Esta es la disyuntiva en la que no existe la tierra de nadie, ni posición intermedia en la que uno se pueda situar cómodamente para no comprometerse.
Por esta razón mis artículos sobre la Guerra Civil se asientan en los dominios de la Historia, cuyos límites están marcados por la verdad, la documentación y la libertad de pensamiento. Y los publico por exigencias de una grave responsabilidad moral para defenderme de la ley de la Memoria Democrática que los socialistas, los comunistas y sus socios de Gobierno han impuesto con el fin de corromper a la sociedad española mediante la venganza, la consigna y la tiranía.
La ley de la Memoria Democrática además de sectaria es parcial, pues su manipulación se limita a un determinado período histórico de España. A Viriato y a los romanos, igual que a los visigodos, se les puede poner por las nubes o como no digan dueñas, pero como no digas de la Segunda República, de La Guerra Civil y de Franco lo que dicta el Gobierno porque les conviene a los socialistas y a los comunistas, como poco te multan y hasta puedes acabar en la cárcel.
Con todos los defectos que se quiera en su puesta en práctica, Franco impulsó a la sociedad española hacia la reconciliación, lo que no equivalía a actuar como si nada hubiera pasado. En efecto, Franco en repetidas ocasiones manifestó después de la Guerra Civil que nunca concedería ninguna amnistía, porque eso equivaldría por su parte a ignorar los asesinatos y los delitos que se habían cometido, de los que se iban a encargar de juzgarlos los Consejos de Guerra, como. Amnistía, por lo tanto, no; otra cosa era suavizar las sentencias con los sucesivos indultos que fueron vaciando las cárceles.
No, no es cierto que la Constitución española de 1978 reconciliara a las “dos Españas”, porque los españoles para esa fecha ya estábamos reconciliados. La reconciliación se produjo, como no podía ser de otro modo, después de la guerra, con el tiempo y a medida que los presos salían de las cárceles y regresaban a sus pueblos, donde se encontraban con los del otro bando. Y ante ese reencuentro no quedaba más que o vengarse o aprender a convivir, y las generaciones pasadas apostaron por lo segundo.
La generación de nuestros abuelos y de nuestros padres no hablaba de la Guerra Civil. Fue el nefasto Zapatero quien abrió la caja de Pandora del “Guerracivilismo”.
Me permitirán que les cuente una vivencia personal que refleja muy bien lo que les acabo de escribir. Visitaba yo en cierta ocasión una localidad de la Ribera de Navarra, donde me presentaron a un hombre entrado en años, que había hecho la guerra con el Requeté. Me sorprendió que el mejor amigo de este veterano fuera un vecino suyo, que también había hecho la guerra, pero que seguía siendo más rojo que la boina de su amigo el requeté. Así es que no pude menos de preguntarle:
-¿Y esto cómo es posible? —A lo que el buen hombre me contestó, sin quitarse de los labios lo poco que le quedaba de un pitillo, que ya se había apagado hacía un buen rato.
-Mira, mi chico, a estos “rojicos” o los “afusilas” a tiempo, o les acabas cogiendo cariño.
Un doble motivo le impulsó al régimen a tratar de olvidar la Guerra Civil. En primer lugar, el sentido de la unidad de los españoles y el pragmatismo de Franco, porque entendía que avivar el odio y la venganza equivalía a perder el control y la sociedad se le hubiera ido de las manos. Y en segundo lugar, y no menos importante, por el sentido cristiano de la vida de Franco, contrario a lo del ojo por ojo y diente por diente. El mismo sentido cristiano de la vida que la religión católica desde siempre, desde el nacimiento de España, había grabado en las familias españolas, que sabían que las últimas palabras de los mártires habían sido de perdón para sus verdugos, ejemplo que a ellas les marcaba el camino a seguir.
“El sagrado deber de honrar a nuestros héroes y nuestros mártires ha de ir siempre acompañado del sentimiento de perdón, que impone el mensaje evangélico. Además, los lustros que han seguido a la Victoria han visto el desarrollo de una política guiada por el más elevado sentido de unidad y hermandad entre españoles. Este ha de ser, en consecuencia, el Monumento a todos los caídos, sobre cuyo sacrificio triunfen los brazos pacificadores de la Cruz”
Y en este intento, Franco encontró la colaboración de las autoridades eclesiásticas, si es que él y los obispos no trazaron un plan para tranquilizar los ánimos. Lo cierto es que el cardenal Enrique Plá y Deniel (1876-1968), primado de España, en un discurso de 1942 dijo: “Deseamos una plena victoria para todos los españoles, lograda por una verdadera reconciliación, que nos haga ver un hermano en el enemigo de ayer y nos mueva a buscarnos mutuamente, uniéndonos con lazos de amor”. Y al año siguiente, el mismo cardenal en el acto de desagravio al Corazón de Jesús por los sacrilegios cometidos en su diócesis de Toledo pidió perdón “por los hermanos engañados que no sabían lo que hacían […] y una generosa y pronta liquidación de la obra de la justicia después de la victoria. Ábranse pronto las cárceles, como ya se van abriendo, a cuantos pueden ser reintegrados a la gran obra del trabajo común para la reconstrucción de España”.
