Sr. Director:
Pese a su elevadísima posición y la pésima opinión que solía acompañar a quienes como él alcanzaban dicha cima, pues se consideraba que suponía dejar tras de sí una ristra de cadáveres (políticos), sin embargo hacía gala nuestro Drope de una cándida inocencia que le hacía pensar siempre bien de todos, todas y todes; salvo que se tratase de elementos fachosféricos de la derecha extrema y la extrema derecha. Y es que Drope era incapaz de atribuir la mínima maldad y bajeza a nadie, y especialmente a sus colaboradores más estrechos; hasta el punto de que durante intensos viajes a través de España con algunos de ellos (Cerdín, Reskoldo y Abalorios), jura y perjura que nunca les oyó un grosero comentario donde aflorasen obscenas inclinaciones; sólo culinarias menciones a chistorras y lechugas, y románticas y caballerescas galanterías brindadas a idealizadas damas y virginales sobrinas. Y lo mismo decía del picante Salazón, un íntimo ex asesor que no dejaba hembra a su paso sin su gallardo requiebro.
Aunque se dice que su mayor inocencia la demostró Drope al normalizar el currículum de su esposa, la señora Goña, contable de la generosa empresa de su honorable padre, dedicada a albergar mozos y doncellas huerfanitos que carecían de techo y lecho. Y no menor fue la bonhomía ejercida con su desubicado hermano, el afamado músico Azagro, al cobijarle en su palacete y colocarle en un puesto de «trabajo» dicen que entre Extremadura y la Duraextrema. ¡Grande, Drope!









