El mencionado ZP, por ejemplo, no quiere modificar la Constitución, porque con ésta no le ha ido mal: sigue siendo presidente. Y ese es un melón cuya apertura atenta contra el ideal primero de todo presidente del Gobierno: no cambies nada, porque podrías ser tú quien cambiaras de oficio.
El PP sí que quiere modificar la Constitución, claro, pero es por eso mismo: porque su líder, Mariano Rajoy, no es presidente del Gobierno y porque no tiene cargos para repartir entre los suyos para que se comporten decentemente. Ése sí suspira por las modificaciones: especialmente, el cambio de arrendatario del palacio de La Moncloa.
Luego estamos los que sí deseamos modificar la Constitución. Porque las constituciones siempre han sido una carta de derechos del hombre, pero el problema es que, tras la segunda guerra mundial, el personal empezó a dudar de qué es un derecho humano, y toda la arquitectura jurídica del mundo se tambaleó. Se pasó entonces -crisis de los años setenta- de los derechos del hombre a los derechos de la humanidad, que no es lo mismo, y de los derechos humanos a los derechos sociales, que alguien definió como la segunda generación (con la tercera llegará la tercera guerra mundial). Por ejemplo, el derecho a la vida se trocó en derecho al aborto, que es justamente lo contrario. Es un ejemplo tópico, sí, pero seguro que todos ustedes me han entendido. El aborto y los derechos reproductivos, serían derechos sociales. El hecho de que el aborto atente contra el primero de los derechos del hombre, el derecho a la vida, es secundario: se le niega la cualidad de persona al feto y asunto terminado. Los derechos humanos los usufructúa el hombre por el hecho de serlo, por su dignidad intrínseca; por tanto, son inmutables. Los derechos sociales los decide la comunidad y son adaptables a las necesidades variables de dicha comunidad. El problema es quienes deciden cuáles son esas necesidades, ergo, son derechos. O sea, el coladero de toda tiranía, desde que el mundo es mundo.
La Constitución española a pesar de su juventud reconoce el derecho la vida y está en la línea buena, la declaración de los Derechos del Hombre. Ocurre que los partidarios de los derechos civiles se han encargado de retorcer la letra y el espíritu de la Constitución. Y así, por seguir con el mismo verbigracia, resulta que el "Todos tienen derecho a la vida", del artículo 15, no ha impedido que España se convierta en el paraíso mundial del aborto.
Lo mismo ocurrió con el Tratado Constitucional europeo, afortunadamente abortado. Quiero decir, que, en este vigésimo noveno aniversario de la Constitución a lo mejor no hay que retocar la Constitución, sino realizar una nueva Declaración de los Derechos del Hombre. Creo que nos saldría una declaración más ecológica que humana, donde los derechos de las coles de Bruselas se nivelarían con los de los madrileños, por no hablar de los derechos de la señora Capa de Ozono, ultrajada por el machista cambio climático. Y es que la busilis radica en que el problema no es jurídico, sino semántico. Es decir, ¿qué puñetas queremos decir cuando hablamos de derechos humanos?
¿Saben qué? Lo mejor es que la Constitución se quede como está. Total, se trata de una Constitución muy adaptable, como las señoras de moral dudosa: nunca dicen no.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com