Si Franco hubiera querido atizar el odio y la revancha después de la Guerra Civil tenía a su alcance y muy cerca de Madrid el mejor de los instrumentos: las fosas de Paracuellos de Jarama, donde reposan miles de víctimas inocentes asesinadas por los socialistas, los comunistas y los anarquistas, alentados por los masones ¿Se imaginan, queridos lectores, si los asesinos de Paracuellos hubieran sido del otro bando…? Pues bien, el dato objetivo es que el régimen surgido después de la Guerra Civil, por respeto a las víctimas y a sus familiares, no las quiso utilizar políticamente hasta el punto de que Franco nunca estuvo en Paracuellos.

Pedro Muguruza. Camposanto de los Mártires de Paracuellos, perspectiva general, mayo 1942. Real Academia Bellas Artes de San Fernando. Archivo-Biblioteca
Cierto que el arquitecto Pedro Muguruza (1893-1952), según el Boletín de la Real Academia de San Fernando, a quien su anexo del año 2015 dedica un estudio monográfico, “asumió la delicada tarea de rendir memoria a los fusilados en noviembre de 1936 en este lugar y que habían sido sepultados en fosas comunes. El proyecto de Muguruza, al que dedicó sus esfuerzos entre 1940 y 1942, se inspiraba en el urbanismo barroco de grandes avenidas y puntos de fuga focalizados para trazar cuatro avenidas, dos paralelas y dos divergentes, cuyos arranques estaban marcados por tres cruces y sendos altares concebidos como una sobria losa horizontal sostenida por dos pilares y precedido por un estanque, con los flancos de las avenidas exteriores señalados por un compacto muro con robustos contrafuertes y coronas de laurel en los tramos intermedios; las dos avenidas centrales, paralelas, desembocaban en una plaza ultrasemicircular presidida por un obelisco fúnebre, en uno de cuyos lados arrancaba un serpenteante Vía Crucis jalonado por un Calvario y conducente a la capilla, trazada en un austero clasicismo neobarroco hispano, en la cúspide del cerro de San Miguel, el otro elemento arquitectónico destacado del conjunto al que también se accedía por una larga y monumental escalinata de cincuenta y cinco escalones y que, con su chapitel puntiagudo, coronaba el conjunto”.

Pedro Muguruza. Camposanto a los Mártires de Paracuellos, perspectiva a la capilla. mayo 1942. Real Academia Bellas Artes de San Fernando. Archivo-Biblioteca
Pero tan cierto como que Pedro Muguruza remató este proyecto en 1942 es que esta obra monumental no se realizó, y las víctimas reposan actualmente en el modestísimo cementerio de los mártires de Paracuellos.
En Paracuellos no podía convertirse en piedra el proyecto de Franco de enterrar en el mismo lugar a los caídos de los bandos, para lograr la reconciliación. Ese fue el objetivo del Valle de los Caídos, como brillantemente ha puesto de manifiesto Alberto Bárcena en su libro Los presos del Valle de los Caídos (por cierto, si van al Valle de los Caídos, no busquen este libro en la tienda que hay a la entrada de la basílica, dependiente de Patrimonio Nacional, es decir del Gobierno de Pedro Sánchez. Nunca lo tienen, por su sectarismo intelectual se niegan a venderlo), que ha echado por tierra todos los tópicos y todas las mentiras que contra este recinto religioso se han lanzado.
El profesor Bárcena reproduce en su libro el siguiente párrafo del decreto fundacional del Valle de los Caídos, de “todos” los caídos. Esto es lo que lo dice el texto legal de 1957:
“El sagrado deber de honrar a nuestros héroes y nuestros mártires ha de ir siempre acompañado del sentimiento de perdón, que impone el mensaje evangélico. Además, los lustros que han seguido a la Victoria han visto el desarrollo de una política guiada por el más elevado sentido de unidad y hermandad entre españoles. Este ha de ser, en consecuencia, el Monumento a todos los caídos, sobre cuyo sacrificio triunfen los brazos pacificadores de la Cruz”.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá









