Tal y como adelantara Hispanidad, José Ignacio Munilla ha sido nombrado por Benedicto XVI nuevo obispo de San Sebastián. No se lo van a creer pero el asunto no ha gustado en el nacionalismo vasco, quien prefería a uno del Opus, que ya es decir, al actual jefe eclesiástico de Palencia. No les preocupaba su ortodoxia y celo pastoral, sino que esa ortodoxia se entremezcle con su origen vasco y su dominio del euskera.

Esa combinación echa por tierra todo el planteamiento del PNV y demás compañeros, ni vírgenes ni mártires. Es bien sabido que los curas abertzales hablan de paz, pero no de vida, saludan la libertad de los pueblos pero no la familia natural y, finalmente, consideran que la obediencia al batzoki prevalece sobre la obediencia a la Iglesia. La clave está en monseñor Munilla. Porque el problema del catolicismo nacionalista es que no deja de ser una contradicción en origen: o se es católico, es decir, universal, o se es nacionalista. Mejor: se pueden ser ambas cosas ciertamente, pero siempre con la condición de que la fe prevalezca sobre la nación.

Un católico puede ser nacionalista, o cualquier otra cosa, siempre que su nacionalismo no contradiga su fe. Y si la contradice, debe elegir porque no se puede servir a dos señores. Todo pasa por Munilla. Si el clero y la grey nacionalista de la diócesis tiene en cuenta el anterior principio, todo irá bien. Si no

Insisto: el fascismo no es más que la deificación de la nación.

Eulogio López

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